Osvaldo Osorio tiene muchos títulos para exhibir y una vasta
experiencia en educación con pequeños. Es licenciado y Profesor en
Ciencias de la Educación (UBA) y Master en Aprendizaje y Psicología
Cognitiva (Flacso/Universidad Autónoma de Madrid). Trabajó durante
dieciséis años como maestro de grado y en la actualidad se desempeño
como Profesor de Prácticas y Residencias en tres escuelas normales de la
Ciudad de Buenos Aires. Visita escuelas y está en contacto con niños y
niñas en edad escolar en forma permanente y tiene a su cargo la
formación de futuros maestros y maestras.
Tiene publicado un libro, que costeó por sus propios medios La Tetera
(Editorial Dunken). La novela estuvo entre los diez finalistas del
“Primer Certamen de Novela Joven. Fundación Aerolíneas Argentina”.
También tiene otras novelas escritas, aunque no publicadas.
Esta vez, Osorio se dispone a publicar “Los reyes de la primavera”,
una novela gay para chicos. “Entiendo que en nuestro país no se ha
publicado ninguna novela gay para chicos y chicas. He leído textos
publicados en el exterior, pero en esos casos los personajes no son
reales, con problemas que les pasan a niños y niñas de acá”, dice en
diálogo con Boquitas pintadas. Aclara que con
“problemas” no se refiere a lo gay, sino a problemas con el estudio, con
las relaciones entre pares, con los juegos, las rivalidades, las
competencias, los chismes, etc.
“Mi intención era llenar el vacío existente y que la historia pudiera
llegar a niños y niñas como tantas otras historias de amor que leen, y
que disfruten, se emocionen, que genere debate”, dice.
La novela trata el amor entre dos niños desde la naturalidad, y no
desde el conflicto de “qué me pasa que me enamoré de un chico”, “que tal
o cual persona es gay”. La historia transcurre en la escuela que está
ubicada frente al Parque Rivadavia en Caballito.
En este post de Boquitas pintadas adelantamos el
primer capítulo de este libro, aún inédito. Osorio cuenta que está en
búsqueda de un editor que se interese por su idea. En ese camino es que
se la presentó al Subsecretario de Equidad y Calidad Educativa, Lic.
Gabriel Brenner. También se contactó con la Directora del Plan Nacional
de Lectura para ver si se avanzaba en la publicación, pero aún no se
concretó la iniciativa. El libro, por este motivo, no está disponible
para su lectura.
Capítulo 1
La ciudad de Buenos Aires tiene un barrio que se llama Caballito.
Caballito tiene un parque que se llama Rivadavia. Frente al parque hay
una avenida que también se llama Rivadavia y cruzando la avenida hay una
escuela que se llama Primera Junta. En la Escuela Primera Junta hay un
sexto que se llama “C”. Y en sexto, como en otros sextos, hay alumnos
que usan sus nombres y otros que prefieren que los llamen por otros
nombres.
En sexto “C” de la Escuela Primera Junta del barrio de Caballito de
la ciudad de Buenos Aires, todos saben que Leandro sale con Dennís, que
Lola sale con Mariano, que Tomás gusta de Marianela, que a Soledad le
gustaría salir con Leandro, que Clara está muerta por Cristóbal y que a
Cristóbal le gusta Tatiana y que algunos no gustan aún de nadie. Pero lo
que nadie sabe, ni siquiera el propio Pancho, salvo Romina, es que
Pancho gusta de Thiago. Pero ¿cómo es que Pancho no sabe lo que Romina
sabe? O mejor dicho ¿cómo Romina sabe que Pancho gusta de Thiago si
Pancho no sabe que gusta de Thiago? Fácil: porque se le nota.
—¡¿Qué?! ¿Qué a mí me gusta Thiago? ¡Vos estás loca!
—Claro que sí.
—A ver, decime por qué…
—Porque se te nota y punto —y cuando Romina dice “punto” es punto, y
es cuando se calla y no dice nada más y a Pancho, que la conoce, se le
quedan montones de cosas por decir pero no dice nada porque por más que
diga algo va a ser como si no dijera nada y eso lo hace poner rojo de la
bronca, como si las palabras que quedan apiñadas en su garganta le
cortaran la respiración.
Pero… ¿quiénes son Pancho y Romina? Antes de responder y a modo de
ejercicio, hagamos un repaso de lo que ya sabemos. Entonces, sabemos que
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la Escuela Primera Junta queda frente al parque Rivadavia, que el
parque Rivadavia queda en el barrio de Caballito, que en la Escuela
Primera Junta hay un sexto que se llama “C”, y de ese sexto “C” sabemos
quién sale con quién, quién gusta de quién y quién se muere por salir
con quién. Que Romina sabe que Pancho gusta de Thiago y que Pancho no lo
sabe, pero Romina dice que se le nota y punto… Ahora bien, en respuesta
a la pregunta, lo que aún ustedes no saben es que ni Pancho ni Romina
son Pancho y Romina. Pancho es Francisco y Romina, Ramona. Ambos son
compañeros de banco y son amigos desde segundo grado. Pero —ahí vamos de
nuevo— ni Francisco ni Ramona dicen llamarse Francisco y Ramona porque,
obvio, no les gustan sus nombres. Por eso Francisco dice llamarse y lo
llaman Pancho y Ramona dice llamarse y la llaman Romina. Pero si no
fuera por las maestras que de tanto en tanto gritan a viva voz:
“Francisco”, “Ramona”, luego de seis años de escuela primaria ya nadie
se acordaría que Pancho es Francisco y que Romina es Ramona. Como
tampoco nadie se acordaría cuándo, ni cómo Pancho y Romina se hicieron
amigos, si no fuera por Tatiana que —con su sola presencia— parece
empecinada en hacerles recordar que el principio de todo fue en segundo
grado, allá lejos y hace tiempo, una mañana de mayo, cuando en la
tercera hora de clase Pancho no tuvo siquiera tiempo para levantar la
mano y pedir permiso para ir al baño. “Pancho se hizo encima, Pancho se
hizo encima”, gritaba Tatiana a viva voz al tiempo que el resto hacía lo
mismo. Y la maestra, más preocupada por el bullicio que por socorrer a
Pancho, ni siquiera se enteró de lo que le había pasado. Romina, en
cambio, que hacía tiempo no se la bancaba a Tatiana —rápida de reflejos—
le dio un empujón que la tumbó al piso, tomó de la mano a Pancho, se
abrió camino entre los compañeros, lo sacó del grado y se lo llevó
corriendo al baño. Atrás quedaban una estela nauseabunda de olor a caca,
los chillidos de Tatiana, los gritos de la maestra que seguía pidiendo
silencio al tiempo que abría las
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ventanas, las arcadas de Luis que terminaron en vómitos y tras él
Leandro, Pedro, María y otros, que también hicieron lo mismo. Eran tales
los gritos que se escuchaban que la Directora, las dos Vicedirectoras y
las dos Secretarias salieron disparando hacia segundo “C” sin
percatarse que en el camino se cruzaban con Romina y Pancho y su olor a
caca. Pancho pasó largo rato en el baño muerto de vergüenza esperando
que alguien viniera a socorrerlo. Mientras tanto Romina del lado de
afuera trataba de consolarlo.
Pese a que aquel fue el peor día de su vida y que desea que nunca
hubiera sucedido, Pancho, muy de vez en cuando, la mira a Romina y le
dice: “Y pensar que si no me hubiera hecho encima en segundo grado nunca
hubiéramos sido amigos”, y es cuando los dos se echan a reír, y todos
los miran y se preguntan de qué se ríen.
—¿Qué se me nota? A ver, decime… —increpó esta vez Pancho a Romina,
decidido a que por una vez en su vida ella no lo iba a dejar con las
palabras apiñadas en la garganta cortándole la respiración al punto de
ponerse rojo de rabia.
—Ya te dije, que Thiago te gusta y punto.
Las palabras de Romina llegaron a los oídos de Tatiana, que para
escuchar conversaciones ajenas estaba mandada a hacer. Los ojos se le
pusieron como huevos fritos y los cinco sentidos en alerta. Se abstrajo
de todo y centró la atención en la conversación que se mantenía en la
fila de la derecha, a tan solo dos bancos de ella. Entonces, para
observar mejor a los dos que en el fondo se habían enfrascado en una
discusión de lo más suculenta y dar crédito a lo que había oído, giró
lentamente la cabeza pero para su desgracia se topó con los ojos de
Romina. Ya no quedaba nada que decir: Romina sabía que ella sabía lo que
ella sabía y Tatiana sabía que Romina sabía que ella lo sabía.
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¡Dios mío, tantos sabe y sabía dando vueltas y para colmo una convidada de piedra en la discusión!
Para Pancho toda la situación parecía estar inmersa en un mar de
dudas y confusiones, pero para Romina, por lo pronto, ello no era un
problema: su problema estaba en la fila del medio, a dos bancos de ella.
Su problema era Tatiana. Ella no podía saberlo antes que Pancho lo
supiera, pero ya lo sabía y no podía desandar lo andado.
—Decime… —siguió furibundo Pancho al tiempo que movió la cabeza y se
encontró con Thiago que desde el primer banco de la fila del medio le
sonreía y parecía querer decirle algo.
Pancho quedó mudo, sin saber qué decir, qué hacer, cómo continuar,
qué responder, qué sentir… Preso de la desesperación no hizo otra cosa
que levantar la mano y llamar la atención de la profe de Matemática.
—¿Qué necesitás, Pancho?
—¿Puedo ir al baño?
—¿Es muy urgente?
—Sí.
Luego de la triste experiencia de segundo grado que todos en la
escuela saben y recuerdan gracias a Tatiana, la maestra no se animó a
pedirle que esperara el recreo: “Andá”, le dijo.
Pancho salió como disparado del grado y cuando pasó al lado de Thiago
le llegó de lleno su perfume. Sin proponérselo lo cargó y se lo llevó
consigo. Romina amagó con salir tras él, pero pensó que sería mejor que
estuviera solo porque ya bastante le había dicho y hecho por esa mañana.
Pancho bajó a los tumbos las escaleras. Estaba mareado y confundido:
gustaba de Thiago y no lo sabía, pero se le notaba. ¿Qué se le notaba?
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¿Acaso tenía algo que decía “Me gusta Thiago” escrito en el rostro?
¿Algo en él había cambiado? ¿Y si eran puros inventos de Romina para
hacerlo rabiar por no ayudarla en el trabajo práctico de cuerpos
geométricos? Pero no, Romina no era capaz de ello, Romina era su amiga.
Ella lo quería y él la quería a ella.
Se detuvo en el descanso de la escalera y miró para arriba. La confusión daba vueltas dentro de su cabeza.
—¿Qué pasa, Pancho? —la voz de la Directora que lo salvaba del remolino mental en que se había sumido.
—Hola seño, voy al baño.
—Andá entonces.
Mientras caminaba y acortaba la distancia que lo separaba del baño
sin darse cuenta se repetía una y otra vez las palabras de Romina: “Te
gusta Thiago”, “Te gusta Thiago”, “Te gusta Thiago”, “Te gusta Thiago”,
“Me gusta Thiago”, “Me gusta Thiago”, “Me gusta Thiago”, “Me gusta
Thiago”, “Me gusta Thiago”.
Una vez en el baño, solo con su confusión, se miró en el espejo:
estaba pálido y todo transpirado. El golpe que le había asestado Romina
había sido muy fuerte. “Me gusta Thiago”. Abrió la canilla y con los
cuencos de ambas manos juntas tomó agua y se lavó la cara varias veces.
“Me gusta Thiago”. Una vez repuesto, decidió volver al grado. “Me gusta
Thiago”. Pero la voz de una maestra que procedía del patio lateral de la
escuela despertó su curiosidad. “Me gusta Thiago”. Era la residente de
segundo “B” que les leía un cuento a los chicos. Se quedó parado bajo el
marco de la puerta a observar la escena. Ella estaba de pie y los niños
sentados a su alrededor atentos al relato. “Me gusta Thiago”.
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Justo cuando iba a volver al grado una nena y un nene que estaban
como perdidos entre el montón llamaron su atención. Ellos estaban como
en un mundo propio, ajenos al mundo del relato y al mundo de los otros.
Los dos estaban enfrentados. Ella con los ojos cerrados y con las manos
apoyadas sobre las rodillas y él con ambas manos extendidas le
acariciaba el rostro. “Me gusta Thiago”. La acción se repetía una y otra
vez. La imagen llena de inocencia colmó de emoción a Pancho. Ella no
decía nada y en cada caricia de él había una cuota enorme de ternura.
“Me gusta Thiago”. Primero las yemas acariciaban la frente y luego las
palmas de las manos recorrían ambos lados de la cara. Una y otra vez la
acción se repetía con la misma cuota de ternura. Una y otra vez la mano
de Pancho acariciaba el rostro de Thiago. Primero las yemas al ras de la
frente y luego las palmas de las manos sobre las mejillas de Thiago.
“Me gusta Thiago”. Ahí estaba él frente a Thiago, entre el montón de
chicos de segundo y el relato de la residente envolviendo el silencio.
“Me gusta Thiago”. Nuevamente sus yemas sobre la frente de Thiago para
luego tomar y acariciar sus mejillas con ambas manos. Vuelto en sí, miró
sus manos, pensó en Thiago y como resistiéndose a dar crédito a lo que
le había dicho Romina, movió la cabeza de un lado a otro y salió
corriendo rumbo al grado. A los zancos subió la escalera y llegó casi
exhausto al aula. Sin prestar atención a que Thiago le quería decir algo
y que Tatiana lo seguía con la vista se dirigió a su banco. Se sentó,
le dedicó una mirada cargada de odio a Romina y luego miró a Thiago.
Jamás hubiera pensando que del amor podrían surgir tantos sentimientos
encontrados.
Romina, por debajo del pupitre, extendió una mano y tomó la de su
amigo al tiempo que le dedicaba una mirada furibunda a Tatiana. La
maestra aún con una pirámide en la mano seguía hablando de aristas,
vértices, lados y bases.
Te invito desde este espacio a que compartas tus historias,
tus experiencias. Escribí a boquitaspintadas@lanacion.com.ar. ¡Te
espero! ¡Gracias!
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