4/4/10

La planificación bibliotecaria

La UNESCO define la biblioteca como aquella institución que colecciona y organiza libros, impresos, revistas, o cualquier otra clase de materiales gráficos o audiovisuales, para facilitar su uso conforme lo requieran las necesidades de información, investigación, educación y esparcimiento de los usuarios. Por esta razón, para muchos, la biblioteca en un centro universitario, por ejemplo, es como el corazón en una persona. Cumple sus mismas funciones, pues debe ser el lugar al que acudan todos sus componentes a proveerse de los materiales necesarios para el ejercicio de su labor.

El concepto actual de biblioteca pública tiene sus orígenes en el siglo XIX y está ligado al mundo anglosajón. Según algunos autores, nace para proporcionar libros a las clases sociales cuyos miembros no habían tenido acceso a los mismos en siglos anteriores. De esta forma se pretendía facilitar a las clases menos pudientes formación profesional, moral y recreo. La sociedad industrial, el abaratamiento del libro y la continua demanda de instrucción y lectura, hicieron que el desarrollo de la biblioteca fuese en aumento desde entonces. Esto desembocó en el surgimiento de la denominada Biblioteconomía científica, que en sus orígenes se correspondía con las funciones de las bibliotecas como centros de información, educación y recreo sociocultural, y que concebia a los bibliotecarios como agentes difusores de la información.

De la importancia de las bibliotecas se ha hablado en otras ocasiones. Si accedemos a las informaciones que publica el Instituto Nacional de Estadística sobre recursos bibliotecarios nos percataremos de ello. Así, por ejemplo, conforme a estos datos podemos saber que en España la media nacional de personas por cada centro bibliotecario existente es de 5.518; que el porcentaje de bibliotecas con acceso a internet es superior al 87%; o que el número de visitas medias por persona y año es de 4,48, y el número de préstamos de libros solicitados, también por persona y año, asciende a 1,63. Sin embargo, en las Comunidades de mayor bienestar económico, como es el caso de Navarra, hay una biblioteca por cada 4.016 personas, las visitan al año 7,79 veces (el número más alto del país) y solicitan 2,53 préstamos de libros al año (también de los más altos del país). Por el contrario, en Ceuta, que según el reciente informe FUNCAS ha sido la Ciudad que mejor ha resistido la crisis económica, los resultados son de 5.168 personas por cada centro bibliotecario, que no está nada mal, pero el número de visitas al año ha sido sólo de 1,31, y el de préstamos de libros solicitados no ha superado 0,30. Es decir, los ceutíes no utilizamos prácticamente los recursos bibliotecarios existentes, lo que a su vez está en consonancia con los índices de fracaso escolar, con el bajo número de estudiantes que llegan a la Universidad, o incluso con el desarrollo económico. Para ayudar a superar esta situación, una de las claves estaría en la realización de una adecuada planificación bibliotecaria.

Cuando hablamos de planificación bibliotecaria debemos entenderlo como el conjunto de técnicas que permitan adaptar los objetivos de cada una de sus capacidades a las necesidades de su entorno, concretándose en un conjunto coherente de proyectos y actividades a realizar. Conceptos como diagnostico de la situación, simulación de resultados, normalización, homogeneización, minimización de costes, o mayor rentabilidad social, son básicos para entender la planificación bibliotecaria.

Los tiempos en que la información contenida en nuestras bibliotecas era inaccesible para la mayoría, y donde los que la poseían, o sabían buscarla, tenían el poder, ha acabado. De la misma forma que también ha terminado la Biblioteconomía dedicada, exclusivamente, a revisar una y otra vez el número de puestos de lectura, de obras de referencia, de publicaciones periódicas, las normas de descripción, la ordenación en las estanterías, o las necesidades de mobiliario. Todo esto pasó a la historia hace mucho tiempo. Actualmente la investigación dedicada a las bibliotecas y centros de documentación se dedica ya a nuevas formas de gestión y planificación, llevadas de la mano de las nuevas funciones que asumen con el crecimiento imparable de la información en todas sus formas y las demandas de los nuevos usuarios.

En este contexto, si los bibliotecarios no son capaces de comprender el nuevo papel que tienen encomendado, acabarán gestionando simples almacenes de libros impresos, muy bien organizados y descritos, pero sin lectores, y sin usuarios. Es algo así como el abogado que confunde el concepto de constitucionalismo moderno con saber recitar de memoria su articulado. Por esto, los bibliotecarios que conocen y aman su profesión, se niegan a ello y están dispuestos a demostrar que son capaces de hacer de las bibliotecas organismos vivos, elementos dinamizadores, y focos de cultura integrados en la sociedad.

Como siempre ocurre, para llevar a cabo un proyecto de esta naturaleza se necesita, por un lado, haber comprendido el concepto moderno de planificación bibliotecaria y de la profesión de bibliotecario, y por otro, estar dispuesto a esforzarse para desarrollarlo. El problema es que en esta ciudad, algunos responsables de estos asuntos prefieren seguir con la rutina de toda la vida, y poco más. Este es el drama.

Keith Richards sueña con ser bibliotecario


El Rolling Stone confiesa en su última biografía su amor por los libros y dice que atesora una enorme cantidad de volúmenes en sus mansiones, en especial sobre la historia del rock y la II Guerra Mundial

Londres. (EFE).- El guitarrista de los Rolling Stones Keith Richards sueña en secreto con ser bibliotecario, según revela supuestamente en una autobiografía de próxima publicación. Según adelanta hoy The Sunday Times, el músico confiesa en el volumen que, pese a su imagen de roquero empedernido, hace años que cultiva una pasión por los libros e incluso se ha planteado recibir formación profesional para gestionar los que tiene en sus casas en Inglaterra y Estados Unidos.


Keith Richards toca en el estadio Puskas Ferenc de Budapest, en una foto de archivo / EFE / Archivo / Peter Kollanyi

En su biografía, por la que al parecer ha cobrado un anticipo de 7,3 millones de dólares, explica que ha intentado aplicar un sistema que utilizan los bibliotecarios para ordenar sus libros, entre ellos muchos sobre la historia del rock y la segunda Guerra Mundial. Además, Richards ha actuado como una "biblioteca pública" al prestar ejemplares de los autores británicos de novela histórica Bernard Cornwell o Len Deighton a sus amigos, apunta el periódico.

Según The Sunday Times, durante su juventud en la austera Inglaterra de posguerra, el roquero se refugiaba en la lectura antes de encontrar la música blues. "Cuando creces, hay dos instituciones que te afectan especialmente -ha declarado-: la Iglesia, que pertenece a Dios, y la biblioteca, que te pertenece a ti. La biblioteca pública es enormemente igualitaria".

Gran Diccionario de Autores Latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil


Coordinación de Jaime García Padrino.
Redactores: Carlos Silveyra, Gaby Vallejo Canedo, Marisa Lajolo, Manuel Peña Muñoz, Beatriz Helena Robledo Botero, Ramón Luis Herrera Rojas, Magdalena Vásquez Vargas, Leonor Bravo Velásquez, Frieda Liliana Morales Barco, Juan Sebastián Gatti García, Hena de Zachrisson, Renée Ferrer, Danilo Sánchez Lihón, Ruth J. Sáez Vega, Sylvia Puentes de Oyenard y María Beatriz Medina Simancas.
Madrid, Fundación SM, 2010.

Informe preparado por Roberto Sotelo

Dentro del marco del I Congreso Iberoamericano de la Lengua y la Literatura Infantil y Juvenil (CILELIJ) —realizado en la ciudad de Santiago de Chile entre el 24 y 27 de febrero de 2010— se presentó el Gran Diccionario de Autores Latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil, una obra monumental (960 páginas), coordinada por Jaime García Padrino, catedrático de Didáctica de la Lengua y la Literatura de Educación de formación del Profesorado de la Universidad Complutense de Madrid. Este diccionario, publicado por la Fundación SM, forma parte de un proyecto editorial de la institución dirigido por José Luis Cortés Salinas que abarca distintas obras de referencia relacionadas con la literatura infantil y los libros para niños y jóvenes.

El Gran Diccionario… recopila alfabéticamente reseñas biográfícas, bibliográficas y críticas de diversos autores latinoamericanos. El criterio de selección empleado para la inclusión de los distintos autores está explicado por el coordinador de la obra en una entrevista realizada por la revista literaria virtual Azul@rte: “La selección de los autores ha sido responsabilidad de los colaboradores con los que he contado en cada país. Todos ellos son personalidades relevantes en el estudio y la investigación de sus literaturas infantiles y los mejores conocedores de esa realidad. La única orientación que se les dio era el carácter representativo de las aportaciones realizadas por cada autor a la Literatura Infantil de su país y, por proyección a la Literatura Infantil Latinoamericana. En total coordinación con la editorial, con la Fundación SM, y su responsable, José Luis Cortés Salinas, estimamos que no era justo ni conveniente marcar unos críterios rígidos y únicos para unas evoluciones y realidades literarias tan distintas como las que integran la Literatura Infantil Latinoamericana, donde hay países con una tradición consolidada desde finales del siglo XIX, mientras otros aún están dando los primeros pasos firmes en una industria editorial, imprescindible para el arraigo de las creaciones literarias dedicadas a la infancia y a la juventud. Espero, con gran ilusión, que alcancemos ese gran objetivo de ofrecer un panorama conjunto de la rica variedad latinoamericana y que esta primera edición de un Diccionario de Autores Latinoamericanos sea seguida por otras que la amplíen y mejoren.” (1)

El equipo de redacción estuvo integrado por 16 colaboradores encargados de seleccionar a los autores y preparar las entradas correspondientes de 20 países latinoamericanos (2). Además, estos mismos colaboradores redactaron las introducciones generales sobre los orígenes de cada literatura infantil y juvenil nacional.

Cada entrada del diccionario —escrita en español o portugués—, comprende: una biografía con los datos esenciales de la trayectoria personal y profesional del autor seleccionado, comentarios críticos o reseñas argumentales de sus obras más representativas, y un “comentario crítico de la aportación global del autor reseñado a la Literatura Infantil y Juvenil de su país y, por proyección, a la Literatura Infantil y Juvenil Iberoamericana” (3). Al final de cada entrada, los lectores interesados en profundizar la información encontrarán referencias sobre bibliografía (impresa o disponible en Internet) acerca del autor reseñado.

Refiriéndose al crecimiento y actualización permanentes del Gran Diccionario de Autores Latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil (4), su coordinador nos anticipa: “Ahora, terminado el trabajo, somos conscientes de que nace pidiendo ya una actualización para incorporar, lo antes posible, las novedades en obras y autores que se han producido desde el cierre de la fase de redacción —31 de agosto de 2009—, como reflejo natural de la pujante vitalidad actual de estas creaciones literarias. Y esa vía será posible por el nacimiento simultáneo de la edición en papel y de la edición electrónica, pues esta permitirá —una vez establecidos los mecanismos internos para ello— incorporar tales novedades de forma mucho más ágil y eficaz que el tradicional formato libro, a la vez que amplía sin límite las posibilidades para su consulta o acceso a través de las nuevas tecnologías.” (5)

2/4/10

DIA INTERNACIONAL DEL LIBRO INFANTIL

Los libros llegaban al Plata a pesar de las prohibiciones



ueves 1 de Abril de 2010 | Tanto para imprimir algo como para hacerlo circular, era imprescindible la licencia del monarca y de la Iglesia, en España como en América. Pero el libro se las supo ingeniar.

LA IMPRENTA INICIAL. Se construyó en las misiones jesuíticas, con materiales locales. Esta pintura de Léonie Mathis reconstruye aquel taller.

La lectura, en los años previos a la Revolución de Mayo, no era cosa sencilla para los habitantes del Reino de España, y menos para los de la actual República Argentina. El rey vigilaba celosamente que no circulasen ideas capaces de cuestionar la monarquía, la religión y la moral. Y los libros -que empezaron a incrementarse especialmente en los años finales del siglo XV- resultaban los mejores vehículos de difusión.

La censura previa era lo normal. Para imprimir cualquier texto y hacerlo circular, fuera hoja suelta o volumen, se necesitaba la licencia, del monarca o de la Iglesia, de acuerdo a la naturaleza del escrito. Y la circulación tenía sus complicaciones. Para que un libro ingresara a América era necesario cumplir todo un trámite.

Desde 1531, la Casa de Contratación de Sevilla prohibía la entrada de tomos "de historias y cosas profanas", lo que fulminaba las obras de romance y de caballerías, aquellas que embelesaron a don Quijote. Ni qué decir que pesaba una rigurosa prohibición sobre todo texto que atacase la monarquía, o que figurara en la lista de libros que, por su contenido supuestamente herético, condenaba la Santa Inquisición. La censura se aplicaba igualmente a los volúmenes impresos en el extranjero.

Penas durísimas -que podían llegar a la muerte- estaban establecidas para los infractores. De manera que lo único que no requería licencia real -aunque sí eclesiástica- eran "las reediciones de libros de carácter religioso, las cartillas para enseñanzas de niños y las gramáticas".

Pero de todos modos, como ha ocurrido siempre, los libros se las arreglaban para sortear estos obstáculos. Así, está comprobado que desde principios del siglo XVI, ingresó a América literatura de toda índole. Dice Torre Revello que así como en la primera época "se había introducido casi íntegra la primera edición del Quijote, a fines del siglo XVIII, en el Río de la Plata, las obras de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Raynal y Bayle se encontraban en algunas bibliotecas, y hasta en una de ellas se han registrado los 28 tomos de la Enciclopedia".

Obras sobre la Revolución Francesa o sobre la independencia de Estados Unidos, fueron prohibidas formalmente en España y América entre 1789 y 1804. A pesar de eso, asegura el mismo historiador, los libros y folletos sobre tales temas circularon profusamente, y fueron "leídos y comentados por los hombres de mayor cultura".

En 1805, el rey creó un Juzgado de Imprenta, para entender en todo lo que se refiriese al ramo. El juez era asistido por censores, y otorgaba las licencias de impresión. El real decreto decía que no solamente debía verificarse que "la obra no contenga cosa contraria a la religión, buenas costumbres, leyes del Reino y a mis regalías". También los censores, mandaba, "examinarán con reflexión si la obra será útil al público o si puede perjudicar por sus errores en materia científica o los vicios de su estilo y lenguaje". En el Virreinato del Río de la Plata, los libros reposaban en los estantes de bibliotecas particulares, ya que hubo que esperar hasta 1810 para que apareciera la primera biblioteca pública. Los sacerdotes y los conventos eran los poseedores de la mayor cantidad de títulos y de ejemplares.

Es ilustrativo el dato que suministra en 1767, el inventario levantado con motivo de la expulsión de la Compañía de Jesús, en San Miguel de Tucumán. En el colegio de los expulsos en esta ciudad -ubicado en el solar actual del templo de San Francisco- la biblioteca incautada por los oficiales del rey llegaba a 843 tomos. A ellos había que agregar "doscientos y más folletos impresos". Paul Groussac comenta que "no sería fácil, tal vez, encontrar en nuestras provincias una biblioteca equivalente".

No deja de resultar lamentable el destino de aquellos libros del antiguo Tucumán.

Los bienes de la Compañía de Jesús fueron administrados y posteriormente rematados, como se sabe, por la Real Junta de Temporalidades. Y consta en los documentos que, en 1771, se dio orden al administrador de la Junta, Pedro Collante, de pagar los honorarios adeudados al escribano público José Antonio Deheza y Helguero, con libros que pertenecieron a la biblioteca jesuítica.

CHISTE - CHISTE

¿Cuántos catalogadores se necesitan para enroscar una bombilla?
Sólo uno, pero tiene que esperar y ver primero cómo lo hacen en la Library of Congress.


- ¿Cuántos bibliotecarios referencistas se necesitan para cambiar una bombilla?
(con una alegre sonrisa) "Bien, ahora mismo no lo sé, pero sé dónde podemos buscarlo!"


- ¿Cuántos gestores del sistema bibliotecario se necesitan para cambiar una bombilla?
- Todos ellos ya que el manual se perdió en el último traslado (o inundación, o incendio).


- ¿Cuántos directivos de biblioteca se necesitan para cambiar una bombilla?
Al menos un comité y un plan estratégico con reuniones especializadas y periódicas sobre las bombillas.


- ¿Cuántos técnicos de biblioteca se necesitan para cambiar una bombilla?
Siete. Uno para seguir el procedimiento aprobado, y seis para revisar el procedimiento (8 si se cuenta a su jefe bibliotecario).