Prácticamente todos asociamos la
escolarización con el aprendizaje de la lectura y la escritura. ¿Tú no?
Pues vaya por delante mi enhorabuena.
Es verdad, cuando un niño empieza el
segundo ciclo de Educación Infantil, lo más común es que para todos los
de su alrededor (padres, otros familiares, amigos, e incluso maestros)
empiece una cuenta atrás hasta que el niño sabe leer.
Una cuenta atrás que, como cualquier cuenta atrás que se precie, esperan
sea corta, por supuesto. Probablemente tenga que ver con que vivimos
acelerados y se acaba imponiendo la cultura de la velocidad:
hoy todo es instantáneo, evitamos a toda costa las esperas, en cuanto
un ordenador empieza a ir lento lo cambiamos y antes de que el semáforo
se ponga en verde ya estamos acelerando. Pero no nos planteamos siquiera
si realmente tenemos prisa.
¿La tenemos?
¿A qué edad debe aprender a leer o
escribir un niño? ¿lo antes posible? La respuesta es bien sencilla: un
“NO” rotundo y enorme con luces parpadeantes.
Es evidente que funcionalmente no lo
necesitan. Leer libros se los podemos (y debemos) leer (o contar, que no
es lo mismo) los padres y maestros, y para jugar y aprender no les hace
ninguna falta. ¿Qué más tiene que hacer un niño de infantil? No
necesitan saber leer ni escribir para comer, dormir ni divertirse.
Entonces, ¿para qué tanta prisa? A lo mejor es que tienen ventaja sobre
aquellos que empiezan a leer más tarde… pues no existe
ninguna investigación que demuestre que los niños que leen a los cinco
años tengan mejores resultados a largo plazo que aquellos que
aprendieron a los seis o siete, y seguro que no es por falta de estudios.
Cada niño tiene su ritmo de desarrollo, y
efectivamente, habrán algunos que tengan mucha curiosidad y facilidad
desde muy temprano, pero no nos engañemos, no es lo habitual. Estamos
tratando de acelerar un proceso que necesita su tiempo. Hay cosas que,
simplemente, han de cocerse a fuego lento para que el resultado sea el
esperado, el mejor de los posibles. Estamos tratando de realizar la
mejor tarta del mundo en el microondas, porque sube antes. Sí, sube
antes, pero ¿a costa de qué? Enseñarles a leer mientras no lo necesitan,
no les interesa y no es su momento, significa presionarles. Y la
presión, evidentemente, desmotiva, y lo que no motiva es muy difícil que
se aprenda significativamente.
Con demasiada frecuencia, el tiempo no respeta el ritmo natural de la infancia y la adolescencia, y fuerza una educación precoz y una adultez prematura de efectos nocivos y perversos. Demasiados estímulos, presiones y prisas.
Jaume Carbonell
(pedagogo, periodista y sociólogo, director de la revista “Cuadernos de
pedagogía” y profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de
Vic) en su libro”Una educación para mañana”.
Y es que, de hecho, no sólo estamos
presionando para acelerar un proceso, sino que además estamos utilizando
un tiempo precioso (y en abundancia, porque se consumen muchas horas en
esta labor de la lectoescritura) para enseñar destrezas para las que
todavía no están maduros, cuando existen otros muchos aprendizajes para
los que sí lo están y que sin embargo se ven relegados a un segundo o
incluso tercer plano como son valores, autonomía, autoconocimiento o el
razonamiento lógico.
A la hora de plantearnos a qué edad debe aprender a leer o escribir un niño tengamos claro que está comprobado que en los niños que escriben desde temprano, la lectoescritura ha dejado de lado la creatividad y la curiosidad. Y no nos damos cuenta de la envergadura del problema: nada menos que la creatividad y la curiosidad.
No sé vosotros, pero yo prefiero que mis alumnos sean creativos y
curiosos que tener alumnos que saben descodificar un mensaje con un
código totalmente aleatorio, sobre todo porque tratar de acelerar el
proceso genera etiquetas tempranas (de “lento”, “vago”… y estas son las
mejores que encontraremos) que arrastrarán más tiempo del que somos
conscientes, y además probablemente de manera totalmente injusta, porque
si vamos a etiquetar (que no deberíamos), al menos que sea en el
momento evolutivo correcto. ¿Por qué me tienen que llamar vago si yo
tengo muchas ganas de trabajar, pero precisamente esa actividad no me
interesa porque todavía no la necesito? Y no creáis que eso se quedará
en la cabeza de quien trata de enseñarme a leer, sino que, de alguna
forma, llegará al conocimiento de mi familia, de la siguiente profe…
perpetuándose hasta quién sabe cuándo.
Y podría sacar el “argumento Finlandia”,
pero no lo haré porque sería medir con herramientas tan poco adecuadas e
injustas como PISA. Pero es que no hace falta, porque en otros países como Alemania
también esperan hasta los 7 para empezar con la lectoescritura, y lo
mismo pasa con algunas pedagogías alternativas minoritarias, ésas que a
todos entusiasman pero que, a la hora de la verdad, que mi hijo vaya empezando a leer y escribir, que si no quedará muy feo en su CV…
Tengamos presente un dato objetivo que suele darse erróneamente por supuesto y es que la legislación no nos obliga a que los niños salgan leyendo de la etapa de Educación Infantil. La LOE
(porque la LOMCE no ha modificado la etapa que nos ocupa) habla, tanto
en su artículo 13 sobre objetivos como en su artículo 14 sobre
ordenación y principios pedagógicos, de una aproximación a la
lectoescritura en Educación Infantil. “Aproximación” no puede querer
decir haber alcanzado la destreza por completo, como les exigimos a los
niños con 5 años. Para mí, aproximar significa mostrarla de la manera
más atractiva posible y, como hacen en las campañas de marketing, crear
una necesidad para que sobre la motivación y se vaya cocinando poco a
poco, al ritmo de cada uno y sin ningún tipo de exigencia o etiquetaje
temprano. Así que está claro que no soy tan rebelde, porque ¡tengo a la
legislación vigente de mi parte!
Esto no quiere decir que no podamos
llevar las letras a las clases de Educación Infantil, ¡todo lo
contrario! Las letras y los números tienen que estar presentes en
nuestras aulas, lo que tenemos que cuidar es el modo. Como digo, hemos
de procurar mostrar la lectura y la escritura de la manera más atractiva
posible: tener muchos libros (atractivos y en un lugar adecuado, como
os cuento aquí), leerlos a menudo, realizar cuentacuentos, actividades divertidas y manipulativas con las letras (como las que os sugiero aquí y aquí)
y un largo etcétera; pero también crear la necesidad de leer y
escribir, mediante la correspondencia, los mensajes misteriosos,
carteles por todas partes… pero desde luego, lo que no hace que la
lectura y la escritura sea más atractiva a los niños es copiar palabras
que carecen de sentido para ellos. La mayoría de los pequeños hace
muchas fichas en el colegio donde podemos comprobar que saben escribir
palabras completas. Pura fachada: la mayoría de veces son palabras
copiadas de la pizarra, que, insisto, porque es lo más importante,
carecen de sentido para ellos, más allá de ser varios simbolitos que les
obligan a escribir juntos, y que no pueden hacer de otra forma porque
estará mal, aunque no entiendan por qué. Así se aprende a leer y
escribir a los 4 años. ¿Dónde queda el respeto por la escritura
espontánea que se enseña en la universidad? ¿Y el aprendizaje
significativo? ¿Y las experiencias o descubrimientos? Yo no los
encuentro.
Entonces, ¿por qué se hace así?
Pues he tenido conversaciones serias
sobre a qué edad debe aprender a leer o escribir un niño con personas
pertenecientes a diferentes ámbitos, y lo que detecto es que nos echamos
la culpa los unos a los otros. Probablemente porque, en mayor o menor
medida, y aunque nos cueste reconocerlo, todos somos algo responsables
de esta situación.
Por una parte, los propios maestros de Educación Infantil
le damos mucha importancia a la lectoescritura y a la numeración, muy
por encima de otras destrezas básicas que siempre reivindicamos pero que
luego no solemos poner en práctica. Nos podemos escudar en lo que
queramos, pero la última palabra la tenemos nosotros, y deberíamos
utilizarla en beneficio de los niños.
En segundo lugar, tenemos a las editoriales,
que también le dan muchísima importancia a que los niños sepan leer y
escribir al acabar la etapa, y para los maestros es mucho más cómodo
utilizar una editorial que trabajar según su propio criterio, que da
mucho más trabajo. Pero quizás también podríamos presionar un poco en
este sentido.
Además, los maestros de primaria,
consideran que no es su trabajo enseñar a leer y a escribir, quieren
que les lleguen lectores, algo que, por cierto, no cuadra con el hecho
de que la Educación Infantil, hasta ahora, no tiene carácter
obligatorio. Pero, ¿es mejor que les lleguen malos lectores o que creen
buenos lectores?
También es verdad que la propia etapa de primaria está diseñada para lectores
desde su mismo inicio. Los libros son para lectores, las destrezas que
se espera que los niños adquieran requieren que los niños sepan leer
desde el inicio… todo esto es la misma cultura de la velocidad, que ha
llegado a la administración y a la escuela, y sigue sin casar con que la
etapa de Infantil no sea obligatoria.
Y por último, las familias,
en general, también presionáis en este sentido. Tendéis a comparar
colegios según si sus alumnos aprenden o no a leer y escribir, y
establecéis como positivo el hecho de aprenderlo, y además cuanto antes
mejor. De hecho los maestros muchas veces nos escudamos en que las
familias “lo pedís”. Y que conste que lo entiendo, yo también lo veía
desde ese punto de vista hasta que empecé a interesarme realmente por el
tema, y ahora tengo una visión totalmente distinta.
Así que es evidente que todos los
ámbitos que participan de la educación de los niños tienen, como decía,
algo de responsabilidad en la forma en la que se enseña a leer y a
escribir en la mayoría de las escuelas españolas, y por tanto en la
prisa que les metemos a los niños para que adquieran rapidito la
habilidad de la lectoescritura. Pero de nada sirve culparnos. Si todos
tenemos algo de responsabilidad, es que todos tenemos que formar también parte de la solución.
Así que hagamos un ejercicio de autoevaluación, y tratemos de discernir
si nuestros actos, nuestras decisiones y nuestras críticas al trabajo
de los demás son, no sólo adecuadas, sino las más beneficiosas para los
que deben ser los protagonistas en cuestiones de educación: los niños.
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