26/11/07

Historia del Libro

1. El libro y las bibliotecas en la Antigüedad.

2. El libro y las bibliotecas medievales

3. La invención y difusión de la imprenta: los incunables.

4. La imprenta en España durante el siglo XV.

5. El libro y las bibliotecas durante el siglo XVI.

6. El libro y las bibliotecas durante el siglo XVII.

7. El libro y las bibliotecas durante el siglo XVIII.

8. El libro y las bibliotecas durante el siglo XIX.

9. El libro y la edición en el siglo XX. Situación en España. Desarrollo de las publicaciones periódicas

10. Transformación y desarrollo de las bibliotecas en el siglo XX. Movimiento bibliotecario anglosajón y su influencia en otros países.

11. La encuadernación del libro. Panorama histórico general.

12. La ilustración del libro. Panorama histórico general.

13. Técnicas de restauración del libro y del documento.

14. El patrimonio bibliográfico español. Panorama histórico. Normativa legal.

15. El futuro del libro y las Bibliotecas. Influencia de las nuevas tecnologías.

1. El Libro y las bibliotecas en la Antigüedad

El hombre ha sentido la necesidad de comunicarse desde los tiempos más remotos. En un principio, la comunicación entre los seres humanos era exclusivamente oral, aunque pronto, la aparición de sociedades complejas hizo nacer la necesidad de establecer un sistema de comunicación más amplio que superara las barreras del tiempo y del espacio. Así nacieron las primeras formas de lenguaje no hablado, que se manifestó en forma de símbolos y señales acordados de antemano: es el caso de los nudos en las cuerdas, de las muescas en los palos y de algunos dibujos y símbolos en paredes y cuevas. La aparición de la agricultura y la ganadería dio como resultado sociedades con excedentes de producción, lo cual originó la necesidad de intercambiar y almacenar productos, con lo cual la estructura social se complicó y también los procesos desarrollados por sus miembros. El sistema de comunicación basado en símbolos debió buscar instrumentos más perfectos y así nacieron los sistemas de notaciones complejos, que precedieron a la escritura.

Mesopotamia.

Fue precisamente en una sociedad agraria compleja, la antigua Mesopotamia, donde, según todos los indicios que se poseen en la actualidad, nació la escritura. Los restos más antiguos encontrados datan del segundo milenio, en Sumer. Se trata de tablillas de arcilla, material muy abundante en la zona, sobre las que se escribía con punzones cuando aún estaba húmeda, y posteriormente se secaban al sol o se cocían, si el documento era de especial interés. La escritura utilizada era la cuneiforme, modelo que se utilizó durante más de dos mil años para diversas lenguas, y que sobrevivió a varias culturas: la sumeria, la acadia, la babilónica -amorita y caldea-, la asiria...La escritura cuneiforme tuvo un origen logográfico-silábico.

Parece ser que el nacimiento de la escritura se debió a motivos comerciales: la necesidad de llevar una contabilidad detallada de los intercambios internos y externos de la comunidad. Pocas personas dominaban la escritura, por lo cual los escribas gozaban de un gran poder político y social. Ello se explica si se entiende que eran los depositarios de todos los testimonios de transacciones y otros actos administrativos que se llevaban a cabo. Los escribas formaban una casta aparte, ligados al templo y al palacio real. Era aquí donde se conservaban las tablillas, en cajas embreadas que se guardaban en nichos excavados en los muros. Las tablillas se identificaban por el colofón, en el cual se indicaba la materia tratada, el número de tablillas que lo componían y en algunos casos, quien y para qué se había ordenado elaborar el documento. Los temas tratados eran preferentemente administrativos y económicos, aunque fueron depositarias de todo tipo de temas, y se guardó en ellas el saber de época: ciencias, matemáticas, astrología, medicina, etc., así como textos legales y literatura épica y ritual. Sin embargo, no se utilizaron para guardar testimonios de creación lírica, narrativa o dramática, los cuales se transmitieron por vía oral hasta épocas muy tardías.

Durante muchos siglos se ignoró la existencia de esta escritura: tanto es así que cuando se realizaron los primeros descubrimientos se pensó que aquellos signos eran meramente ornamentales, y su interpretación resulto ardua. Actualmente se conocen más de un millón de tablillas, procedentes de diversos yacimientos de Oriente Medio -este sistema de escritura llegó hasta la zona oriental de la actual Rumanía. Las más famosas bibliotecas fueron la de Ebla y la Asurbanipal en Nínive.

Egipto.

El antiguo Egipto contó con un soporte de escritura muy valioso: el papiro. El papiro se elaboraba a partir de una planta que crece abundantemente en las orillas del Nilo, de la cual se extraían unas fibras que posteriormente se prensaban y se disponían formando una especie de tejido, sobre el cual se escribía. El papiro tenía la ventaja de ser más fácil de utilizar, manejable y transportable. Sobre el papiro se escribía con tinta fabricada a partir del hollín y la cola, y pronto dispusieron de más de un color de tintas, lo cual favoreció la aparición de las ilustraciones. Los papiros se pegaban unos a otros y se guardaban enrollados formando volúmenes. Se escribía en columnas, en el recto de la página.

La escritura egipcia era la jeroglífica, aunque también pasó por varias etapas en su evolución. La religión, basada en el culto a los muertos y en la creencia de una vida posterior donde existían determinadas reglas, favoreció la proliferación del Libro de los Muertos, especie de guía del Más Allá, lo cual propició extraordinariamente el uso de la escritura. En realidad, esta era una técnica reservada a los escribas, personajes ligados a los templos, de gran prestigio y poder.Además del Libro de los Muertos, se redactaron tratados legales, textos administrativos, cuentas, documentos científicos, etc.

Los volúmenes se guardaban en estuches de cuero y éstos en cajas de madera y ánforas. Los archivos eran llamados Casas de los Libros y las bibliotecas, Casas de la Vida. Unos y otras se situaban en los templos y los palacios reales. También hay que destacar por su importancia las escrituras murales, existentes en templos y tumbas, en las cuales se narraban los hechos de la vida del difunto, aunque generalmente de forma exagerada. Las escrituras murales eran frescos o grabados en piedra, cuando respondían a un fin propagandístico o conmemorativo.

El Alifato.

En la zona oriental donde se asentaban Siria, Fenicia y Palestina se establecieron ya en el II milenio pueblos nómadas procedentes de Arabia que se mezclaron con la población autóctona. Pronto se organizó un sistema económico que, aunque basado fundamentalmente en la agricultura y la ganadería, explotaba de forma creciente el comercio terrestre y marítimo. Las necesidades de tipo comercial de estos pueblos, libres de las rigurosas tradiciones milenarias de Mesopotamia y Egipto, favorecieron la aparición de un nuevo sistema de escritura. Este sistema partía de la simplificación de la escritura cuneiforme, contaba con el reconocimiento del alfabeto fonético y terminó dando como resultado un alfabeto consonántico, según parece a partir de uno silábico. Se ignora por completo las razones que llevaron a elegir unos signos determinados, aunque en algunos se les supone la procedencia. De cualquier modo, las actividades comerciales cada vez más intensas extendieron pronto el alfabeto a diversas partes del orbe conocido. El alifato se dividió en dos: el fenicio y el arameo, de los que más tarde derivaron los alfabetos más utilizados en el mundo -excepto chino y japonés.

Los documentos más antiguos son inscripciones conmemorativas, epitafios, sellos, etc., generalmente ostraca escrita con tinta. En los alrededores del final del I milenio aparecen papiros y pieles, como muestran los restos encontrados en la isla Elefantina y el Mar Muerto. También utilizaron tabletas de arcilla y la escritura cuneiforme, como puede observarse en la biblioteca de Ebla.

Grecia.

Fue en Grecia donde el libro adquirió por primera vez su verdadera dimensión. Ello estuvo favorecido por varias circunstancias, entre ellas la aparición de la escritura alfabética, lo cual facilitaba extraordinariamente la técnica de escribir, y la hacía alcanzable para cualquier persona. Por otra parte, el sistema de la democracia griega permitía a cualquier ciudadano libre participar en el gobierno de la nación, siempre y cuando supieran leer y escribir. Así pues, la enseñanza se extendió, y llegó, no sólo a los niños a través de las escuelas y los pedagogos, sino también a los adultos a través de los sofistas y de los centros de estudio e investigación: la Academia de Platón, el Liceo de Aristóteles, la Escuela Hipocrática de Cos y otros muchos círculos donde se discutía y se trataba de filosofía, de ciencia, de medicina, de religión. Por vez primera, las bibliotecas dejan de ser exclusiva de los templos para aparecer en las casas particulares formando parte de la vida cotidiana.

Todo ello dio como resultado la difusión del libro y la lectura. Los textos, cuyo soporte era el papiro, importado de Egipto, eran copiados por esclavos sin sueldo, muchos de los cuales estaban también dedicados a la enseñanza. Los materiales escriptóreos eran tintas de composición similar a la egipcia y el cálamo, especie de caña de punta afilada que se utilizaba a modo de pluma. Para la enseñanza se utilizaban también tablillas enceradas sobre las que se escribía y se podía volver a borrar.

La biblioteca de Alejandría.

De entre todas las bibliotecas conocidas en la Antigüedad, sin duda la mejor y más célebre fue la Biblioteca de Alejandría. Fundada por los Ptolomeos, quienes se habían hecho cargo de Egipto a la muerte de Alejandro Magno, era en realidad un centro de estudios superiores, donde se dieron cita los más destacados sabios de la época. Allí, liberados de toda preocupación económica, se pudieron dedicar libremente al estudio y a la investigación, dirigidos siempre por un sabio de prestigio. La biblioteca de Alejandría constaba de dos partes: una instalada en el templo de Serapis (Serapeo) y otra instalada en el de las Musas (Museo), la más importante. Sobre la biblioteca de Alejandría han circulado multitud de leyendas. Calímaco, uno de sus directores, que elaboró una especie de catálogo de las obras existentes -los pinacles-, llegó a afirmar que poseía 500.000 volúmenes. En realidad debieron ser unos 50.000, lo cual equivalía a unos 10.000 títulos.

La biblioteca de Alejandría sufrió numerosos avatares a lo largo de su historia. Ni siquiera está bien documentada su desaparición, que los cristianos achacan a los árabes y éstos a los cristianos. En realidad, parece probable que fuera destruida en tiempos de la dominación de Teodosio, en el siglo IV d.C.

Roma.

El libro romano es una réplica del griego. Las relaciones comerciales y coloniales con Egipto facilitaron el suministro abundante de papiro, que fue el soporte más utilizado, aunque también se usaron las tablillas enceradas, sobre todo para anotaciones breves y para la enseñanza. Sin embargo, Roma conocerá una serie de cambios decisivos en la elaboración y difusión del libro, algunas de las cuales llegarán hasta nuestros días.

El primero de estos cambios es la comercialización del libro, que dará lugar a la aparición de librerías editoriales, con esclavos dedicados a la copia de textos y capaces de organizar verdaderas campañas de publicidad, tales como lecturas públicas, para dar a conocer las novedades. La posesión de bibliotecas adquirió pronto gran prestigio social, como lo prueba el hecho de que Séneca recriminara a ciertos patricios su vanidad por instalar libros que nunca leían hasta en los baños, con el fin de aumentar su consideración social. La escritura se hizo cotidiana: se escribía en el Senado, en las campañas militares y en la vida doméstica, y se tomaron numerosas bibliotecas como botín de guerra.

Pero además aparecieron bibliotecas públicas, de titularidad estatal. Las más importantes de ellas eran las bibliotecas Octaviana y Palatina, creadas por Augusto, y la Biblioteca Ulpia, del Emperador Trajano. Al frente de las bibliotecas públicas estaba el Procurator Bibliotecorum y al cargo de cada una de ellas existía un director, asistido por esclavos ayudantes.

Otro cambio importante fue la aparición del códex, que no era más que una disposición diferente de los textos, y que tenía su origen en la unión de dos o más tablillas unidas por uno de sus lados. Existieron muchos tipos de códex, según su tamaño y el uso a que fueran destinados. El códex, como alternativa al volumen encontró cierta resistencia, pero la preferencia de los juristas y de los cristianos por este tipo de documento, por su facilidad de consulta y cita, decidió su futuro para siempre. En realidad, el códex es el antecedente inmediato del libro actual.

El pergamino.

Otro descubrimiento de interés capital fue el del pergamino como materia escriptórea. La leyenda lo hace nacer en Pérgamo, donde sus reyes mantenían una famosa biblioteca, rival de Alejandría. Siempre según la leyenda, Egipto prohibió la exportación de papiro con el fin de dificultar la expansión de la biblioteca de Pérgamo. Los habitantes de esta ciudad se vieron entonces obligados a buscar nuevos materiales, dando así con las pieles curtidas de cabra, vacuno u oveja. En realidad, el pergamino se había utilizado mucho antes, aunque de manera esporádica, en Grecia y en Roma.

El pergamino presentaba notables ventajas sobre el papiro: se puede escribir en ambos lados, borrar y reescribir (palimpsestos), es resistente y transportable. El pergamino, presentado en forma de códice, será el soporte más habitual de la escritura en el Occidente europeo durante más de mil años.

2. El libro y las bibliotecas medievales

Los últimos tiempos del Imperio Romano estuvieron marcados por la decadencia económica y social, lo cual provocó un deterioro en la calidad de vida y permitió el flujo de inmigrantes procedentes de zonas más pobres y atrasadas que se acercaban a la metrópolis atraídos por una vida mejor y una cultura superior. A la muerte de Teodosio el Imperio se dividió entre Honorio y Arcadio, que establecieron sus capitales en Roma y Constantinopla. El Imperio Romano de Oriente, en posesión del legado cultural griego y menos afectado por las oleadas humanas procedentes de los pueblos bárbaros, conservó mejor sus características culturales y durante algunos siglos pudo mantenerse en un aceptable grado de prosperidad y riqueza: de fronteras más herméticas, mantuvo siempre una actitud más conservadora que Occidente, obligada al cambio por las circunstancias.

De esta manera, en un corto espacio de tiempo, todo el sistema cultural y educativo romano se había venido abajo, sin que fuera sustituido por otro, ya que las culturas de origen de los pueblos invasores eran, no solo inferiores, sino fragmentarias. Como consecuencia, Europa occidental sufrió una época de recesión económica y cultural. Sin embargo, las aspiraciones culturales de los vencedores no fueron nunca imponer su cultura, sino más bien imitar la del vencido, la cual admiraban y consideraban superior: de esta forma, las elites cultas de la época eran de formación greco-latina, y eran ellos quienes marcaban el modelo a seguir.

La Alta Edad Media.

Los esfuerzos más destacados en este sentido solían venir de personas o grupos muy reducidos. Entre estas personas cabe destacar a Boecio, llamado a la corte de Teodorico, y que más tarde fue acusado de conspiración y condenado a muerte, en espera de la cual escribió De consolatione philosophia, y a Casiodoro, compañero suyo y que, advertido por la suerte de Boecio, abandonó la corte y creó en el sur de Italia un centro de jóvenes patricios dedicados al estudio del latín y al mantenimiento de su pureza. Serían estos los últimos intelectuales medievales laicos: a partir de aquí, la cultura quedará en manos de la Iglesia y ello le dará un sesgo definitivo que señalará las características propias de la Alta Edad Media.

En esta época se pone de moda entre los jóvenes cultos de familias patricias instalarse lejos de las ciudades formando pequeños grupos dedicados a la oración y al estudio: son los monajos, monjes, que durante los siglos VI, VII y VII florecerán en toda la cuenca mediterránea, sobre todo en la occidental. Uno de estos monjes es San Benito, quien se retiró a las ruinas de una antigua residencia de Nerón y fundó allí el monasterio de Monte Cassino. Pronto aumentaron sus seguidores y, dado que las comunidades se componían siempre de un pequeño número de miembros, no tardaron en crearse otros centros de retiro. Con el fin de mantener la unidad entre las diferentes comunidades surgidas todas de un mismo tronco común, San Benito elaboró una serie de normas que constituyeron las reglas de la orden y que tendrían una importancia decisiva en la actitud de los monjes y de los centros monacales durante la Edad Media. San Benito le daba una importancia fundamental al libro, a la lectura y a la copia y conservación de manuscritos: ordenaba de forma detallada las horas que debían dedicarse al estudio y la lectura, y como se organizaría el trabajo en los monasterios para poder satisfacer la demanda constante de manuscritos.

Irlanda, evangelizada por San Patricio también ejerció una considerable influencia sobre la cultura altomedieval europea. Su alto grado de evangelización le permitió enviar monjes con funciones misioneras y de predicación al continente, los cuales a su vez fueron fundadores de monasterios, tales como San Columbano, fundador del monasterio de Bobbio, y su discípulo Galo, fundador de Saint Gall. Los ingleses, re-evangelizados por los irlandeses también enviaron apóstoles al continente, tales como Beda el Venerable, considerado el hombre más culto de su tiempo y San Bonifacio, fundador del monasterio de Fulda.

Los libros se copian en los monasterios, con el fin casi exclusivo de satisfacer la demanda interna: fuera de allí casi nadie sabía leer, ni siquiera el bajo clero -se recurría a la iconografía para enseñar las bases de la Religión o la Historia sagrada-, y la cultura del pueblo era oral. Los nobles eran analfabetos y en el mejor de los casos tenían a algún lector o copista en su corte con el fin de que prestara sus servicios cuando estos fueran necesarios. La práctica desaparición del comercio y la decadencia económica tuvo consecuencias funestas para el libro y la cultura: los pergaminos escasean, con lo cual se ven obligados a borrar los antiguos para reescribir encima (palimpsestos), de lo cual quedan numerosos ejemplos, tales como el Codex Ovetense o el De republica de Cicerón conservado en la Biblioteca Vaticana. La incomunicación entre los diferentes centros culturales dio como resultado, entre otras cosas, el abandono de la letra romana y la aparición de letras nacionales: merovingia, visigótica, etc. Además, los monasterios eran autosuficientes: desde la cría del ganado para obtener pergaminos hasta la encuadernación del libro, allí se realizaban todas las operaciones correspondientes. Los pasos a dar en la fabricación del códice medieval eran los siguientes:

Preparación de la piel para ser utilizada como soporte: secado, raspado, pulimentado, etc.

Pautado: rayado horizontal, márgenes y columnas, al principio por el sistema de punta seca, más tarde con punta de grafito.

ü Copia del texto. El comienzo se indicaba con el incipit, el final de cada cuadernillo con los reclamos -palabras con las que empezaba el cuadernillo siguiente-, y al final del texto se escribía el colofón, indicado cómo, por qué, por quién, cuando se había hecho el manuscrito y otros datos de interés.

ü Rubricación: inscripción de iniciales y títulos.

ü Miniado: dibujo e iluminación de los motivos ornamentales e ilustrativos.

ü Foliación (siglo XII) y paginación (siglo XV).

ü Encuadernación.

La mayoría de los monasterios tenían talleres de copia llamados Scriptorium, al frente del cual había un monje especializado, mientras que el Librarium era el director de la biblioteca monacal. La mayoría de los textos eran de temática religiosa, aunque dentro de ello existía una gran variedad de manuscritos, tanto en cuanto a contenido -evangeliarios, comentarios de los Santos Padres, etc-, como por el uso -libros de horas, cantonales, etc.

A finales del siglo VIII, Carlomagno se propuso la tarea de la unificación cultural de Europa, sentando las bases de lo que luego fue llamado el Renacimiento Carolino. Fundó varias escuelas para el estudio y la formación de los hijos de los nobles -entre ella la escuela palatina de Aix-la-Chapelle (Aquisgrán)-, se rodeó de sabios que lo asesoraran y comenzó la tarea de la recuperación de los autores clásicos y de la cultura latina en general. Con el fin de organizar de forma centralizada su reino, se creó una letra, la carolina, que se hizo obligatoria en todos los documentos oficiales y que supuso el primer paso para facilitar los intercambios y los contactos con centros de diversas regiones. El renacimiento carolino no sobrevivió a su fundador, aunque algo más tarde se reprodujo en tiempos de Otón I, época en la destacaron San Bruno y el Papa Silvestre II, interesado por la cultura árabe. Finalmente, en el siglo X se inicia la reforma cluniacense, que entraría en España por el monasterio de San Cugat del Vallès y que tuvo consecuencias decisivas en las nuevas orientaciones de la Iglesia, sumida por entonces en el caos y la anarquía.

España, mientras tanto, no había permanecido al margen de toda estos cambios. Invadida por los visigodos, pueblo más culto que otros invasores europeos, supieron respetar y asimilar la cultura de los patricios hispanorromanos, que siguieron siendo la reserva cultural de la península. Así pues, mientras Europa se hundía en la ignorancia y el retraso, en España existían focos de notable actividad intelectual, tales como Mérida, Toledo, Córdoba, etc. Tenían una letra propia, la visigótica, de gran claridad y precisión, que nada tenía que envidiar a la carolina. De hecho, ésta no entró en España hasta el siglo XII, cuando Alfonso VI casa a sus hijas con los duques de Borgoña. los cuales llegaron acompañados de sus séquitos e impusieron las modas francesas en la corte: modas que en algunos casos terminaron imponiéndose por la fuerza de los decretos.

De las élites culturales hispanorromanas surgieron personajes como San Leandro y su hermano San Isidoro, cuyas Etimologías recogían de forma enciclopédica el saber de su tiempo, y fue uno de los libros más copiados e influyentes de la Edad Media; San Braulio, discípulo de San Isidoro, San Genaro y San Fructuoso que fundaron cenobios en el norte de Castilla y León, el arzobispo Mausona y, en fin, tantos otros que se situaban realmente entre a la avanzadilla cultural de su época. En los siglos VII-VIII se conoce un renacimiento religioso y cultural: prueba de ello son el Codex Ovetensis, palimpsesto misceláneo y sobre todo el Pentatéuco de Ashburaham, propiedad del Lord del mismo nombre, que muestra claras influencias norteafricanas en su realización. Pero tal vez el fenómeno más interesante sea el de los Beatos, comentarios al Apocalipsis de San Juan recogidos por el Beato de Liébana, el cual había adquirido renombre por su obra Adversus Elipandus. Los Comentarios fueron copiados en múltiples ocasiones, ya que parecía encajar muy bien con el espíritu de la época. A final de la Alta Edad Media, con la Península prácticamente invadida por los musulmanes, comienza a despertarse el interés por la cultura árabe y se hacen traducciones de algunas de sus obras más destacadas. Merecen mencionarse a Juan de Sevilla, Domingo Gundisalvo y Gerardo de Cremona que tradujeron las obras de Al-Juarismi, el cual difundió por el mundo occidental la numeración arábiga; también fueron famosos los centros de traducciones de Toledo y Sicilia.

La Baja Edad Media.

En torno al siglo XI-XII la vida económica comienza a dar muestras de recuperación, se restablece el comercio y la agricultura se vuelve más floreciente. Al existir excedente de producción, el trabajo se especializa y diversifica, desapareciendo el campesinado autárquico. Comienzan a surgir artesanos independientes que se instalan preferentemente en las ciudades, las cuales conocen un aumento de población considerable. Es la época de las grandes feria y de la aparición de la burguesía como nueva clase social: una clase social más rica, culta e independiente. El analfabetismo retrocede, ya que los nuevos profesionales necesitan libros para ejercer sus profesiones y poco a poco comienzan a aparecer las escuelas catedralicias, primer paso para alejar la exclusiva de la cultura de manos de la iglesia. Por otra parte, las traducciones del árabe devuelven en muchos casos al mundo occidental a sus propios clásicos, perdidos en múltiples ocasiones y recuperados a través de las bibliotecas árabes y bizantinas, y al mismo tiempo favorecerán los estudios de determinadas ciencias, tales como la botánica, las matemáticas o la medicina.

Las escuelas catedralicias se transformaron pronto en las primeras universidades: París, Bolonia, Lovaina, Oxford... En España la primera fue la de Palencia (1212) seguida por Salamanca. A la sombra de las universidades aparecen los estacionarios, los cuales se encargan de manera profesional de la copia y distribución del libro que había experimentado una fuerte aumento en la demanda: el libro se comercializa. Los estacionarios recurren al procedimiento de copiar los libros por pecias, lo cual les permite distribuirlos entre varios copias que aceleran enormemente el proceso de su elaboración. La producción del libro para uso de la Universidad estaba muy cuidada en relación a su contenido y presentación: Alfonso X se ocupa incluso de insistir en la necesidad de que existan estacionarios en todas las universidades y tengan ejemplares buenos y cuidados. Los libros, además se prestan y se alquilan: aparecen las primeras bibliotecas privadas, reales, universitarias. El interés de los estudios y los contenidos del libro se alejan de la religión para empezar a preocuparse por otras materias: ciencias, derecho, literatura...La letra gótica, más sencilla de leer termina por abrirse paso y los textos se llenan de abreviaturas, al tiempo que se comienza a escribir en lenguas vernáculas. Finalmente, la aparición del papel de la mano de los árabes, que instalaron la primera fábrica de Europa en Játiva (1100) dará un impulso definitivo a la fabricación del libro, aunque este material será acogido con recelo al principio y tardará aún un tiempo en afianzarse.

La ilustración.

Existieron en la Edad Media varias escuelas de ilustradores: las más notables son la merovingia, caracterizada por trazos estilísticos con pocas tintas, la irlandesa, típica por sus iniciales entrelazadas, la visigótica, famosa por sus representaciones del ser humano y la mozárabe, influida por los gustos orientales. También existen los códices áureos y argentáreos, realizados con letras de oro y plata, respectivamente, frecuentemente con fondo púrpura, de origen bizantino. En la Baja Edad Media se impone el gusto francés, exquisitas representaciones de escenas cuyas características más sobresalientes son la utilización del lapislázuli para dar color al cielo y las orlas de diminutos motivos vegetales.

Las bibliotecas.

Las bibliotecas durante la primera Edad Media se encontraban casi exclusivamente en los monasterios: Monte Cassino, Fulda, Ripoll, Santa María de la Huerta, etc. En Europa oriental deben destacarse las importantes bibliotecas de los monasterios bizantinos, especialmente el del monte Athos. Durante todo este tiempo el libro tuvo carácter de cosa sagrada. Ya en esta época aparecen tratados sobre la organización de las bibliotecas, generalmente sistemas para su clasificación o listas de libros.

Las bibliotecas árabes conocieron un auge notable, tanto por la elevada alfabetización del mundo musulmán de entonces -su cultura, basada en el Corán, considera como deber del creyente enseñar a leer y escribir como medio de difundir la palabra de Dios-, como por su conocimiento del papel, conocido por ellos a través de los artesanos de Samarcanda desde el siglo VIII. Las bibliotecas más famosas fueron la de Harun-al Raschid en Bagdad y la de Al-Hakein I en Córdoba. Además, la mayoría de las mezquitas disponían de una biblioteca de mayor o menor envergadura y una escuela coránica donde se enseñaba la lectura a partir del recitado del Corán.

Las bibliotecas universitarias difundieron el libro de forma mucho más eficaz, pero en cambio originaron el abandono de las antiguas bibliotecas monacales -Richard de Bury en el Philobiblion se queja del abandono en que estas se encuentran. El final de la Edad Media marca la ruptura definitiva con la religión como centro de la cultura humana y el regreso a los clásicos. En esta época se comienzan a formar excelentes bibliotecas privada y aparece la figura del bibliólogo: merece la pena destacar la figura de Petrarca, que no solo formó la biblioteca privada más importante de su época sino que se preocupó por depurar a los clásicos latinos de los errores que a los largo de los años se habían deslizado en la copia de sus libros.

3. La invención y difusión de la imprenta: los incunables.

La imprenta es cualquier medio mecánico de reproducción de textos en serie mediante el empleo de tipos móviles. Es diferente a la xilografía, grabado en madera sobre una sola plancha. Ambos son inventos chinos, aunque estos no llegaron a extraer a la imprenta todo el rendimiento que era capaz de ofrecer. De cualquier modo, y dada la incomunicación existente entre Oriente y Occidente, puede considerarse que su re-invención en el siglo XV es su verdadero punto de partida, ya que será entonces cuando alcance las dimensiones que de ello cabía esperar.

Precedentes.

Muchos países se atribuyen para sí la gloria de la invención de la imprenta. Los holandeses mantienen que su inventor fue Coster, en la ciudad de Haarlem, mientras los franceses aseguraron durante años que la imprenta era un invento de los orfebres de Estrasburgo. En realidad, hacía tiempo que se conocía en Europa la prensa y las aleaciones de los metales necesarios para la fabricación de los tipos móviles: pero fue necesario el genio creativo de quien supo combinar diferentes ideas para ofrecer un producto nuevo para que el descubrimiento echara a andar.

También debe considerarse como precedente inmediato de la imprenta el libro xilografiado, realizado generalmente a partir de dibujos que se podían colorear posteriormente. Las obras xilografiadas llegaron a alcanzar una relativa popularidad a finales de la Edad Media, especialmente para barajas, juegos y algunos libros de fábulas, así como para la famosa Biblia pauperum o Biblia de los pobres, realizada a base de dibujos y de gran difusión entre las clases populares.

Johann Gutenberg.

Fuese quien fuese el descubridor, parece estar reconocido en la actualidad de forma prácticamente universal que fue Gutenberg el primer impresor, al menos, el primer impresor conocido. Ello no excluye que con anterioridad se hubieran llevado a cabo experimentos en este campo: en efecto, todo parece indicar que así fue y probablemente, Gutenberg supo aprovecharse de estas experiencias en las que también participó activamente.

Pertenecía Gutenberg a la familia de los Gensfleisch -Gutenberg era un apodo-, famosos orfebres de Maguncia. Apenas se sabe nada de su vida, y las noticias que han llegado hasta nosotros no son directas, sino que proceden de los múltiples procesos en los que se vio envuelto y que a veces nos permiten reconstruir sus pasos o suponer ciertos hechos con bastantes probabilidades de acertar. Por estos indicios se sabe que estuvo desterrado en Estrasburgo, donde entró en contacto con orfebres con los cuales mantuvo una serie de extrañas relaciones que parecían ir encaminadas hacia la experimentación de algún descubrimiento pero que terminaron en pleito. De vuelta a Maguncia monta su taller con ayuda del banquero Johann Fust y en 1450 aproximadamente publica su primera obra, la llamada Biblia de las 42 líneas o de Mazarino, por haberse encontrado el primer ejemplar en la biblioteca de este cardenal. La Biblia se compone de dos volúmenes y las páginas tienen cuarenta y dos líneas -de ahí su nombre- y dos columnas y están escritas con letra gótica. Se tiran 150 ejemplares en papel y 50 en pergamino: se conservan unos 46 o 47 -los autores no se ponen de acuerdo en este punto. Es la única obra que se considera completamente suya sin duda, aunque no lleva marca de imprenta, firma ni fecha o lugar de publicación.

Poco tiempo después Fust plantea un proceso contra Gutemberg a causa de las deudas de este, y en pago a sus créditos consigue quedarse con los talleres. Asociado con Schoeffer, antiguo copista, dibujante y grabador de iniciales de Gutenberg, y ambos publican en 1457 una colección de Salmos conocida con el nombre de Salterio de Maguncia, primer libro con fecha de impresión, nombre de los realizadores y hasta marca de imprenta -los escudos con las iniciales de sus impresores colgando de una rama de árbol. La asociación entre Fust y Schoeffer continúa hasta 1470 año en que muere Futs; Schoeffer siguió publicando hasta 1502-3.

Por su parte Gutenberg vuelve a rehacerse y montar un nuevo taller en el que publica la Biblia de las 36 líneas, obra que tampoco lleva nombre de realizador y sobre la cual no existe unanimidad en considerarla obra suya. De cualquier modo, la Biblia de las 36 líneas es sensiblemente de inferior calidad que la de la Biblia de las 42 líneas. Según parece, Gutenberg aún se vio envuelto en nuevos procesos por motivos económicos y terminó sus días en pobreza protegido por el arzobispo de Maguncia.

Condiciones de la aparición de la imprenta.

Si un invento como el de la imprenta apareció en esta época y no en otra anterior no se debió en absoluto a una casualidad, sino a una serie de circunstancias que favorecieron e hicieron posible su descubrimiento. Estas circunstancias fueron:

a) Aumento de la demanda del libro gracias a una mayor alfabetización de la población, al papel de las universidades y centros de estudios, a las inquietudes religiosas de la época y a la curiosidad e interés por la investigación del hombre renacentista.

b) Incremento del poder adquisitivo de los europeos, que se beneficiaban de las nuevas rutas comerciales abiertas y en plena expansión. La imprenta también se beneficiaría de las rutas comerciales europeas para su difusión por todo el continente.

c) Avances en los conocimientos sobre metales y sus aleaciones, que permitieron encontrar las fórmulas adecuadas para la fabricación de punzones y matrices, así como las tintas capaces de imprimir sin engrasar el papel o traspasarlo.

d) Aparición de la industria del papel, que comienza a vencer al pergamino desde 1350. El pergamino era muy grueso para poder ser utilizado con facilidad por las prensas y no era lo suficientemente plano para que la impresión se hiciera bien. Por otra parte, al multiplicarse vertiginosamente el número de libros se habría llegado en poco tiempo a la extinción de las especies que abastecían el mercado de pergaminos.

e) Cambio en la mentalidad del hombre, en el concepto de ciencia, que se hace más amplio y experimental y en los métodos de trabajo que ahora permiten el ensayo y la experimentación en busca de nuevas metas.

Los incunables: características de los primeros libros impresos.

Se llaman incunables (del latín incunabulum, cuna) los impresos en caracteres móviles desde los orígenes del arte tipográfico hasta 1500 inclusive. El término latino, aplicado a una categoría de libros, fue empleado por primera vez por el librero holandés Cornelio van Beughem en el repertorio que tituló Incunabula typographiae (Amsterdam, 1688). La toma de esta fecha como punto divisorio no deja de ser arbitraria, ya que los libros impresos de los primeros años del siglo XVI no dejan de presentar las mismas características que los incunables y porque la imprenta no apareció ni se desarrolló al mismo tiempo en todos los países.

Las características más señaladas de los incunables son:

a) Imitación de los manuscritos. Los primeros libros impresos trataron de parecerse todo lo posible a los manuscritos, ya que esta era la forma de libro a que el hombre del siglo XV estaba acostumbrado. Así, utilizan la letra gótica, abreviaturas -aunque nada las hacía necesarias-, los incipts, etc. Las iniciales se dejaban en blanco con el fin de que fueran realizadas más tarde por especialistas: no es difícil encontrar incunables donde las iniciales no se llegaron a poner nunca. También carecían de portada: la primera es la del Calendario de Regiomontano, en 1470, aunque algunos autores mantienen que al primera portada data de 1500.

b) Se impone la letra romana, de la mano de los humanistas italianos, más legible y fácil de entender. Poco a poco se van abandonando las abreviaturas.

c) Las primeras ilustraciones se hacen xilografiadas. El primer libro con ilustraciones xilografiadas es una colección de fábulas de Albert Pfister (Bamberg, 1461).

d) La lengua mayoritariamente utilizada es el latín (45%), seguida del italiano, alemán, francés, inglés y español.

e) Los temas son religiosos en el 45% de los casos. Le siguen los temas de literatura (30%), clásica, medieval y contemporánea y el resto se reparte entre diversas materias.

A final de siglo se habían impreso unos 10.000 títulos, lo cual indica la velocidad con que la imprenta se extendió por Europa.

Difusión de la imprenta.

En la difusión de la imprenta se aliaron dos factores ajenos por completo a ella: las guerras civiles en Alemania y el auge experimentado por las rutas comerciales europeas, verdaderos caminos de intercambio de bienes materiales y culturales.

En 1460 estallan las revueltas civiles en Maguncia. El arzobispo es depuesto por el Papa por desobediencia y es enviado Adolfo de Nassau a tomar la ciudad. La mayoría de los impresores se ven obligados a huir y los talleres se disuelven. Los primeros tipógrafos se instalan en otras ciudades alemanas (Colonia, Spira, etc). Otros, por el contrario, viajan al extranjero, sobre todo siguiendo la ruta transalpina que los lleva a Francia y a la próspera Italia. Entre estos se encuentran los tipógrafos Schweynheim y Pannartz, que en 1464 se instalan en el monasterio de Subiaco, donde era abad el español Juan de Torquemada, el cual les anima a montar allí sus talleres: será el primero que se instalará fuera de Alemania. El primer libro impreso parece ser que fue un Donato, del cual no quedan rastros ni ejemplares, cosa lógica si se tiene en cuenta que era un libro de texto para el aprendizaje de la gramática latina. Después el De oratione de Cicerón, sin fecha, un Lactancio fechado en 1465, y algunos más, ninguno de ellos firmado.

Desde allí los dos tipógrafos marchan a Roma, donde instalan su taller y publican nuevas obras, de temas religiosos o de autores clásicos, bajo la protección del Papa Sixto IV. Cuando llegaron a Roma ya se encontraba instalado allí el taller de un compatriota suyo, Ulrico Han, el cual publicó, entre otras obras las Meditationes de Torquemada (Turrecremata), primer libro donde aparece el retrato del autor vivo.

Por la misma época se instala en Venecia Juan de Spira, el cual publicó las Epistolas familiares de Cicerón y la Historia natural de Plinio. A su muerte le sucedió su hermano al frente del taller y se encargó de publicar, entre otras obras, la primera edición del Cancionero de Petrarca y la Divina Comedia. También en Venecia se instaló el impresor Ratdolt, famoso por sus iniciales y orlas grabadas en madera de sabor renacentista y por haber sido el primero en publicar un libro con portada: el Calendario de Regiomontano, en 1470.

En Francia la imprenta se inició tarde y comenzó en París y Lyon, donde inmediatamente encontró una excelente acogida: a finales de siglo había en esta última ciudad 160 talleres tipográficos. En Inglaterra fue aún más tardío: entró en 1477 de la mano de Caxton, mercader en textiles, quien instaló el primer taller en Westminster.

Poco a poco la imprenta se fue instalando en todos los rincones de Europa, aunque su expansión fue irregular: el último país al que llegó fue Grecia, donde lo hizo hace poco menos de un siglo, debido a la dominación turca, cuyo idioma no comenzó a escribirse en caracteres latinos hasta la revolución de Kemal Ataturk. Al resto del mundo la imprenta llegó de manos de los colonizadores europeos y los países árabes fueron lentos en adoptarla debido a la dificultades que presentaba su alfabeto para ser reproducido tipográficamente. En estos países se prefirió utilizar la xilografía o incluso la litografía a la imprenta hasta épocas muy tardías.

4. La imprenta en España durante el siglo XV.

Son escasas las noticias que se poseen sobre la introducción y expansión de la imprenta en España, tanto por los escasos documentos sobre los primeros impresores como por la falta de colofones explícitos. A pesar de ello, se pueden hacer algunas afirmaciones sobre las características de las primeras imprentas españolas.

A) Llegó tardíamente, en la década de los setenta, probablemente por la situación periférica de la península y por la falta de grandes universidades o de vida urbana floreciente.

B) Los primeros impresores fueron alemanes, lo cual es normal considerando que el gremio internacional estaba compuesto casi exclusivamente de ellos.

C) El camino de introducción fue Italia, según muestran los tipos utilizados en los primeros impresos, hecho comprensible por las intensas relaciones que unían a dos los dos países.

Precedentes y primeras hipótesis.

No se ha conservado ningún libro xilográfico realizado en España, aunque hay noticias de la existencia de grabados en la primera mitad del siglo y se conocen algunos de la segunda mitad, como de la confección de naipes y grabados con texto, aunque sobre planchas metálicas.

En cuanto a la imprenta, durante algún tiempo se creyó que el primer libro impreso en España fue la Gramática de Mates, impresa por Gherlinc en Barcelona en 1468, fecha que resultó ser una errata probablemente por 1488.

También se creyó durante mucho tiempo que el libro impreso más antiguo era Obres o trobes en lahors de la Verge María, que contiene 45 poesías en honor de la Virgen de María, 40 en valenciano, 4 en castellano y una en toscano, fruto de un certamen literario. El libro, impreso en 1474 por Lambert Palmart en los talleres de Jacobo Vitzlán, no fue probablemente ni siquiera el primer incunable valenciano, aunque sí parece ser el primero de motivo literario.

Lo mismo se pensó de la Etica, Económica y Política de Aristóteles, hecha por Botel, Holtz y Plank en Zaragoza o Barcelona, en 1473 o 1474. También se le atribuye el honor al Sacramental de Clemente Sánchez Vercial, impreso en Sevilla por Antonio Martínez, Alfonso del Puerto y Bartolomé Segura; el autor de la hipótesis, Pedro Vindel, atribuye la fecha de 1470, aunque carece de prueba documental alguna.

El primer incunable.

Hoy se acepta de forma general la idea de que la primera obra realizada por la imprenta española de la que se tienen noticias es el Sinodal de Aguilafuente, impreso por Juan Parix de Heidelberg en Segovia el año 1472. El documento contiene las constituciones aprobadas en un sínodo celebrado en este pueblo, para recordar a los clérigos sus obligaciones y evitar que se mezclaran en contiendas civiles. Es una obra de 48 páginas sin colofón. Según parece, un tal Juan Paris vivió en Segovia a finales del siglo, lugar donde abrió un taller en el que se imprimieron al menos ocho obras, la mayoría de las cuales se conservan en esa cuidad. Probablemente llegó allí invitado por el obispo Juan Arias de Avila, hombre acaudalado que había conseguido privilegios para establecer, bajo la superintendencia del obispado, un estudio de gramática, lógica y filosofía equivalente a una Universidad: era comprensible que quisiera completarlo con un taller de tipografía.

El hecho de que fuera Segovia la primera ciudad de la que se tenga constancia que dispuso de imprenta resulta en principio sorprendente, si se tiene en cuenta que el reino de Aragón estaba más próximo y más relacionado con Italia, y su vida cultural era más intensa debido al mayor desarrollo de las ciudades. Sin embargo, hay que considerar que Segovia vivía momentos de esplendor, el rey le había concedido primacía sobre las demás ciudades de su reino y se desplegaban en ella numerosas actividades: era el centro de la vida política y allí fue proclamada reina Isabel la Católica en 1474.

La imprenta en otras ciudades.

De cualquier modo, se sabe que existían talleres de tipógrafos en otras ciudades de España, que trabajaron al mismo tiempo que el de Juan Parix. Se conoce un contrato entre Botel y sus paisanos Holtz y Plank, en 1473, por el que el primero se comprometía a enseñar el oficio de impresor: la sociedad editó la obra de Aristóteles antes mencionada.

Barcelona.

La primera obra fechada fue la Gramática de Perottus, hecha en Barcelona en 1475, por Juan de Salzburgo (probablemente Plank) y Pablo de Constanza u Horus, también asociado de Botel. Aunque se sabe de la existencia de otros libros, no apareció ningún otro fechado hasta 1478, los Comentarios a Aristóteles de Santo Tomás, obra de Pedro Brun y Nicolás de Spindeler. La sociedad duró poco y Spindeler realizó en Barcelona media docena de obras más, como el Regiment dels Princeps de Egidio Colonna y Etica, Política y Económica de Aristóteles. Más tarde abandonó la cuidad para instalarse en Tarragona, donde abrió un nuevo taller.

Mientras tanto, con Pedro Brun se asoció un clérigo catalán, Pere Posa, que resultó ser el más prolífico de los impresores de la ciudad, editando al menos 36 obras, de las cuales la primera fue la Historia de Alexandre, de Quinto Curzio, en valenciano y la última Arbor scientiae, de Llul, del que ya había hecho ediciones anteriores. Otros talleres importantes fueron los de Pere Miquel, que hizo entre otros el Tirant lo Blach de Joanot Martorell; el de Juan Rosenbach de Heidelberg, que publicó el Libre dels angels y Libre de les dones, de Francisco Jiménez; y Diego de Gumiel, apodado "El Castellano", que terminó el Tirant iniciado por Miquel, además de obras de Jiménez, un donato, y otras obras en latín.

Zaragoza.

El primer libro editado en Zaragoza fue el Manipulus curatorum, obra realizada por Mateo Flandro en 1475, primer impreso en España con nombre de editor. Botel y Horus publicaron en 1476 el Fori aragonum. El taller de Horus, regentado más tarde por su hermano Juan, fue uno de los principales de España en las dos últimas décadas del siglo. Entre sus obras hay libros de Séneca, Aristóteles, Platón, Torquemada, López de Mendoza, etc.

Valencia.

Capital del reino de su nombre, Valencia tuvo una gran actividad impresora, de acuerdo con su potencial económico y su intensa vida cultural. El introductor de la imprenta fue Jacobo Vitzlán, comerciante alemán que representaba a la familia de los Ravensburg. De su taller se hizo cargo Lambert Palmart, el cual publicó más de una docena de obras hasta 1493, año en que vendió su negocio. Entre sus autores figuran Aristóteles, Salustio, Mela, Esopo y Jiménez. También publicó una Biblia en colaboración con Alonso Fernández de Córdoba, platero y maestro impresor.

Nicolás Spindeler, después de abrir talleres en Tortosa, Barcelona y Tarragona, se instaló en Valencia, donde publicó una edición de Tirant lo Blanch, en cuya primera hoja aparece una bella orla con el nombre del impresor. Vuelto a Barcelona, regresó a Valencia en los últimos años del siglo, y publicó docena y media de libros, algunos sin hacer constar su sombre.

Sevilla.

Antonio Martínez, Alonso del Puerto y Bartolomé de Segura se declaran introductores de la imprenta en Sevilla. Publicaron el Sacramental de Clemente Sánchez Vercial, y más tarde, Segura y del Puerto publican la Crónica de España, mientras que Martínez hace lo propio con Espejo de la Cruz de Cavalca.

En 1990 se publica el Vocabulario universal en latín y en romance por los llamados Hermanos Alemanes, llamados allí por la Reina, al parecer muy interesada en introducir la imprenta en Sevilla. Su producción fue muy abundante, trabajando sobre todo por encargo para libreros o patrocinadores.

Salamanca.

La abundante producción de Salamanca, donde estaba la más importante universidad española, plantea problemas a los historiadores, porque la mayoría no tienen nombre de impresor. Por los tipos parece deducirse que existieron dos talleres, reconocidos como los editores de Introductiones latinae y la Gramática castellana, ambas de Nebrija. La mayoría eran libros al servicio de la Universidad. Al primero de estos talleres se le atribuyen más de 30 obras, la mayoría en latín; el segundo, abierto más tarde, superó en producción al primero, llegando a alcanzar más de 90 ediciones, cifra no alcanzada por ningún otro taller en la península. Entre sus obras detaca la Gramática de Nebrija de 1492, en la cual el autor habla proféticamente de la lengua castellana, destinada a ser compañera del imperio.

Más tarde aparecieron otros talleres en la ciudad. Merece especial atención el librero Juan Porras, que encargó una gran cantidad de obras en diversas imprentas. No se sabe si fue propietario de algún taller antes de 1500, aunque es probable que alguno de los mencionados fuera suyo o, al menos, tuviese participación en la empresa.

Valladolid.

Parece probable que las primeras obras impresas en Valladolid fueran bulas impresas en el monasterio de Nuestra Señora del Prado, aunque no queda constancia documental. El primer taller secular fue el de Juan de Francour, de origen francés, que publicó en 1492 un Tratado breve de confesión. Más tarde abrieron taller Pedro Giraldi, de probable origen italiano, y Miguel de Planes, cuya producción más famosa fue la primera carta de Colón, y se le atribuye una edición de Visión deleitable de Alonso de la Torre.

Zamora.

Antonio de Centenera se considera el primer impresor de esta ciudad, y a la vez el más característico de los impresores españoles, alejado de influencias extranjeras. La mayoría de sus libros estaban en castellano y eran de autores españoles; también fue famoso por sus grabados, como los que apareen en Los trabajos de Hércules, de Villena.

Burgos.

Fadrique de Basilea aparece como el primer impresor de Burgos, y sus primeros trabajos fueron impresos para la catedral. Su primer libro fue la Grammatica latina de Andrés Gutiérrez y más tarde publicó más de 70 obras, entre las cuales destacan gramáticas latinas y obras de Nebrija, Pedro Mártir (Opera), Diego de San Pedro (Cárcel de amor), Hernando del Pulgar (Glosas de Mingo Revulgo), y la primera edición de La Celestina. Otro impresor, Juan de Burgos, fue famoso por sus grabados, aunque su producción es menor, y muchas de sus obras, reediciones de Fadrique de Basilea.

Toledo.

Parece ser que las primeras obras en Toledo fueron bulas impresas en el monasterio de San Pedro Mártir, como en Valladolid, aunque las primera fechadas son obra de Juan Vázquez, quien completó su producción con algunos libros, que no llegaron a la media docena. Existieron otros talleres en Toledo, pero el mejor de todos fue sin duda el de Pedro Hagenbach, que había trabajado en Valencia con Hutz y cuyas obras más notables fueron el Missale Toletanum y el Missale Mozarabe, esta última por encargo del Cardenal Cisneros.

Otras ciudades.

En Pamplona se estableció Arnaldo Guillén de Brocar y en Granada Hernando de Talavera. Además existieron talleres en Palma de Mallorca, Murcia, Coria, Santiago, y otras hasta un total de 26 ciudades, y en algunos pueblos pequeños y monasterios, como Montserrat y San Cugat.

Características.

Las primeras obras de la imprenta en España se caracterizaron por los siguientes aspectos:

A) La letra utilizada, que empezó siendo de tipo romana, evolucionó pronto a la neogótica alemana, con fuerte influencia de la caligrafía de los manuscritos españoles. También se aprecia una evolución hacia el, plateresco, tanto en la composición como en los ornamentos.

B) Hubo escuelas de gran prestigio técnico, entre las cuales deben citarse las catalanas.

C) La interlineación era ancha, y las iniciales blancas sobre fondo negro. Con frecuencia aparecen portadillas grabadas en madera con motivos heráldicos.

D) Los temas aparecen muy influidos por la religión. Sin embargo, cada vez son más frecuentes las obras en lenguas vernáculas. Aparecen gran cantidad de bulas, misales, gramáticas y diccionarios latinos. Las obras en poesía y prosa suelen ser gratificantes y amenas.

5. El libro y las bibliotecas durante el siglo XVI.

El siglo XVI supone el afianzamiento definitivo de la imprenta y la adquisición de características propias. Es un siglo decisivo en la Historia del Libro y se caracteriza por:

a) Distanciamiento de la tradición manuscrita (colofones, abreviaturas, etc.) salvo en las iniciales. Justificación del margen derecho.

b) Consideración del libro como objeto comercial. Aparecen las firmas de validación y los privilegios reales y la portada como reclamo comercial.

C) Búsqueda tipográfica. Desde principios del siglo existe un predominio absoluto de la tipografía italiana, que terminó por imponerse en toda Europa, aunque con cierta resistencia de las tipografías nacionales, especialmente en España y Holanda que durante algún tiempo siguieron utilizando la letra gótica.

Italia.

La historia tipográfica italiana del siglo XVI se inicia en Venecia con Aldo Manuzio. Aldo Manuzio no sólo fue un excelente impresor, sino un erudito y un hombre de su tiempo. Fue huésped y amigo de Pico de la Mirandola, estudio latín y griego y escribió pequeños manuales de gramática, lo que demuestra su sólida formación humanística. Finalmente se instaló como impresor con la intención de publicar ediciones críticas de los clásicos. Para elegir los textos a imprimir se rodeó de sabios de renombre, especialmente helenistas, que realizaron una notable labor de selección y depuración de los clásicos.

El primer libro editado por Manuzio fue la Gramática griega de Constantino Lascaris. Los tipos utilizados, muy bellos, eran ya diferentes a la letra utilizada en los manuscritos. El primer libro latino que salió de sus prensas fue el Diálogo sobre el Etna, elaborado con unos tipos creados por él inspirados en los de Garamond y que, curiosamente, luego influirían en la tipografía francesa. Pronto pasó a editar libros en tamaño octava -casi un libro de bolsillo-, realizados con caracteres nuevos, la letra llamada más tarde cursiva, itálica o griffa, por Francesco Griffo, creador de tipos para Manuzio. En poco tiempo publicó múltiples ediciones de los clásicos en octava, entre ellas 28 ediciones príncipes. Los aldinos fueron un excelente vehículo para la difusión de la cultura humanística. Muy utilizados por los estudiantes, el escudo de Manuzio fue pronto célebre.

Pero no fueron estas las únicas aportaciones de Aldo Manuzio al arte tipográfico, sino también el sentido de la profesionalidad que se traducen el las bellas iniciales, orlas y cabeceras de estilo delicadamente arcaizante que caracterizaron sus trabajos, el cuidado puesto en la reproducción de grabados, de los cuales hay que mencionar los 170 que componían la Hypnerotomachia Poliphili de Francesco Colonna (1499), libro de extraña temática considerado por muchos como la obra más perfecta salida de la imprenta. Además, la edición de sus obras se completaba con la encuadernación, realizada en un taller anejo con piel de cabra del norte de Africa (marroquín) y sobre plantilla de cartón, material menos recio, pero más manejable que las antiguas tablillas. Al principio empleó sólo estampado en frío, pero pronto se dejó influir por tendencias orientales añadiendo arabescos dorados. Además de todo esto, Aldo Manuzio realizó ediciones de lujo en pergamino o piel para coleccionistas más exigentes, entre los que se encontraba Grolier. A través de Grolier, Manuzio ejerció una considerable influencia en la encuadernación que más tarde se desarrollaría en Francia y el Norte de Italia.

Alemania.

El siglo XVI está marcado en Alemania por el esplendor del grabado en madera, cuyo máximo exponente es el Apocalipsis ilustrado por Alberto Durero en 1498. Entre los tipógrafos destacan Froben, cuyos libros eran revisados por Erasmo y que cuidó su tipografía ayudado por su extenso material de tipo romano y cursivo. Froben trabajó con Holbein el Joven en la reproducción de grabados, consiguiendo también espléndidas orlas para las portadas.

Pero la característica más notable del libro alemán del siglo XVI la decidió sin duda la explosión documental que supuso la Reforma, la cual hizo aparecer una gran cantidad de libros y folletos cuya finalidad no era ya la exquisitez tipográfica, sino la posibilidad de llegar a grandes capas de población lectora Los libros dejan de ser selectos para ser asequibles. La secularización de las bibliotecas eclesiásticas las hizo más accesibles, pero también se conoció una considerable destrucción de libros, especialmente religiosos de inspiración católica, cosa similar a la ocurrida en Inglaterra y los Países Bajos. De cualquier forma, el libro logra una democratización hasta entonces desconocida: las ediciones en lengua vernácula de la Biblia y otras obras hicieron del libro un instrumento de uso cotidiano y la población, favorecida por las tendencias reformistas comenzó poco a poco a salir del analfabetismo, aunque para su alfabetización total deberían pasar aún muchos años.

Al mismo tiempo, y como consecuencia de ello se incrementó considerablemente la venta del libro, tanto en forma de ventas ambulantes como por el apogeo que conocieron las ferias, especialmente la de Leipzig y Francfurt, donde los comerciantes del libro dieron los primeros pasos en la elaboración de catálogos comerciales con los Messkatalogue.

Países Bajos.

En Flandes, Cristóbal Plantin, de origen francés, fue un claro exponente de los editores de su época, que solían dedicarse indistintamente a la impresión y a la encuadernación, dando prioridad ya a una actividad, ya a otra. Plantin era encuadernador, pero alcanzará la fama como impresor en la ciudad de Amberes. Publicó más de 1.600 obras en múltiples idiomas, algunas de ellas de gran formato, a lo largo de los cuarenta años en que desarrolló su actividad. Una de sus obras más famosa fue la Biblia Políglota, obra en ocho volúmenes y cuatro idiomas dirigida por el español Benito Arias Montano. Pero además imprimió obras lingüísticas, científicas, jurídicas, matemáticas, etc. y muchas ediciones de los clásicos y tenía sucursales en Leyden y París. Al igual que otros impresores de su tiempo cuidó mucho su letrería, de influencia francesa, y se rodeó de eruditos y sabios. Felipe II le concedió el privilegio de los libros religiosos españoles y a su muerte le sucedió su yerno, Moretus: esta familia conservó la empresa hasta finales del siglo XIX. Actualmente propiedad del estado, aún pueden verse las antiguas maquinarias en su casa-museo. Plantino utilizó el grabado en madera y en cobre y a él se deben notables representaciones cartográficas.

Francia.

La característica más notable del siglo XVI en Francia fue sin duda alguna la encuadernación, moda traída por Grolier e impulsada por los llamados reyes bibliófilos, que fomentaron esta industria y ellos mismos crearon importantes bibliotecas.

Francisco I impuso en Francia por primera vez el depósito legal para la biblioteca real, que consiguió así un notable enriquecimiento, aunque esta disposición no se llevase a efecto en la totalidad de los casos, por claros problemas de transporte y comunicaciones propios de la época. También fomentó la industria tipográfica y tuvo a impresores y encuadernadores trabajando para él. El primer impresor real fue Geoffroy Tory, que empleó tipos romanos, cuando en Francia aún se utilizaban los caracteres góticos, aunque algunos impresores habían empezado a abandonarlos. Uno de sus discípulos, Garamond, creó un tipo de letra romana que ha quedado en los anales de la historia del libro como una de las más bellas, ligeras y proporcionadas que hayan existido nunca, e influyó en editores como Aldo Manuzio.

Con Enrique II la encuadernación francesa logró un gran esplendor y su influencia se hizo notar en todos los países de Europa. De hecho, desde entonces, Francia se encontró a la cabeza del mundo en el arte de encuadernar y este lugar lo ha sabido conservar hasta nuestros días.

Inglaterra.

El libro inglés conoció los problemas derivados de la inestabilidad política y religiosa a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, sus reyes participaron de las corrientes bibliófilas que se habían despertado en Europa, y reunieron interesantes colecciones. También dispusieron de impresores y encuadernadores propios: la encuadernación inglesa, de claras influencias francesas e italianas logró un gran esplendor. Son famosas las encuadernaciones de la Reina Isabel, hechas en terciopelo o seda bordado con oro y plata. También es célebre la encuadernación con rueda inglesa, más rica aún que la alemana.

España.

En España destaca la labor del cardenal Cisneros en la Universidad de Alcalá de Henares. Llamó al impresor Arnaldo Guillén de Brocar para elaboración de la Biblia Políglota Complutense, anterior a la Plantin, donde aparecía la Vulgata además de las versiones en hebreo, caldeo, griego y latín. Se invirtieron en ella 50.000 escudos e intervinieron en su elaboración Nebrija (latín), Demetrio Ducas (griego), Alfonso de Alcalá y Alfonso Zamora (hebrea). Se hicieron 600 ejemplares en papel y 6 en vitela. En interés tipográfico radica en la utilización de diferentes alfabetos y en la composición de las páginas. Los tipos empleados eran muy bellos, especialmente los griegos. Aparece el escudo del cardenal en todos los volúmenes y las orlas de cada uno de ellos son diferentes. Es un conjunto del mejor estilo renacentista: mezcla tipos romanos, itálicos y góticos.

Su estilo ecléctico fue seguido más tarde por Miguel de Eguía, quien publicó numerosas obras humanísticas y religiosas en latín y castellano, fiel reflejo del ambiente espiritual del momento. Dentro de su taller actúo un importante grupo erasmista, lo que le valió un proceso de la Inquisición. Miguel de Eguía también publicó numerosos libros de texto corregidos por Nebrija.

En Salamanca el desarrollo de la imprenta vino acompañando al apogeo cultural que por entonces conocía esta ciudad. Entre los libros que salieron de sus imprentas tuvo mucha importancia la creación literaria, entre cuyas obras merece destacar la segunda Celestina de Pedro de Castro, de estilo renacentista.. Al mismo tiempo existían otros talleres de tendencia más tradicional, como el de Juan de Giunta, de origen veneciano, en Medina del Campo.

La tipografía española del XVI se caracteriza por el uso de la letra gótica y la portada renacentista, aunque poco a poco van abriéndose paso las nuevas tendencias. Entre las obras más publicadas estaban los libros religiosos, las obras lingüísticas -obras de Nebrija, entre otras- y los libros de caballería, que en este siglo conocerán un sorprendente esplendor: merece la pena destacar la influencia que sobre estos ejerció el Amadís de Gaula, una de cuyas ediciones, debida a Juan de Croci en Zaragoza, presenta un trabajo muy cuidado.

Mientras tanto, en Barcelona, Rosenbach imprime libros litúrgicos y misales y Carles Amorós edita en catalán y castellano. Para los grandes formatos -folio- se emplean los tipos góticos y para los tamaños más pequeños, tipos romanos. Valencia sigue utilizando el tipo de letra gótica: allí se editan libros populares con múltiples ilustraciones. Poco a poco van haciendo su aparición los caracteres romanos inspirados en Garamond.

En América el libro penetró rápidamente. Con el fin de ayudar a la evangelización, las autoridades eclesiásticas crearon talleres destinados a la impresión de libros religiosos, que sirvieron además para fijar la lengua. La primera imprenta de América se abrió en México y fue una sucursal del taller de Cromberger en Sevilla.

Bibliotecas.

El siglo XVI conoce la aparición de las primeras bibliotecas reales, que más tarde evolucionarán en su estructura y funcionamiento. A finales de siglo se sustituyen los pupitres con libros encadenados por estanterías murales. La primera biblioteca de este tipo es la del monasterio de El Escorial (1565), donde Juan de Herrera, el arquitecto que proyectó el edificio no sólo se encargó de diseñar la biblioteca, sino también las estanterías que contiene. Para la creación de esta biblioteca se solicitó la concurrencia de eruditos, que redactaron memoriales sobre cómo debía formarse. Entre los memoriales más conocidos destacan el de Juan Páez de Castro, Juan Bautista Cardona y Ambrosio de Morales. Arias Montano elaboró su primer catálogo y se encargó de seleccionar determinadas obras. Posteriormente la biblioteca se enriqueció con el añadido de donaciones posteriores, como la biblioteca de Diego Hurtado de Mendoza, el Conde-Duque de Olivares o Muley Zidan. En 1616 se le concede el privilegio de recibir un ejemplar de cada obra publicada, aunque nunca se llegó a cumplir de una forma demasiado rigurosa.

Otras bibliotecas importantes de la época fueron la Laurentina en Florencia, diseñada por Miguel Angel y la Ambrosiana en Milán, de Fontana, la más rica después de la Vaticana.

También hay que citar la biblioteca de Hernando Colón que llegó a reunir 15.000 volúmenes seleccionados con un criterio erudito y enciclopédico. Esta biblioteca poseía un repertorio de descripciones bibliográficas, con índice unificado de autores y materias. Hernando Colón dispuso que a su muerte la biblioteca estuviera abierta a eruditos e investigadores.

6. El libro y las bibliotecas durante el siglo XVII.

El siglo XVII se caracteriza por ser una época de inestabilidad política, social y religiosa que cristaliza en la Guerra de los Treinta Años. Europa conoce un fuerte crisis económica que finalizará con el desequilibrio entre los países que la forman: la lucha por la hegemonía no siempre dio como resultado unas mejores condiciones de vida para la sociedad. Debido a este clima de inestabilidad, se recrudece la censura y se llegan a perder libertadas adquiridas con anterioridad. El siglo XVII es el del triunfo del absolutismo. pero también el siglo de los grandes descubrimientos y la extensión del campo de las ciencias.

El libro.

Las características que definen al libro de este siglo son los siguientes:

a) Triunfo del grabado en cobre, que, gracias a su fidelidad de reproducción, se convierte en un instrumento excelente para la elaboración de libros científicos ilustrados y para la cartografía. Es la época del barroco, que se manifiesta en portadas y frontispicios tan ricamente decorados que a menudo casi no dejan espacio para el título. En esta actividad destacó Rubens, el cual trabajó para la familia Galle en el taller de los Plantin-Moretus. A menudo, el trabajo de grabador estaba dividido entre el autor de la idea, el dibujante y el escultor del mismo.

b) Descenso de la calidad tipográfica La calidad tipográfica, por el contrario, descendió, así como la del material utilizado. Paradójicamente, es el siglo de la bibliofilia, que se manifiesta con la producción cuidadísima de lujosos libros para coleccionistas: sin embargo, este no era el tipo de libro corriente, aunque la actividad no dejaba ser un interesante campo de experimentación en el campo editorial.

c) Nuevos sistemas de comercialización. A lo largo del siglo XVII aparecen la subastas como nuevo sistema de comercialización del libro. Estas subastas suponían una alternativa más satisfactoria para el vendedor y el comprador, ya que permitía ajustar la oferta a la demanda de modo muy aproximado. Sin embargo, no siempre resultaron neutrales, ya que encontramos escritos de la época acusando a los libreros de aprovechar las subastas de libros por lotes para deshacerse de aquellas obras de difícil salida.

d) Encuadernación sencilla y sin alardes de riqueza. La única excepción la constituyen las encuadernaciones para bibliógrafos franceses, libros más bien de ornamento que de uso intelectual. Aquí aparecen las líneas punteadas, grabados de oro, guardas de seda y jaspeadas, etc.

e) Contenido mayoritariamente religioso, aunque existe un gran aumento de las literaturas nacionales y, sobre todo, de los temas científicos y geográficos: el XVII es el siglo de los grandes viajes, descubrimientos y exploraciones, así como de las primeras excavaciones arqueológicas.

Distribución geográfica.

Bélgica y Holanda consiguen la primacía absoluta en la producción de libros en Europa, al unir en este siglo la riqueza económica y las actitudes más liberales del momento. La Universidad de Leyden, en los Países Bajos, se convirtió en un foco cultural de primer orden, donde el consumo de libros fue muy elevado. En esta Universidad se encontraba empleado Luis Elzevir, encuadernador y bedel, que después de haber obtenido permiso para vender libros a los estudiantes, llegó a establecer un comercio de inusitadas proporciones, que se extendió fuera de la ciudad y del país. De aquí arrancó una célebre familia de impresores que pronto logró fama internacional. Su nieto Isaac lanzó una colección de obras de clásicos en dozava que, al igual que los aldinos se extendieron rápidamente por Europa y adquirieron gran popularidad por su cómodo formato y precio módico. El cuidado filológico de las obras no era comparable al de los aldinos, pero su letrería romana, sobria y clara, influida por Garamond, ofrecía una impresión elegante, aunque algo monótona. Además de los clásicos, los Elzeviros publicaron abundantes libros de texto y, sobre todo, gran cantidad de obras religiosas. Pero más que como impresores, los Elzeviros adquirieron fama como comerciantes del libro, lo cual les valió, gracias al establecimiento de verdaderas redes de distribución, ejercer una influencia considerable en los países de su entorno.

Otra casa editorial importante fue la Blaeu, especializada en Atlas o obras cartográficas. El fundador de la casa había llegado a conocer a Tycho Brahe y adquirió una sólida formación en astronomía y cartografía. En un país explorador y marinero como era la Holanda de la época, tal actividad tuvo un éxito grande, especialmente si se tiene en cuenta que los mapas de Blaeu eran de una excelente calidad y precisión. Sus obras más conocidas fueron el Novus Atlas, su obra maestra y el Atlas Major, tal vez el más célebre.

En Francia, a lo largo del siglo XVII decae el arte de imprimir pero, curiosamente, crece la bibliofilia, lo cual se explica si se considera que en aquel momento la posesión de ricos libros era estimado como un signo externo de bienestar económico. Entre las bibliotecas de bibliófilos que se forman hay que destacar la de Luis XIII, que tenía impresores y encuadernadores propios; la de Luis XIV, que llegó a reunir 40.000 impresos y 10.000 manuscritos y a cuya formación contribuyó decisivamente Colbert; la de Richelieu, bajo cuyos auspicios se abrió el taller de tipografía del Louvre; y, sobre todo, la de Mazarino, cuyo bibliotecario, Gabriel Naudé, escribió lo que se considera el primer libro de biblioteconomía: Advis pour dresser une bibliothèque. Con un sentido de la cultura adelantado a su época. Mazarino permitió que su biblioteca se abriera seis horas al día para eruditos y estudiosos de las artes y las ciencias. Desterrado Mazarino y dispersada sus biblioteca en las guerras de la Fronda, Naudé huyó a Suecia donde fue bibliotecario de la reina Cristina. A la vuelta de Mazarino al poder la biblioteca fue reconstruida de nuevo y abierta al público y aún hoy es una de las más importantes de Francia. Por aquellos tiempos también abrieron sus puertas las bibliotecas de algunos conventos, tales como el de Saint Victor y Saint Germain-des-Prés, aunque esta última de una forma muy selectiva.

Alemania, que había sido la cuna de la tipografía y la adelantada en muchos de sus avances, vive durante este siglo un periodo de recesión, debido a la inestabilidad general que se respira: guerras, rapiñas, destrucciones, saqueos... Es cierto que durante estos años se editaron numerosos libros, sobre todo de materias religiosas, pero de baja calidad material y tipográfica. Por otra parte, el comercio del libro llegó a mantenerse casi exclusivamente de la edición fraudulenta, difícil de regular en un país tan fragmentado, y que llegó a extenderse a los países nórdicos.

Pero si las guerras de religión tuvieron un efecto nefasto sobre el libro y la tipografía, aún lo tuvieron peor sobre las bibliotecas: muchas de ellas fueron destruidas, otras regaladas -como la Biblioteca Palatina, la biblioteca universitaria más antigua de Alemania, que Maximiliano regaló al Papa- y otras, en fin, incautadas, tal como hizo Gustavo Adolfo de Suecia con las del norte del país, que regaló a la recién fundada Universidad de Upsala y que marcaron el comienzo de una era de esplendor bibliotecario sueco.

En España la censura es ahora tal vez más fuerte que nunca. Felipe IV incluye dentro de la censura publicaciones que antes habían quedado excluidas. La vigilancia tenía un doble origen, de parte de la Administración y de la Inquisición, cada vez más estricta y a la vez más vigilante, ya que el número de libros publicados tanto en los países católicos como en los protestantes crecía sin parar. Esto, unido a los fuertes impuestos que hubo que pagar para la importación de papel y la exclusiva que Felipe II había concedido a los Plantino, dieron como resultado una gran postración en la industria del libro. Así, se dio la triste paradoja de que las mejores obras de nuestra literatura aparecieron en pobres ejemplares.

Al mismo tiempo continúo la implantación de la imprenta en América y Filipinas, dedicadas especialmente al libro religioso. También se imprimieron fuera de España obras españolas en latín y en español, destinadas estas últimas a la gran cantidad de lectores de español que había entonces en los países con los que España tenía contacto. En la Península, la industria tipográfica comienza a concentrarse en Madrid, convertida en capital por los Austrias.

Las bibliotecas.

Durante el siglo XVII las bibliotecas aparecen con una identificación arquitectónica propia. Los libros se colocan definitivamente en anaqueles, mientras que la sala tiene una concepción barroca, ornamentada y a menudo complementada con otros elementos -esculturas, globos terráqueos, colecciones de monedas, etc.

El concepto enciclopédico del saber se refleja en los fondos, así como la evolución de los conocimientos humanos. Mientras que las bibliotecas privadas son cada vez más florecientes, comienzan a abrirse al público algunas -aunque el concepto de biblioteca pública diste mucho del actual. Es también el siglo de la aparición de una gran parte de las bibliotecas reales, muchas de las cuales terminarían por convertirse en bibliotecas nacionales de sus países respectivos. Por otro lado, la inestabilidad de la época las hace víctimas de saqueos, robos, expurgos y destrucciones.

Las publicaciones periódicas.

Aunque las primeras hojas impresas habían aparecido en el siglo XV y se extendieron en el XVI, es el XVII el siglo en el que las publicaciones periódicas como tales harán su presentación. Ya a finales del siglo anterior habían aparecido los Messrelationen, verdaderos antecedentes de las revistas de información general, que surgieron en las ferias de Francfort, dos veces al año. El paso siguiente fue la aparición de publicaciones periódicas semanales, la más antigua de las cuales parece ser que se editó en Estrasburgo, aunque casi al mismo tiempo existieron otras en otras ciudades, y que recibían el nombre de gazettes, avisa, relation, etc,. que fundamentalmente incluían noticias de los países de Europa complementadas con grabados o mapas. Ejemplos de ello fueron la Gazette de París, protegida por Richelieu y por las autoridades francesas, lo que le aseguró una larga vida, la Gazette de Leyden o el Leipziger Zeitung. Pero tal vez la publicación de más peso entre ellas fue Le Journal des Sçavans, protegido por Colbert y de orientación científica y literaria. Incluía relaciones de novedades científicas y editoriales, iniciando así el camino de la bibliografía en curso. Pronto tuvo seguidores en Inglaterra -Philosophical Transactions- y en otros lugares de Europa. No tardaron tampoco en aparecer publicaciones de corte galante y frívolo, que tuvieron gran éxito en los salones de moda, tales como el Mercure Galant o Ladies Mercury.

En España, la aparición de las publicaciones periódicas se retrasó considerablemente debido que los reyes ni sus validos vieron en ellos más que un instrumento peligroso de subversión, difícil de controlar. La primera de las publicaciones periódicas fue la Relación o Gazeta, llamada más tarde Nueva Gaceta, dirigida por Francisco Fabro bajo los auspicios de don Juan de Austria, bastardo de Felipe IV, y que informaba de sucesos políticos o militares. El mismo Fabro publicó más tarde los Avisos ordinarios de las cosas del Norte y la Gaceta ordinaria de Madrid.

7. El libro y las bibliotecas durante el siglo XVIII.

El siglo XVIII es una época de cambios profundos en la sociedad europea, cambios que abarcan desde la concepción social del trabajo hasta la victoria de las nuevas ideas políticas. Si en el campo del arte se caracteriza por el triunfo del rococó como máxima expresión y evolución última del barroco, en el terreno cultural está marcado por la Ilustración, forma de pensamiento que extenderá su influencia de los escritores a los reyes. El siglo XVIII marcará el comienzo del triunfo de la razón, la investigación y el método científico. Como consecuencia de ello, se producen múltiples adelantos técnicos y a la vez el analfabetismo comienza a retroceder, al principio tímidamente, luego de forma decidida. El interés por la lectura desborda al restringido círculo de eruditos donde hasta ahora se encontraba confinado: al tiempo que aparecen sociedades cultas y eruditas, se crean bibliotecas públicas -aunque no con la acepción actual- y clubs del libro. El libro comienza así su etapa de objeto cotidiano.

La sociedad urbana desarrollada a lo largo del siglo mostró interés por la información social y facilitó una mayor difusión de las publicaciones periódicas; el aumento del acervo científico y la creencia en que la felicidad del hombre aumentaría haciéndole partícipe del mismo propició la moda de enciclopedias metódicas y diccionarios enciclopédicos, cuya máxima representación es la Encyclopédie de Diderot y d'Alembert, cuya influencia dio a la sociedad de la época una nueva visión de la vida, minó las creencias tradicionales, tanto religiosas como políticas y aceleró las ideas que terminarían dando lugar a la caída del Antiguo Régimen.

Características del libro.

El libro conoce durante el siglo XVIII uno de sus momentos de máximo esplendor, tanto en su aspecto físico como en su contenido. Por un lado, los avances técnicos permiten una mayor perfección en su elaboración; por otro, el interés por la lectura amplía su contenido, que se ocupa de temas científicos, eruditos y galantes, mientras decae la literatura religiosa. Las lenguas vernáculas ganan terreno a las clásicas: esto supuso la aparición de barreras lingüísticas internacionales, pero favoreció la circulación interior. Aparece la literatura infantil propiamente dicha, fuera de los cauces marcados por los libros de texto, y se hacen adaptaciones de los clásicos para los niños y el gran público.

El libro como objeto se hace más pequeño y manejable. En la encuadernación aparece el estilo à la dentell (imitación de encaje) y se pone de moda el mosaico, realizado con pequeños trozos de piel de diversos colores cuyas juntas se disimulan con hierros dorados. Pero el aspecto más notable del libro del siglo XVIII es sin duda la ilustración: las portadas se hacen más ligeras, se utiliza profusamente la viñeta, tanto como cabeceras como para cul-de-lampe, composición de orlas, remates y otros motivos ornamentales; a veces las ilustraciones de los libros son tan profusas y cuidadas que el texto no parece sino una excusa para el lucimiento del ilustrador. El cambio también se nota en la distribución de la mancha de las páginas interiores y en la impresión, por la mejor calidad de las tintas y el mejor acabado del papel.

Las figuras de libreros y editores comienzan a separarse, definiéndose sus funciones. Además, el campo favorable al comercio del libro -a pesar de que en muchos países aún estaban sujetos a numerosas restricciones y controles-, provoca que a veces se lancen varias tiradas de un solo libro.

Francia.

El comercio del libro crece a todo lo largo del siglo como consecuencia del aumento del número de lectores y el mayor interés por la lectura. Junto al libro con preocupaciones morales o científicas de los pensadores ilustrados, aparece la literatura galante, erótica y hasta pornográfica. El libro francés del XVIII está bellamente impreso, lleno de ilustraciones sensuales y motivos ornamentales: guirnaldas, amorcillos, florones, etc.

Las clases altas se aficionaron al libro elegante, pensado más para entretener. o incluso exhibir que para instruir: las obras literarias valiosas se alternan con obras de la más ínfima calidad. Se pone de moda la bibliofília entre los aristócratas, que a veces tienen sus propios talleres de tipografía, ilustración y encuadernación, como fue el caso de Madame Pompadour. Pintores como Fragonard, Boucher y Oudry ilustran los libros, encargándose a veces de dibujar y grabar y a veces sólo de lo primero, en cuyo caso quedaba reflejada en la propia lámina el trabajo de dibujante y grabador (del. y sculp.). El mejor momento es el último tercio de siglo, cuando aparecen obras como Contes et nouvelles en vers, de La Fontaine, publicada por Barbou, el Decameron de Fermieres-Généraux, Contes de La Fontaine ilustrado por Fragonard y sobre todo Choix de Chansons de Laborde, ilustrado por Moreau y publicado por Lormel, tal vez el libro más bello de este momento. También fueron profusamente ilustradas las obras de estudio: la Encyclopédie tiene casi tres mil grabados y las Oeuvres complètes de Voltaire fueron ilustradas por el mencionado Moreau.

Al lado del esplendor del libro ilustrado y la liberalidad de costumbres que reflejaba, hay que mencionar que el control sobre los libros que difundían ideas nuevas consideradas como peligrosas fue muy estricto: ello obligó a que se publicaran en el extranjero las primeras ediciones de libros como L'Esprit des lois de Montesquieu, Emile, Nouvelle Héloise y Contrat Social de Rousseau, Candide de Voltaire y otros.

Como diseñador de tipos destaca en la primera mitad Louis Luce, continuador de la tradición del siglo anterior; también tiene un puesto importante la familia Fournier, que tuvo la idea de normalizar el tamaño de los tipos mediante un sistema de puntos; pero sin duda, el tipógrafo más destacado fue la familia Didot, libreros, impresores, fundidores de tipos, papeleros e inventores de procedimientos tipográficos. Entre las obras de la familia Didot hay que destacar una colección de clásicos franceses y latinos dedicada al Delfín y el establecimiento del punto Didot, perfeccionando la idea de los Fournier, sistema de medida tipográfica que aún hoy se utiliza.

Gran Bretaña.

A la pujanza económica de Gran Bretaña le correspondió un espléndido renacimiento literario, ya que el bienestar económico extendido a capas de la población cada vez más amplias favoreció la alfabetización y el estudio y la posibilidad de adquirir libros. Esta situación, unido al interés despertado por las luchas políticas entre los partidos whig y tory favorecieron el desarrollo de la prensa escrita, que tomó la forma de diarios polémicos y combativos, de prensa más moderada llamada moral y de publicaciones con artículos e informaciones, los magazines, cuya misión era a medias instruir y deleitar: en ellos se incluía información de los libros aparecidos -de viajes, de pensamiento, galantes...-, contribuyendo así a su éxito comercial.

Las medidas legislativas favorecieron la producción y comercialización del libro: abolición de las limitaciones para el establecimiento de imprentas, licencias para la apertura de librerías y la promulgación del Copyright Act que protegía los derechos de autor. Como consecuencia, la imprenta inglesa alcanzó un puesto de de primera fila que ha mantenido hasta hoy.

En el mundo de la imprenta hay que mencionar a Caslon, grabador que creó tipos nuevos y liberó a los impresores ingleses de la obligación de importar tipos holandeses; las obras de University Press, de Oxford; Tonson, que publicó una bella edición de El Quijote en español y otros más. Pero, sin duda, la figura más destacada de la tipografía inglesa y una de las más importantes de Europa fue John Baskerville, curioso personaje que comenzó como profesor de caligrafía y terminó como vendedor de lacas: el dinero que le produjo esta empresa le permitió dedicarse a la tipografía sin afanes de lucro. Baskerville se preocupó de crear sus propios tipos, de orientación geométrica y señaladas diferencias entre trazos gruesos y finos; de las tintas, donde aplicó sus conocimientos de barnices; de la construcción de las prensas, trabajo que vigilaba personalmente; y del papel, cuya cuidada elaboración logró suprimir las marcas de los corondeles y hacer creer que era papel de seda. Su primer libro fue Bucolica, de Virgilio, en 1757 y al año siguiente Paradise Lost, de Milton, obra precedida de un prólogo que es toda una declaración de intenciones, y donde manifiesta que deseaba imprimir pocos libros pero importantes. Llegó a publicar una cincuentena.

En América del Norte hay que mencionar a Benjamín Franklin, persona famosa en el mundo de la edición y de la política. Fue autodidacta, entró en contacto con los grandes impresores de su época, pero destacó más como editor que como impresor. Comprendió las necesidades de su pueblo y le ofreció publicaciones que le hicieran conocer su entorno y ayudarles en su desarrollo, como fueron The Pennsylvania Gazette y Poor Richard's Almanac, publicación de educación popular con consejos médicos, agrícolas, etc. y que se imprimió a lo largo de un cuarto de siglo con una tirada total de más de 100.000 ejemplares.

Italia.

El libro italiano sigue las tendencias europeas y se preocupa también de la ilustración y la ornamentación; abandona la cursiva para el texto y lo reserva para el prólogo y dedicatorias. Se pone de moda la publicación de pequeños impresos para celebrar acontecimientos sociales: bodas, visitas de reyes, fiestas, etc.

Venecia sigue ocupando un lugar destacado en la producción de libros, y además aparecen talleres como la Stamperia Ducale de Florencia y la Stamperia Reale de Turín. Existen en esta época notables tipógrafos, pero el más destacado de ellos fue Giambattista Bodoni. De familia de impresores trabajó en la imprenta pontificia y en la Stamperia Reale de Turin, hasta que decidió instalarse por su cuanta. Publicó multitud de impresos breves y varios libros como la Jerusalén liberada, la Ilíada y Telémaco, aunque muchos de estos vieron la luz ya en el siglo XIX. Pero destaca sobre todo su Manuale tipografico, publicado dos veces, la segunda después de su muerte: es el muestrario tipográfico más elaborado del mundo, y la cumbre del trabajo de Boldoni. Muestra las variedades de los alfabetos por él grabados (latino, alemán, hebreo, griego y ruso) y las viñetas y signos complementarios (aritméticos, musicales, astronómicos, etc.). Boldoni evolucionó a través de su vida y su obra es claramente personal al final de la misma. Consiguió una considerable fama y reyes y papas le rindieron honores. Pero Boldoni fue impresor antes que editor: sus libros, de cuidadísima presentación, están llenos de erratas, por los que son más objetos para bibliófilos que para lectores cultos.

Otros países.

La imprenta en Holanda vivió en el siglo XVIII gracias a las ediciones para el extranjero debido a la extensión de los viajes, a la gran cantidad de inmigrantes que recibió y a la libertad de pensamiento imperante, lo cual le permitió editar obras prohibidas en otros países, tanto en ediciones piratas como autorizadas por sus autores. Los impresores holandeses solían establecer su empresa con fines lucrativos y reunían los negocios de impresor, editor, librero, grabador y fabricante de papel en uno solo.

Alemania no alcanzó el esplendor tipográfico que en otras épocas, aunque siguió manteniendo un puesto digno. La burguesía alemana, más desarrollada que la francesa y más culta, exigía libros notables por su contenido, más que por su aspecto externo. En este sentido, Alemania supo aprovecharse de su esplendor cultural y de la vida de sus genios literarios, ganando en contenido lo que perdieron en ilustración.

España.

El siglo XVIII coincide en España con la llegada de la dinastía borbónica y el triunfo del despotismo ilustrado. Desaparecieron viejos privilegios y aunque se perdieron las posesiones en Europa, las comunicaciones con el extranjero se hicieron más intensas y aumentó la importación de libros. El pensamiento se secularizó y los focos de interés intelectual pasaron de las universidades a los círculos eruditos y a las Academias. Aparecen las Sociedades de Amigos del País -la primera fue la Vascongada-, y se crean las Academias, la primera de las cuales fue la de la Lengua en 1714. Los periódicos alcanzan a círculos cada vez más amplios de la población y su número es abundante, aunque de vida accidentada. Son característicos de estos tiempos los polígrafos, escritores de carácter universal e intenciones didácticas. Mientras los géneros literarios pierden terreno, lo ganan las publicaciones de divulgación y pedagógicos. En cualquier caso, el libro español se dirige a círculos de cultura superior, pues, por el escaso desarrollo de la enseñanza primaria, no existe público para la lectura popular.

Felipe V intentó algunas tímidas reformas encaminadas a mejorar el mundo editorial español, que continuaba la decadencia iniciada en el siglo anterior. Pero será Carlos III quien le dé un impulso definitivo, gracias a las medidas legales que promulgó: abolición del privilegio de los Plantin sobre los libros religiosos, abolición de tasas, privilegios exclusivos y del sueldo de censor, exención del servicio militar para impresores, fundidores de letras y abridores de punzones, ayudas para el perfeccionamiento profesional en el extranjero, franquicias y rebajas en las materias primas y otras disposiciones. En este ambiente se creó la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino y el Rey mandó llamar a Madrid a Eudaldo Paradell con el fin de que suministrara matrices a toda España, liberándola así de la obligación de importarlas.

Entre los impresores más notables de esta época figura Joaquín Ibarra, considerado por muchos como el mejor que ha conocido España. Nacido en Zaragoza había vivido y estudiado en Cervera, en cuya Universidad fue impresor su hermano mayor. Más tarde se estableció en Madrid, donde instaló un taller tipográfico. Una de sus primeras obras, Catón cristiano, tuvo problemas con la censura por publicarse sin autorización y por la mala calidad del papel; pero no tardó en ganarse la admiración y el respeto de todos por la calidad de su obra, y fue llamada para trabajar en el Consejo de Indias, en el Ayuntamiento de Madrid, el Arzobispado de Toledo y en el Palacio Real.

Ibarra cuidó mucho todos los aspectos técnicos de la impresión: papel, tintas, tipos, etc. Pero sobre todo, vigiló el proceso de confección del libro, con el fin de que se realizara con la mayor precisión y la búsqueda del acabado perfecto. Además, sus estudios le proporcionaron una excelente base lingüística para ser un buen jefe de taller. Introdujo modificaciones, algunas poco afortunadas, pero otras que han prevalecido, como la sustitución de la v vocal por u o el no partir al final de línea las palabras bisílabas.

Se conocen 789 obras de Ibarra, aunque posiblemente se hayan perdido algunas. Entre las mejores destacan la Conjuración de Catilina y La Guerra de Jugurta, traducidas por el infante Gabriel Antonio, y con la traducción en cursiva y el texto latino en letra redonda de cuerpo notablemente inferior; contiene abundantes ilustraciones dibujadas por Mariano Maella, algunas de página entera. Se imprimieron 120 volúmenes para regalar a la familia real y a instituciones y personalidades nacionales y extranjeras. Ello le dio fama internacional.

Otra obra importante, para algunos tanto como el Salustio, fue la edición de El Quijote de 1780, hecha por encargo de la Real Academia Española en cuatro volúmenes en cuarta mayor. Los ilustradores elegidos se documentaron para los trajes y accesorios en los cuadros y tapices del Palacio Real. Además hizo el Diccionario de Autoridades, las dos primeras ediciones del Diccionario de la Academia, tres de la Gramática, el Misal Mozárabe, etc.

Otro gran impresor fue Antonio Sancha, distinguido más por el sentido didáctico y divulgador de su obra que como tipógrafo. Creó una auténtica empresa de importación y exportación que lo hizo rico y se rodeó de los eruditos y políticos más notables de su época. La labor de Sancha dio a conocer a nuestros clásicos, nuestra historia y permitió el desarrollo de la enseñanza. Otros impresores destacados fueron Monfort, Manuel de Mena, Benito Cano, Antonio Martín, etc.

Las bibliotecas.

El siglo XVIII, por las características sociales antes mencionadas, fue un siglo importante en la historia de las bibliotecas. Aparecen las bibliotecas reales que terminan en muchos casos por convertirse en nacionales, bibliotecas públicas y privadas, de las asociaciones cultas y eruditas, de las academias, etc.

En los paises anglosajones aparecen las bibliotecas parroquiales que más tarde adquirieron entidad propia y que difundieron la lectura entre aquellos que no podían adquirir libros impulsando así la lectura pública. Además aparecieron los clubs del libro en sus diferentes modalidades de acciones y de suscripción. Abrieron sus puertas numerosas librerías y hasta los almacenes destinaron una sección a la venta de libros.

En España se creó la Biblioteca Nacional, conversión de la Biblioteca Real, lo mismo que ocurrió, aunque con distinto procedimiento en Francia. En Inglaterra apareció el British Museum, que llegaría a ser una de las bibliotecas más grandes del mundo, formada por las colecciones de Sloane, Edward y Harley. También son de este siglo las principales bibliotecas italianas, como la Biblioteca Nacional Florentina, la de Vittorio Emmanuele de Nápoles y la Braidense de Milán. En Estados Unidos aparecen las primeras bibliotecas universitarias modernas, como la de Harvard, Yale y Princenton. En Portugal se creó la de Mafra, a imitación de El Escorial, se reformó la de Coimbra y se abrió la Real Biblioteca Pública de Lisboa, luego Biblioteca Nacional.

También fueron notables las bibliotecas de algunos eruditos de su tiempo, muchas de las cuales terminaron por ser bibliotecas públicas. En España, la expulsión de los jesuitas depositó los fondos de sus bibliotecas en las universidades, al tiempo que se creaban y ampliaban algunas bibliotecas privadas, como la de Jovellanos. En Francia, la Revolución Francesa provocó el saqueo de múltiples bibliotecas eclesiásticas y particulares, y aunque se inició un movimiento de reforma que pretendía crear una estructura centralizada para su mejor control, lo cierto es que muchos libros valiosos desaparecieron.

8. El libro y las bibliotecas durante el siglo XIX.

El siglo XIX es el heredero de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial, cuyos efectos provocarán una explosión demográfica hasta entonces desconocida, el éxodo humano del campo a la ciudad y el cambio de las estructuras sociales y económicas.

La sociedad, asentada ahora en grandes núcleos de población, el aumento de la riqueza en términos absolutos y relativos y el triunfo de las ideologías liberales que propugnaban la enseñanza obligatoria, tuvieron como consecuencia una progresiva extensión de la educación primaria, con lo cual aumentó enormemente el número de lectores. La lectura salió definitivamente de los círculos restringidos y selectos para extenderse a todas las capas de la sociedad, incluidas las más humildes. Ello trajo como consecuencia el aumento de la demanda de bienes culturales, que, en este siglo quedaban reducidos prácticamente a dos: libros y publicaciones periódicas. A su vez, los avances tecnológicos propiciaron el desarrollo de la industria editorial, que pudo dar salida a un mayor número de títulos y de ejemplares por tirada, con lo cual creció también la oferta de los mencionados bienes.

El libro.

Influido al principio por el libro neoclásico, pronto se verá evolucionar hacia las nuevas tendencias culturales. A lo largo del siglo XIX, el libro experimentará profundo cambios en todos sus aspectos, desde la composición de los tipos hasta su comercialización.

Transformaciones técnicas.

El libro en el siglo XIX se vio influido por una serie de novedades técnicas, fruto en su mayoría de la revolución industrial, que marcarán su orientación definitiva y lo harán despegarse del concepto de objeto precioso de uso restringido que hasta ahora tenía. Estas novedades son:

ü La pasta de papel: realizada anteriormente con trapos, su escasez hizo que se buscaran nuevas fórmulas para su elaboración. Después de intentos con diferentes elementos -paja, hierbas, cañas, etc.-, se encontró la solución en la pasta de celulosa, obtenida a partir de la madera tratada con procedimientos mecánicos y químicos. Con ello pudo obtenerse tanta materia como fuera necesario, ya que la materia prima era abundante.

ü El papel continuo: la máquina para la producción de papel fue un invento del francés Robert en los molinos de la familia Didot, en 1798, aunque su producción no comenzó hasta el siguiente siglo en Inglaterra. Permitía una producción de papel diez veces superior a la que se obtenía por el procedimiento manual.

ü La máquina de imprimir a vapor; precedida por la sustitución de las viejas máquinas de madera por máquinas de hierro -experimento llevado a cabo por el Times en los primeros años del siglo-, la máquina de imprimir a vapor aumento considerablemente la producción y redujo la mano de obra, abaratando los costes.

ü La esterotipia: consiste en la creación de moldes en cartón que conserven la composición de las páginas. Permitió repetir las tiradas a gran velocidad y con ahorros económicos y humanos.

ü La linotipia y la monotipia: permitieron la composición mecánica de los tipos, a una velocidad cinco veces superior a la podía conseguir un buen cajista. La monotipia tiene la ventaja de componer letra a letra, con lo cual las correcciones son más fáciles.

ü Los transportes y comunicaciones: permitieron no sólo una mejor distribución del libro, sino una mejor transferencia de la información entre puntos alejados. Esto favoreció sobre todo a la prensa.

Ilustración.

La ilustración del libro tuvo como principal finalidad atraer a los lectores y hacer más fácil la lectura de los libros para los recién iniciados, para lo cual se intercalaban en el texto. En la imagen no privaba solo el valor artístico, sino también el descriptivo: a veces el texto era una improvisación para acompañar las ilustraciones. De acuerdo con el gusto de la época, los motivos varían.

Para realizar las ilustraciones se utiliza la litografía, procedimiento que aprovecha las cualidades de ciertos minerales para absorber la grasa de la tinta y del agua para repelerla y que se realiza mediante el grabado del dibujo en una piedra porosa, generalmente caliza y permite evitar al técnico grabador como intermediario. A veces se coloreaban, primero a mano y luego por el procedimiento de la cromolitografía. Volvió a resurgir el grabado en madera, especialmente gracias al procedimiento a la testa inventado por Bewick, mientras que el grabado en cobre tiene un primer momento de esplendor y luego decae. A final de siglo aparece el fotograbado, procedimiento derivado de la fotografía.

Encuadernación.

Los editores presentaban sus libros en rústica, o en todo caso en tela o cartoné: era la respuesta a la demanda masiva de libros, que no podía atenderse con una encuadernación más cuidada. Algunos lectores envían a encuadernar sus libros de forma artesanal para conservarlos mejor, cosa que también se hace con aquellos destinados a uso intenso -encuadernación para bibliotecas. Los estilos de las encuadernaciones siguen los del arte de su tiempo: al principio el neoclásico coexistió con el isabelino o Luis Felipe (rocalla), al avanzar el siglo aparecen los gustos románticos, inspirados en motivos medievales. Entre los libros para bobliófilos se imitan las antiguas encuadernaciones europeas: à la fanfare, mosaico, de Grolier, etc. En España se utiliza el jaspeado de colores sobrios, excepto el valenciano, de vivos colores.

Contenido.

La primera característica del contenido del libro decimonónico es el triunfo absoluto de las lenguas vernáculas, mientras las clásicas quedan definitivamente relegadas a libros especiales, tales como manuales, ediciones selectas de los clásicos, etc. Junto con ello, se constata el predominio de las literaturas nacionales, potenciadas, sobre todo, a partir del romanticismo: las literaturas clásicas eran una curiosidad que se leía por necesidad cultural.

Se extienden los libros científicos en sus dos versiones, especializados, para la investigación, y divulgativos, con una clara orientación didáctica que será una de las características fundamentales del libro en esta época. La política también fue una de las preocupaciones predominantes entre los hombres de este siglo, aunque esto incidió más en la prensa que en libro.

Aparecen los libros infantiles, potenciados por el desarrollo de la ilustración en blanco y negro y color. Solía narrar historias edificantes y ejemplares con una fuerte carga ideológica y orientación didáctica. Compartieron protagonismo con los libros de viajes, aventuras y escenas de la vida cotidiana y sobre todo con el libro destinado a las clases más bajas, donde se contaban historias morales y edificantes a través de una trama más o menos complicada pero elemental, desarrollada por protagonistas buenos y malos con los que el lector se identificaba. Este tipo de libros, de grandes tiradas y distribuido por los procedimientos más diversos tuvo una gran difusión a lo largo de todo el siglo y colaboraron en su creación desde los más desconocidos escritores hasta autores de reconocido prestigio.

Comercialización.

El nuevo contenido y los nuevos destinatarios favorecen la aparición de nuevas formas de comercialización del libro. La figura del editor -responsable de la edición- se impone sobre la del impresor -encargado de la elaboración técnica- y ambas se distinguen de la del librero -dedicado sólo a la venta. Como el negocio editorial requiere fuertes inversiones, se buscan nuevos métodos de distribución y de financiación, como son las suscripciones y la venta por depósito. Al mismo tiempo aparece la venta por entregas que tuvo un auge inusitado, especialmente con los folletines que a menudo se distribuían con la prensa periódica.

Las publicaciones periódicas.

El interés por la vida política y el abaratamiento de los costes de producción propició el auge de la prensa, de la cual fue pionero el Times, no solo en el empleo de las más modernas técnicas, sino también en el de corresponsales y canales propios de comunicación. Pronto aparece la prensa amarilla, que tuvo su precursor en el Sun de New York, y continuado por La Presse, en Francia, publicaciones baratas y de grandes tiradas, al lado de los magazines que ofrecían un poco de todo y que satisfacían los gustos de una multitud de lectores.

El libro para bibliófilos.

Los nuevos avances técnicos y la producción masiva habían producido un descenso considerable de la calidad del libro. Como reacción a ello aparecen grupos de bibliófilos que buscan la confección de obras muy cuidadas, donde el contenido terminaba siendo lo menos importante. Entre ellos cabe destacar los grupos Amis du Livre y Cent Bibliophiles en Francia y sobre todo William Morris en Inglaterra, dedicado a la elaboración de ejemplares cuidadísimos, inspirados muchas veces en los manuscritos medievales: su obra Works, de Chaucer, está considerado como el mejor libro que ha salido de la imprenta británica. La influencia de Morris fue considerable, no solo entre los bibliófilos del resto de Europa, sino incluso en otros campos artísticos, hasta el punto de estar considerado como uno de los padres del movimiento Art Nouveau.

El libro en España.

Es raro el editor puro en el siglo XIX: normalmente era además librero e impresor. Uno de los más importantes fue Mariano Cabrerizo, instalado en Valencia y que publicó, entre otras cosas su Colección de Novelas, de bella presentación, donde se mezclaban los nombres más famosos de la literatura de la época con otros totalmente desconocidos. En Barcelona Antonio Bergnes se inscribe en la tendencia de escritores educadores. En su casa trabajó Manuel Rivadeneyra, que realizó una obra de gran magnitud, la Biblioteca de Autores Españoles, para lo cual no dudó en emigrar dos veces a América con la intención de hacer fortuna con la que financiar su empresa. Ejemplares de esta obra por un valor se 400.000 reales fueron adquiridos para las bibliotecas del Estado. En Madrid destaca la labor de Saturnino Calleja, que comenzó con la edición de libros de texto, y hoy es famoso sobre todo por su colección de cuentos. Sin embargo, Calleja publicó numerosas colecciones de libros bien presentados, ilustrados y encuadernados. La editorial La España Moderna, propiedad de Lázaro Galdiano publicó más quinientos libros y una revista del mismo nombre, con la intención prioritaria de dar a conocer el pensamiento europeo. En Valencia, la editorial Sempere publicó libros de pensadores revolucionarios, pero con fines más lucrativos que ideológicos, movido por los grandes beneficios que le podía aportar el consumo de esta literatura entre la clase trabajadora.

La prensa conoció una época de esplendor y cambios constantes, propiciados por la inestable situación política. Quizá el más importante de los periódicos españoles fue El Imparcial, dirigido por Eduardo Gasset Artime y su suplemento Los Lunes del Imparcial, dirigido por su yerno, José Ortega Munilla. Le seguía en difusión su adversario El Liberal, además de otros tales como El Heraldo de Madrid, La época, etc. Entre las revistas ilustradas merecen destacar por sus elevadas tiradas La Ilustración Española y Americana, Mundo Nuevo y Blanco y Negro. La prensa española estaba regulada por la Ley de 1879 de la Propiedad Intelectual y la de Imprenta de 1883.

Las bibliotecas.

El siglo XIX cambiará el concepto de biblioteca y marcará el comienzo de una nueva orientación bibliotecaria. En 1810 Charles Brunet publica su obra Manuel du libraire, donde indica toda la literatura que se debe coleccionar: sirve para orientar la organización de las bibliotecas francesas y dispara el precio de ciertos libros. La Biblioteca Nacional francesa, que era un caos desde la Revolución, ordena sus fondos y comienza a publicar sus catálogos. Comienzan a publicarse las bibliografías nacionales en varios países. Pero los verdaderos renovadores de la biblioteconomía serán los países anglosajones y sus bibliotecas públicas.

En Gran Bretaña aparecen las bibliotecas parroquiales y sobre todo las bibliotecas de los mechanics' institutes, centros de formación de adultos financiadas por los obreros que acudían a recibir enseñanzas y por algunos filántropos. Su misión era la de educar a las clases trabajadoras y alejarlos del crimen, la miseria y el alcohol, y demostraron que los que las frecuentaban mejoraban en su comportamiento y hábitos. Estas bibliotecas precedieron a las bibliotecas públicas, pero en muchos casos retrasaron su aparición, ya que se consideraba que las ciudades que las poseían se encontraban suficientemente servidas con ellas. Más tarde se aprobaron los impuestos para la creación de bibliotecas públicas, no sin grandes polémicas: la primera en hacer uso de esta ley fue Manchester en 1852.

En Estados Unidos también parecieron las bibliotecas parroquiales, pronto seguidas por bibliotecas destinadas al perfeccionamiento profesional de ciertos sectores de la población. También aquí se aprobó el impuesto para la creación de bibliotecas, pero no hubo polémicas, ya que la sociedad americana veía las bibliotecas desde un punto de vista diferente: para ellos eran instrumentos de mejora y formación que podían proporcionarles ascensos en la escala social. Por otra parte, las personas cultas e influyentes que habían visitado Europa envidiaban las facilidades para el trabajo que en ella encontraban los estudiosos.

La primera biblioteca pública americana fue la de Boston, creada por la unión de todas las bibliotecas existentes en la ciudad y se abrió en 1852. Poco a poco, la idea se fue extendiendo, aunque lentamente al principio -la New York Public Library no se abrió hasta 1895-, y el fenómeno fue paralelo al desarrollo de la biblioteconomía por parte de los bibliotecarios americanos -Cotton, Cutter, Dewey, etc.- y las asociaciones de bibliotecarios, a la creación de bibliotecas por entidades privadas -como el YMCA-, a la aparición de grandes filántropos benefactores de las bibliotecas -Carnegie, Morgan, etc.- y a la creación de la biblioteca del Congreso. La biblioteca del Congreso de los Estados Unidos nació a principio del siglo como centro de apoyo a las tareas del Congreso. Después de varios incendios, se instaló definitivamente en 1897 en el edificio que hoy ocupa, aunque ha sido necesario la construcción de varios anexos, y consiguió su carácter de biblioteca nacional gracias a los esfuerzos de Spofford.

También nacieron en este siglo la Biblioteca Pública e Imperial de San Petersburgo, creada por Catalina la Grande con los fondos de la biblioteca de Varsovia y la asignación del depósito legal, y que pronto llegó a ser la segunda del mundo, detrás de la Nacional de París, y la Biblioteca de Moscú, convertida más tarde en Biblioteca Nacional de la URSS -Biblioteca Lenin- tras el triunfo de la Revolución y el traslado de la capitalidad a Moscú.

En Italia se creó la Biblioteca Nazionale Vittorio Emmanuele de Roma, como consecuencia de la unificación del país, y cuyos fondos principales procedían de los conventos romanos suprimidos

España.

El primer proyecto bibliotecario español arranca en 1811 de las Cortes de Cádiz y de Bartolomé José Gallardo, quien consiguió la aprobación de un plan que preveía la creación de la Biblioteca Nacional de Cortes y bibliotecas públicas provinciales en España y Ultramar. El proyecto suponía la creación de una verdadera red de bibliotecas con funciones bien definidas y una biblioteca cabecera de sistema que además serviría de apoyo a los diputados en sus tareas parlamentarias. El fin de la guerra y la disolución de las Cortes interrumpió el proyecto, más tarde relanzado durante el trienio liberal, vuelta a cerrarse hasta 1834 y definitivamente disuelta en 1837, pues de hecho ya existía una verdadera Biblioteca Nacional.

La desamortización de Mendizábal en 1835 sacó de conventos y monasterios grandes cantidades de documentos. En las ciudades que disponían de bibliotecas y universidades quedaron depositas en ellas; pero en la mayoría de las provincias debieron crearse Comisiones científicas que inventariaran los bienes. Es cierto que muchas obras de valor se perdieron entre estos trasiegos y la codicia de políticos y bibliófilos; lo que quedó se depositó en nuevos museos y bibliotecas, instaladas generalmente en los institutos de enseñanza media. Pero ni se asignaron medios económicos y humanos para su funcionamiento, ni los fondos allí depositados eran los más indicados para animar a la lectura pública, por lo que no tardaron en caer en el abandono.

Pronto se llegó a la conclusión de la necesidad de contar con personal preparado para atender la Biblioteca Nacional y los fondos de las bibliotecas provinciales, para lo que se abre en 1856 la Escuela Diplomática, que expedía el título de paleógrafos (más tarde archiveros-bibliotecarios).

La Ley de Instrucción Pública de Claudio Moyano y sus posteriores decretos de desarrollo contemplan la creación y funcionamiento de una red de bibliotecas públicas servidas por profesionales especializados, con funciones definidas, fondos útiles para cumplir estas funciones y mantenidas por la Administración. Se regulaban las enseñanzas y funciones del Cuerpo de Archiveros-Bibliotecarios y el acceso al mismo.

Ruiz Zorrilla dispuso la incautación del patrimonio histórico, artístico y bibliográfico en poder de catedrales, cabildos, monasterios y órdenes religiosas, exceptuando las de uso frecuente. Más tarde, con la Ley de Instrucción iniciaba la extensión de la enseñanza primaria y creaba bibliotecas públicas en todas las escuelas, proyecto definido y llevado a cabo por Echegaray. Se encargaba de su mantenimiento a las Diputaciones y Ayuntamientos y se ponía a su frente a los maestros. La idea, acogida al principio con entusiasmo, terminó por caer en el olvido y las bibliotecas públicas no se llegaron a crear o fueron paulatinamente abandonadas.

La Biblioteca Nacional sufrió durante la primera parte del siglo una serie continua de cambios y traslados. Los vaivenes políticos favorecieron la incautación de bibliotecas privadas y religiosas, algunas de ellas devueltas, pero otras definitivamente depositadas en la Nacional, que adquiere el carácter de tal de forma definitiva en 1836, pasando a depender del Gobierno y no de la Corona. A final de siglo ocupó el edificio actual.

Junto a los escasos recursos e iniciativas dedicados por los poderes públicos a la lectura, caben citarse las bibliotecas de las Sociedades de Amigos del País, Círculos eruditos, Academias y Ateneos, entre los cuales merece especial atención el de Madrid y el de Gijón, unas y otras frecuentadas intensamente por unos cuantos intelectuales. A su lado aparecieron, aunque tardíamente algunos gabinetes de lecturas, en muchos casos hemerotecas.

9. El libro y la edición en el siglo XX. Situación en España. Desarrollo de las publicaciones periódicas.

Si en el siglo XIX el libro comienza a transformarse en todos sus aspectos, físicos, intelectuales y comerciales, será en el siglo XX cuando estas transformaciones alcancen su momento culminante hasta el punto de que el libro deja de ser prioritariamente libro para convertirse en productos nuevos, a la compra-venta se le viene a sumar la posibilidad de consulta remota y su contenido alcanza, no sólo a todas las ramas del conocimiento humano sino incluso a todas las formas concebibles de expresarlas.

Cambios técnicos.

Las tendencias básicas en la producción, comercialización y utilización del libro en el siglo XX siguen las orientaciones marcadas ya en el siglo anterior: mecanización aumento de títulos y ejemplares en las tiradas y comercialización buscando cada vez un número más amplio de consumidores. Pero además aparecen nuevos soportes -como los medios audiovisuales-, elementos reprográficos y finalmente el ordenador, que abría un mundo de nuevas posibilidades para el libro y la edición.

A medida que avanza el siglo se advierte un progresivo desplazamiento de la mecánica por la electrónica y la sustitución de la tipografía tradicional por nuevos sistemas de impresión -heliograbado, huecograbado y offset, que permite la posibilidad de nuevas ediciones rápidas y de reproducir fotografías y colores. La linotipia y la monotipia -composición mecánica del texto- deja paso a la fotocomposición o composición en frío, que se realiza con la ayuda de un ordenador. Esto permite, no solo una mayor rapidez y precisión, sino la reducción considerable de la mano de obra, que además no tiene que tener una especial cualificación y puede incluso trabajar desde su domicilio. A estos avances vinieron a sumarse la utilización del telefacsímil, que permite el envío y recepción inmediata de páginas completas de textos e imágenes a través del hilo telefónico, el desarrollo de las telecomunicaciones que permitió el acceso on-line a bases y bancos de datos, el videotext y, finalmente, las memorias ópticas que permiten el almacenamiento de grandes cantidades de datos textuales, numéricos, sonoros e incluso de imágenes en movimiento.

Los medios audiovisuales.

Los medios audiovisuales que han llegado a ocupar un lugar un puesto similar al del libro -e incluso a disputarle el suyo- durante este siglo, son un capítulo aparte en el mundo de la edición y por su relevante papel en la difusión de la cultura contemporánea, no pueden ser ignorados.

El cine, nacido a finales de siglo XIX como un invento curioso, de la mano de los hermanos Lumière, fue alcanzando cada vez mayor dimensión, hasta llegar, en los años veinte, a la categoría de séptimo arte, al tiempo que añadía cada vez más adelantos técnicos: sonido, color, panavisión, etc. Después de un periodo de esplendor y hegemonía absoluta en el mundo del espectáculo, iniciado en los años treinta, el cine conoció una época de aparente decadencia en los países desarrollados a partir de la segunda mitad de los setenta, debido en parte a la aparición y generalización primero de la televisión, luego del vídeo doméstico y finalmente de las cadenas privadas de TV, que se fueron pisando el terreno respectivamente: en realidad, el cine se hacía la competencia a sí mismo a través de diferentes sistemas de difusión.

La radio, más rival de la prensa que del libro, tuvo en un primer momento función de entretenimiento para aficionados; en 1920 estaba fuertemente implantada en USA, pero hasta 1923 no aparece la primera emisora española, Radio Ibérica de Madrid. Su audiencia e influencia crecieron por causas políticas y bélicas antes de la II Guerra Mundial; cuando parecía que iba ser desterrada por la aparición de la televisión en el periodo postbélico, experimento un fuerte impulso gracias al descubrimiento de la FM y la radio de transistores. El crecimiento de la radiodifusión continua en la actualidad.

La televisión dio sus primeros pasos a final de los años veinte, si bien no conoció el pleno desarrollo hasta después de la Guerra: a partir de aquí se extendió a todos los países del mundo y se perfeccionó con el color, hasta llegar a convertirse en el primer medio de comunicación de masas, y ejercer una influencia considerable en la población.

Al lado de estos medios surgieron el disco sonoro, la cinta magnética, el videocasete y finalmente las memorias ópticas. Unos y otros sistemas han experimentado a lo largo del siglo un creciente perfeccionamiento, a veces en franca competición con la aparición de inventos cada vez más sofisticados. De hecho, existe en este campo una carrera que cada día alcanza metas más elevadas.

La reprografía.

La reprografía es un conjunto de técnicas para la reproducción de textos escritos. Su desarrollo se ha dejado sentir sobre todo en la segunda mitad del siglo para satisfacer distintas necesidades: de un lado, la formación de archivos de seguridad que garanticen la pervivencia de los fondos; de otro, facilitar la consulta de documentos, lograr la rápida difusión de la información y conseguir que la misma pueda ser utilizada simultáneamente por varias personas.

Los principales sistemas empleados son la microcopia -microficha y microfilm-, que permite la reproducción reducida de originales, y la fotocopia, obtenida generalmente sobre papel normal y que puede hacerse en blanco y negro o color. Al lado de estos sistemas existen otros muchos: hectografía, stencil, diazocopia, etc., utilizado con distintas finalidades. Conviene advertir que la generalización de fotocopias, especialmente en el mundo universitario, está teniendo efectos perniciosos sobre la edición, sobre todo en la dedicada al libro y revistas científicas especializadas, y genera múltiples problemas sobre los derechos de autor.

Crecimiento de la lectura.

El aumento de la riqueza social, la urbanización, la política educativa y la oferta de los medios de comunicación tuvieron como resultado un aumento considerable del número de lectores, potencialmente casi el 100% en los países desarrollados. En los países en vías de desarrollo, donde el analfabetismo alcanza las cotas más elevadas, la política de promoción de la lectura ha venido de la mano de organismos internacionales, entre los que cabe destacar la UNESCO, organización de las Naciones Unidas creada en 1949 como asociación de Estados que deseaban aunar sus esfuerzos para contribuir a la paz mundial mediante el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura. La UNESCO ha dado orientaciones técnicas, ha puesto a especialistas al servicio de las naciones que los necesitaban y ha fomentado y protegido la libre circulación de la información, actividades todas ellas no exentas de polémica en su realización. A pesar de todo ello, el analfabetismo es aún una lacra social: existen países de Africa que tienen más de un 90% de analfabetos, otros de Asia con el 80%, el 40% en Hispanoamérica; aún en países miembros de la CEE permanece este problema: 26% en Portugal, 15% en Grecia, 7% en España y 6% en Italia. El analfabetismo ataca con mayor intensidad en las áreas rurales que en las urbanas, a las mujeres que a los hombres, y a los mayores más que a los jóvenes. A todo ello se viene a sumar el analfabetismo funcional, que afecta a grandes capas de la sociedad aún en los países más desarrollados y es más difícilmente cuantificable.

El libro.

La producción mundial de libros ha crecido continuamente como consecuencia del aumento de la demanda formulada por el mayor número de personas alfabetizadas y con más años de escolarización: en veinticinco años la producción se triplicó. Sin embargo esta producción está desigualmente repartida, ya que las 4/5 partes de la misma se concentra en países desarrollados, repartiéndose el resto entre todos los demás. Europa publica más de la mitad del total y América una cuarta parte, mientras que Africa -excluidos los países árabes- y Oceanía no llegan al 2%. El mayor productor ha sido, hasta finales de la década de los ochenta la URSS, que tras la crisis aún abierta dejó paso a USA. Le siguen Alemania, Inglaterra, Japón, Francia y España. Por áreas lingüísticas la mayor parte (1/4) le corresponde al inglés, seguido del ruso,alemán, japonés, francés y español: el 70% de la producción mundial se publica sólo en seis lenguas, y la oferta que recibe la mayoría de la población mundial -que no dominan ninguna de ellas- es relativamente escasa. Esta hegemonía está también presente en el número de traducciones.

Las publicaciones periódicas.

El progreso en la impresión, no sólo tuvo inmediatas consecuencias en la edición de libros, sino también en las publicaciones periódicas, donde la imagen fue ganando terreno al texto casi hasta el punto de convertirse en el principal sustento de la información.

Los periódicos siguieron aumentando sus tiradas para satisfacer la creciente demanda, pero el número de los mismos fue disminuyendo con el avance del siglo, debido a que los altos costes de producción -mano de obra, equipos, etc.- no permitieron la existencia de rotativos con pequeñas tiradas. Las dos fuentes principales de financiación -publicidad y venta de ejemplares- no fueron suficientes para cubrir los crecientes gastos, por lo que la mayoría de los periódicos comenzaron a recibir subvenciones de los Estados, preocupados por el hecho de que la concentración de los mismos en manos de unas pocas empresas diera lugar primero a oligopolios y más tarde a monopolios.

La lectura de prensa no ha llegado a alcanzar el mismo grado en todos los países, consecuencia tanto de los diferentes índices de alfabetización y de riqueza como de los distintos hábitos de lectura entre la población. Los países con más lectores de periódicos son Gran Bretaña y Suecia, donde se publica un ejemplar por cada dos habitantes. En U.K. hay además cinco periódicos con ejemplares superiores al millón de ejemplares; cinco había también en la URSS antes de la crisis, cuatro en Japón -cuyos periódicos alcanzan las mayores tiradas, alrededor de los diez millones-, dos en USA y uno en Alemania, Francia y China. La mayoría de los periódicos se publican en Europa y USA, mientras que Africa tiene el más corto número de títulos y con las tiradas más reducidas.

Las revistas ilustradas (magazines) semanales o mensuales fueron ganando el favor del público por sus reportajes fotográficos y alcanzaron tiradas muy superiores a las de los diarios. También evolucionaron para adaptarse a los gustos cambiantes del público y así desaparecieron grandes revistas de información general como las americanas Life y Look y las españolas Triunfo y Blanco y Negro, que ahora aparece como suplemento dominical de ABC, mientras que otras bajaron enormemente sus tiradas, como Paris-Match. Por el contrario, las hay que gozan de buena salud, como son las llamadas newsmagazines: las americanas Time y Newsweek, la francesa L'Express, la alemana Der Spiegel o las españolas Interviú o Tiempo. Estas revistas no renuncian a la información gráfica, pero sus reportajes van acompañados de artículos generalmente bien documentados y de actualidad. Los profesionales de la prensa se han integrado en el mundo de las nuevas tecnologías ya desde la concepción misma de la información, lo cual ha proporcionado a periódicos y revistas una mayor perfección técnica y más rigor documental.

Al ser la publicidad la principal fuente de recursos financieros de las publicaciones periódicas, fueron los anunciantes, apoyando un tipo de publicación y retirando su aportación a otras, los que al fin decidieron las orientaciones de las revistas, que han crecido considerablemente en el campo de las dedicadas a la mujer y las llamadas revistas del corazón, de gran éxito en España.

Frente al fenómeno de diarios y revistas de información general con tendencia a pocos títulos y grandes tiradas, están las revistas científicas, de orientación inversa. Son muy necesarias para profesionales e investigadores, quienes no dan abasto a llegar a todas ellas. Su selección, adquisición, almacenamiento, tratamiento y difusión se ha convertido en el principal problema de la documentación actual, que sólo encuentra solución en la ayuda de las nuevas tecnologías.

Sistemas de comercialización.

El libro de bolsillo. El libro de bolsillo tiene sus más remotos precedentes en los códices pugilares que nos menciona Marcial y son herederos directos de los aldinos y elzeviros del siglo XVI. En España habían aparecido publicaciones de pequeño formato en el siglo XIX (Colección de novelas de Mariano Cabrerizo) y principios del XX (Colección Universal de Calpe, y su sucesora Austral). Pero este libro, tal y como lo conocemos hoy, tuvo su origen en la colección Penguin Books, lanzada por el inglés Allen Lane en 1935 para ofrecer libros baratos en ediciones correctas y en rústica (paper back): es considerado como el creador del libro de bolsillo (pocket book), nombre dado a estas publicaciones en USA donde tuvieron un rápido desarrollo debido a la guerra mundial, durante la cual se hicieron muchas ediciones destinadas a los soldados. Después de la guerra el éxito fue en aumento y aparecieron libros de bolsillo en todo el mundo.

Las editoriales que se dedican a la producción de libros de bolsillo suelen seleccionar sus títulos entre los que ya han sido éxitos (best sellers), sean estos originales o traducciones; hay algunas editoriales dedicadas exclusivamente a este tipo de libros, pero las más de las veces tienen una producción más amplia y los libros de bolsillo forman parte de una colección dentro de la editorial.

El libro de bolsillo ha tenido una gran incidencia en la biblioteca porque sus temas son coincidentes y porque el moderado precio ha permitido a muchos lectores hacerse de su propia colección, con las ventajas que ello supone. Los criterios para la selección son muy variados: pueden dedicarse a la literatura de carácter popular, temas científicos, arte, poesía, etc., siendo las más frecuentes las de carácter general, que suelen incluir tanto obras clásicas como las de más reciente actualidad en su propia lengua y traducciones.

Los libros de bolsillo se consideran un producto típico destinado a las masas; sin embargo su público está muy definido y está formado principalmente por jóvenes, clase media, profesiones liberales y obreros cualificados. La posesión de libros de bolsillo se identifica más con una determinada forma de pensar que con un status social elevado, papel este que queda reservado a las ediciones de lujo.

Sistemas de venta.

Otra de las características más notables del libro del siglo XX es la variedad de sistemas de venta que se ofrecen al comprador. En general, estos sistemas han favorecido más la comercialización del libro que su lectura, aunque ésta también se haya beneficiado, y han tenido una incidencia negativa en la utilización de las bibliotecas. Los sistemas más conocidos son:

ü Clubs del libro. Iniciaron su actividad en los años veinte en USA (Book of the Month y Literary Guild), y pronto pasaron a Europa, adquiriendo un gran desarrollo después de la II Guerra Mundial. Los clubs del libro organizan la venta suprimiendo uno de los eslabones de su comercialización, el librero, y realizan sus ofertas por catálogos. Los pedidos suelen hacerse por correo y a partir de una cantidad fija periódica que el cliente está obligado a consumir. La mayoría de sus fondos se basan en best-sellers y su público es una población acomodada de mediana edad.

ü Venta por correo. Es una variante del club del libro, que a veces utilizan también editores y libreros, anunciándose previamente por el mismo sistema o por la prensa. Puede tratarse de libros de elevado precio, pero más frecuentemente la oferta se amplía a una serie para enjugar los elevados costes de la publicidad.

ü Venta a plazos. Generalmente se basan en la visita de vendedores a domicilio o placistas, y la oferta se centra en grandes colecciones, enciclopedias y obras similares, que el cliente adquiere y va pagando en mensualidades. El sistema data del siglo XVIII y permitió a financiación de la Enciclopedia francesa.

ü Fascículos. es una modalidad de venta a plazos, pero aquí el cliente va adquiriendo la obra al mismo tiempo que la paga. La venta por fascículos supone una variedad de las entregas del siglo XIX, pero la obra suele estar ricamente presentada y ser mucho más cara. El precio total de la obra es elevado, pero el sistema facilita su compra a economías no muy fuertes. La venta por fascículos se centra en grandes colecciones y obras de tipo hogareño: cocina, jardinería, bricolage, etc.

ü Venta en kioscos. Además de la venta por fascículos, que se realiza preferentemente en estos lugares, la empresa editorial ofrece una serie de colecciones que se ponen a la venta casi exclusivamente en kioscos. Suelen ser obras temáticas -economía, informática, etc.- o grandes colecciones de escritores bajo un lema común -novela de aventuras, premios Nobel, etc. A veces, de forma cada vez más frecuente, se combinan uno de los dos sistemas -fascículos o colecciones- con la compañía de otro tipo de material audiovisual: esto vale sobre todo para las ventas de métodos de aprendizaje de idiomas y obras musicales.

ü Venta en grandes superficies. Sistema igualmente importado de USA consiste simplemente en dedicar una zona de los grandes almacenes, supermercados, etc. a la sección de librería, lo que permite, de un lado abaratar el precio final del libro y de otra integrar éste en los gastos cotidianos de la casa, con lo que al consumidor le da la impresión de resultar un gasto menos oneroso.

El libro en España en el siglo XX.

La edición hasta la guerra civil.- A principios del siglo la producción editorial española era escasa (menos de 1.400 títulos), su contenido pobre, su presentación mediocre y su interés puramente local. El público español no era un buen consumidor debido tanto al analfabetismo (65%) como a su débil situación económica. Sin embargo a lo largo de la centuria, la situación cambió radicalmente, debido a la progresiva urbanización del país, al mayor poder adquisitivo de la población y a la alfabetización casi total de la misma. Estas circunstancias fueron aprovechadas por la empresa editorial española que, apoyada por el mercado hispanoamericano, se situó en uno de los primeros puestos de la producción mundial.

Uno de los primeros editores fue Eduardo Zamacois, iniciado en estas actividades con Sopena, que creó una editorial, Cosmópolis, destinada a ofrecer traducciones en francés de autores españoles. Mayor éxito tuvo la publicación de El Cuento Semanal, pequeñas ediciones muy cuidadas que dieron a conocer a gran cantidad de escritores del momento, y Los Contemporáneos, de vida más larga.

La Biblioteca del Renacimiento, fundada por Victorino Prieto con la dirección comercial de José Ruiz Castillo y la literaria de Martínez Sierra, cuidó tanto a sus autores como la presentación de sus libros. Colaboraron en ella los dramaturgos más en boga, la generación del 98, escritores posteriores, representantes de la novela galante, autores de obras de pensamiento y viejas glorias. Más tarde, Ruiz Castillo creó la editorial Biblioteca Nueva, de larga vida, que cuenta en entre sus logros el haber dado a conocer en España la obra de Freud.

En la segunda década apareció la editorial Calpe, pronto fundida con Espasa, que había comenzado en 1902 la publicación de su Enciclopedia. La nueva empresa adquirió la editorial La Lectura, que contaba con la conocida colección Clásicos Castellanos. Fue idea de Nicolás María Urgoiti, quien contó con el apoyo de Ortega y Gasset para ello y para la creación del diario El Sol. Calpe comenzó sus actividades con la Colección Universal, verdadera biblioteca de bolsillo por su módico precio y su carácter universal, aunque no incluía obras de literatura contemporánea. Durante la guerra civil, la sucursal argentina continuó la obra con la Colección Austral, que aún continúa viva.

Ortega y Gasset fundó una revista y una editorial del mismo nombre La Revista de Occidente, empresa de pequeño volumen, pero de gran peso cultural, por donde entraron en España las ideas de los pensadores del momento. Publicó colecciones de filosofía, historia y literatura, como Musas Lejanas, Nova Novorum y Los poetas, de corta producción pero muy importante por las novedades que ofreció.

Pedro Sáinz Rodríguez estuvo al frente de CIAP, fundada por los hermanos Bauer, que aumentó rápidamente su catálogo por la absorción de otras editoriales como Renacimiento, Mundo Latino, Atlántida, etc. Sin embargo la empresa se truncó por la quiebra de los propietarios.

En 1923 inició sus actividades Manuel Aguilar, que había trabajado en América para editores franceses y en España para Hachette. Aguilar cultivó casi todos los campos del saber, pero es especialmente conocido por sus ediciones de obras completas en papel biblia y encuadernados en piel, que ofrecieron la posibilidad de adquirir libros como símbolo de bienestar social. Amplió el canal de ventas, tanto con la creación de librerías como a través de venta por correo y catálogo.

Al final de la dictadura de Primo de Rivera iniciaron su andadura varias editoriales de orientación política, cuyas obras tuvieron una gran difusión debido a las inquietudes del momento. La mayoría de estas editoriales se disolvieron o tuvieron que exilarse al final de la guerra civil.

En Barcelona destacaba la editorial Sopena, especializada en Diccionarios y libros populares de ciencia y literatura. Creó la Colección Grandes Novelas, la mayoría traducción de autores franceses. También en Barcelona se encontraban Maucci, Araluce, Gallach y Gustavo Gili, productor sobre todo de libros científicos y religiosos. En la década de los veinte se les unió Labor, cuya fuerza arranca del éxito de su primera colección, la Colección Labor o Biblioteca de Iniciación Cultural, obra de gran interés para la divulgación científica.

El mercado americano.

A principios del siglo, el mercado americano estaba prácticamente copado por editores franceses, que publicaban primero en su lengua y más tarde en español, aunque sus libros estaban generalmente plagados de erratas; también habían acudido algunas empresas de otros países, como Herder (alemana), Appleton (norteamericana) y Nelson (inglesa).

La caída de las editoriales europeas con motivo de la I Guerra Mundial fue aprovechada por los editores españoles, que más tarde confirmaron su hegemonía, especialmente tras la salida al mercado, en los años sesenta de las obras de novelistas hispanoamericanos -el boom de la narrativa hispanoamericana.

Nuestra guerra civil empobreció a los editores, y la crisis producida por la II Guerra Mundial dificultó su restablecimiento, por la falta de materias primas adecuadas. La implantación de una rígida censura impedía la publicación en España de una serie de obras, por lo que algunas sucursales americanas editaron durante mucho tiempo más que la central, al tiempo que bastantes editores y libreros emigraron a América o abrieron sucursales allí. Todo ello originó el nacimiento de una industria poderosa, especialmente en Argentina y México, que pareció amenazar la supremacía del libro español. Entre estas editoriales hay que citar a Losada (Buenos Aires) y el F.C.E. y Joaquín Mortiz en México.

La edición después de la Guerra Civil.

La Guerra Civil hizo desaparecer un gran número de editoriales, pero los años cuarenta vieron el surgimiento de otras, como la BAC, dependiente de la jerarquía católica, cuyo órgano de expresión era El Debate antes de la guerra y después el Ya, surgido como vespertino en tiempos de la República. A ella le siguieron EPESA, con la colección de poesía Adonais, y una larga serie de editoriales dedicadas al libro religioso.

En aquellos años inició su andadura la editorial Gredos, con ediciones muy cuidadas de clásicos griegos y latinos. En los años cincuenta comenzó a publicar su Biblioteca Románica Hispánica, dirigida por Dámaso Alonso y que tendría un peso decisivo en los estudios lingüísticos españoles, y en los años setenta la Biblioteca Clásica Gredos. En la misma línea parecieron Taurus, Guadarrama, y Castalia.

En Barcelona aparecieron Destino, cuya colección Ancora y Delfín dio a conocer a la narrativa española del momento, apoyada por los prestigiosos premios Nadal y la editorial de José Janés, que publicó sobre todo traducciones del inglés. Adquirida tras la muerte del fundador por Plaza, dio origen a la editorial Plaza y Janés, que ocupó pronto un puesto destacado. Dentro de la misma línea se encontraban Caralt, Juventud, Noguer y, sobre todo, Planeta, dirigida por Manuel Lara, el cual supo encontrar enseguida las claves empresariales que harían de su editorial uno de los más saneados negocios. Planeta publicó sobre conocimiento del mercado, implantó nuevos sistemas de ventas a distribuidores y creó primero el premio Planeta, generosamente dotado y el Sant Jordi, de novela catalana. Después de la muerte de Franco inició la publicación de memorias políticas y creó el premio Espejo de España. También fue muy importante la aportación de la editorial Seix Barral a la narrativa y el ensayo contemporáneo.

Otros dos movimiento de distinta tendencia crecieron y se afianzaron en los años cuarenta. De un lado, hizo su aparición la literatura de kiosco o infraliteratura, que cultivó la novela fácil -rosa, del oeste, policíaca-, de bajo nivel literario y presentación pobre, pero muy difundida. Pronto el país se llenó de puestos que no sólo vendían, sino que alquilaban y cambiaban este tipo de obras. Así nacieron y se afianzaron editoriales como Bruguera, Molino y Cliper. Por otro lado hizo su aparición la edición oficial, especialmente destinada a la publicación de obras de propaganda del Régimen y de divulgación científica, actividad esta dirigida casi en su totalidad por el CSIC.

Las dos editoriales que ocupan hoy sin duda los puestos de mayor influencia en el mercado español nacieron con la venta de libros de texto: Anaya y Santillana. Anaya nació de la iniciativa de una familia relacionada con la librería Cervantes de Salamanca. Uno de sus miembros, Germán Sánchez Ruipérez fundó Anaya, dedicada a libros educativos y con el asesoramiento de Lázaro Carreter. Posteriormente fundó Cátedra y Pirámide y adquirió Tecnos, dedicada a obras de pensamiento.

Santillana nació de la iniciativa de Jesús de Polanco y Francisco Pérez González, que crearon un gran imperio de libros de texto con filiales en los países americanos. Creó una editorial de libros infantiles, Altea e incorporó Aguilar, Taurus y Alfaguara. Tanto Santillana como Anaya han realizado con desigual resultado incursiones en el mundo de las publicaciones periódicas (El País y El Sol), e incluso de los medios de difusión, especialmente Santillana (Canal Plus, Cadena Ser).

En Barcelona el Círculo de Lectores, primer club del libro español, se ha implantado fuertemente en el mercado español y ha terminado por crear un poderoso grupo editorial con Plaza y Janés.

Las publicaciones periódicas.

El mundo de las publicaciones periódicas en España ha conocido una evolución sometida constantemente a los cambios políticos y económicos. A principio del siglo, el país conoció la difusión de prensa diaria y magazines, que tuvieron en ambos casos una considerable aceptación. A partir de la II República, la prensa diaria conoce una época de esplendor, favorecida por las inquietudes políticas, favorecidas a su vez por la aparición de diarios de toda índole. Esta época de esplendor termina con la guerra civil, tras la cual, el panorama español era desolador. La fuerte censura impuesta a la prensa la hace convertirse en portavoz del Régimen, mientras que los medios de difusión del Movimiento cuentan con su propia prensa, como Arriba. Florece sin embargo la prensa provincial y se mantienen rotativos de gran prestigio, como La Vanguardia o ABC. A finales de los sesenta, una serie de periódicos comienzan a manifestar un giro hacia aires más aperturistas y se acercan al tipo de prensa europea: Informaciones, Pueblo, Madrid. Todo ello se realiza en medio de grandes polémicas que terminan en algunos casos con la desaparición del periódico.

Las revistas se afianzan en campos determinados: de una parte, la revistas del corazón, o de información general van ganando mercado, mientras que una serie de publicaciones de clara orientación política comienzan a encontrar su público: Triunfo, Indice, etc. La muerte de Franco y la posterior transición política provocan un giro espectacular en el panorama de la prensa. Desaparecen la mayoría de las revistas políticas, dando paso a nuevas publicaciones que en poco tiempo se afianzan en el mercado -Cambio 16, Tiempo, Interviú, etc. Idéntico proceso siguen los diarios, hasta el punto que la mayoría de los grandes diarios nacionales son posteriores al 75: El País, El Mundo, El Sol... Sólo ABC y La Vanguardia mantienen sus posiciones.

Tanto en el mundo editorial como en el de la prensa -por otra parte muy relacionados entre sí- muestran una clara tendencia a la concentración, tanto en cuanto a zonas, como en cuanto a empresas. Unos y otros se han visto afectados por las nuevas medidas comunitarias y por el empuje del capital extranjero, aunque en los dos casos en menor mediada de lo que se pensaba en un primer momento. La industria editorial española ha sufrido serias vicisitudes por la caída del mercado hispanoamericano; sin embargo, se le abren nuevos horizontes en la edición en otras lenguas y en el mundo árabe, para quien editan libros de texto y obras enciclopédicas.

Conviene mencionar la política oficial del libro que ha seguido el Estado español desde la República y que, a pesar de diferencias ideológicas, se ha centrado siempre en la promoción de la industria editorial española. Prueba de ello han sido las Ferias y Salones del Libro, el apoyo a la exportación y la creación primero del Instituto del Libro Español y más tarde del INLE, así como las medidas legislativas claramente proteccionistas.

10. Transformación y desarrollo de las bibliotecas en el siglo XX. Movimiento bibliotecario anglosajón y su influencia en otros países.

La biblioteca ha conocido durante el siglo XX un extraordinario desarrollo. Ello ha venido originado por la progresiva alfabetización de la población a causa de la generalización de la enseñanza, la urbanización de la sociedad y el aumento en la producción de libros y documentos. La expansión se ha extendido a los países en vías desarrollo, que han copiado los modelos occidentales, y a los países de economía socialistas, para los cuales ha sido instrumento de creación de un pensamiento homogéneo y de formación de cuadros. La oferta de bibliotecas se ha diversificado con el fin de poder atender mejor las diferentes demandas de unos usuarios cada vez más amplios. Pero las bibliotecas también ha evolucionado en cuanto a su concepto, a su estructura, a su proyección y hasta en sus métodos. Si la biblioteca de ayer miraba hacia el pasado, la de hoy mira hacia el futuro y se orienta en múltiples direcciones. De cualquier modo, muchas de las características de la biblioteca del siglo XX se encontraban ya, de forma más o menos embrionaria, en el siglo XIX.

Historia de las bibliotecas durante el siglo XX.

El periodo que arranca a primeros de siglo ha sido singular en la historia de las bibliotecas: al tiempo que éstas han alcanzado una expansión e importancia como nunca conocidas, también han sufrido los estragos de las guerras y las destrucciones más profundamente que nunca.

Ya a principio de siglo se extendían cada vez con más fuerza la red de bibliotecas públicas de USA y UK, al tiempo que los gobiernos occidentales legislaban en estas materias y eran frecuentes las reuniones profesionales. La I Guerra Mundial trajo como consecuencia una paralización de estas actividades, pero no fueron muchas las bibliotecas que se destruyeron: en su integridad, sólo la de la Universidad de Lovaina. Paralelamente, la Revolución Rusa inició una profunda reestructuración y organización de las bibliotecas de la Unión, aunque este movimiento no sería efectivo hasta mucho más tarde.

Al finalizar la Guerra comienza otro periodo de actividad, frenado de nuevo por la crisis del 29. Sin duda, el país más afectado por estas circunstancias fue Alemania, que había comenzado la organización de sus bibliotecas y emprendido ambiciosos planes bibliotecarios, como los catálogos colectivos universales. Alemania, además, se vio afectada singularmente por la llegada al poder del partido nacionalsocialista, que impuso una feroz censura y trató de convertir las bibliotecas en instrumentos ideológicos a su servicio. La invasión alemana de los países vecinos afectó a las bibliotecas de éstos, que se vieron saqueadas, e incluso destruidas en muchos casos, acciones especialmente virulentas en Polonia y los Balcanes.

El estallido de la guerra provocó la destrucción de innumerables bibliotecas europeas en ambos bandos. Así, fueron total o parcialmente destruidas las dos mejores bibliotecas alemanas, las de Munich y Berlín -ésta perdió más de un millón y medio de documentos de todo tipo-, y múltiples universitarias, como las de Bonn, Francfort, Hamburgo, etc. y las nacionales de Dresde, Stuttgart y otras ciudades. También resultaron muy afectadas Yugoslavia y Bulgaria -que sufrió la destrucción de su biblioteca Nacional-, Francia, que perdió las universitarias de Caen y Estrasburgo y muchas universitarias, e Inglaterra, que vio la destrucción de la universitaria de Londres, parte de la National Central Library (biblioteca nacional de préstamo) y las de Bristol, Liverpool y Plymouth entre otras. Aunque Italia no sufrió tan graves consecuencias, merece citarse por su valor la biblioteca de Monte Cassino, destruida durante el asedio.

A partir del final de la Guerra, el panorama bibliotecario cambio cambia por completo. El primer paso importante es la creación de la UNESCO en el seno de la ONU, que se propone como misión, dentro del campo de las bibliotecas, mejorar los servicios bibliotecarios, promover las bibliotecas públicas, asegurar el libre flujo de la información y favorecer el intercambio internacional de publicaciones. Para lograr estos objetivos la UNESCO colabora activamente con organizaciones profesionales como ISO, FID y IFLA, y busca el asesoramiento de otras. Así, los primeros pasos del movimiento bibliotecario después de la guerra se encaminan a la restauración de los daños producidos por la misma y a establecer medidas de seguridad que impidan la repetición de un desastre similar.

Es notable también el esfuerzo desplegado en los países socialistas, donde, de acuerdo con las ideas de Lenin, se llegó a crear un formidable sistema de bibliotecas públicas, al tiempo que se reestructuraban y organizaban las bibliotecas nacionales de cada país. Hoy día, estas bibliotecas se encuentran enfrentadas a la escasez de medios y la obsolescencia de sus documentos, pero no cabe duda que en su momento tuvieron una vida muy activa y desempeñaron un importante papel en la educación popular.

La descolonización que siguió al periodo postbélico puso de relieve nuevas exigencias: las necesidades de información y las carencias de medios de los países en vías de desarrollo. Pronto, las actividades de la UNESCO se orientaron en esa dirección y fomentaron la creación de infraestructuras informativas en los propios países a través de programas como NATIS. Los programas de la UNESCO de ayuda al Tercer Mundo han sido y son aún fuente de polémica.

Al mismo tiempo las bibliotecas de todo el mundo se enfrentaban a problemas tales como el aumento desmesurado de la producción, la automatización, la invasión de los medios audiovisuales y la diversificación de las bibliotecas. Poco a poco han ido encajando las diversas piezas de estos problemas, aunque muchas de ellas se encuentran aún en plena evolución. Por otra parte, la automatización de bibliotecas, iniciada en los años sesenta y generalizada a partir de los ochenta se reveló como un extraordinario instrumento para resolver muchos de los problemas que aquejan a las bibliotecas actuales, aunque también supuso nuevas orientaciones y planteó, en consecuencia, nuevas cuestiones: compatibilidad, formación del personal, presupuesto, etc.

La diversificación de las bibliotecas.

El paso más significativo de las bibliotecas en el siglo XX fue su diversificación. De la biblioteca única y general, enciclopédica, del siglo XIX, útil para todo uso y para todo usuario, se pasó al establecimiento de una serie de centros, distintos en sus fondos y sus funciones y dirigidos a sectores definidos de la población. Conviene contemplar su evolución y situación actual por separado.

Bibliotecas nacionales.

Aunque su origen se encuentra en siglos anteriores, las Bibliotecas Nacionales se consolidan durante el siglo XX, debido básicamente a que se definen sus funciones y estructuran sus servicios, y a que se entiende la necesidad de su generalización, hasta el punto de que, en la actualidad, todos los países independientes cuentan con su propia biblioteca nacional.

Pero si en un principio parece que la situación tiende a la uniformidad, la realidad es que las bibliotecas nacionales están sumidas en una polémica que dura ya varias décadas. Son diferentes de un país a otro por la cantidad y tipo de sus fondos, están sometidas a diversas legislaciones, tienen diferentes de grados de apertura al público y automatización y en general se debaten entre difusión y conservación. Este dilema, que puede parecer carente de sentido para un país que cuenta con un buen sistema bibliotecario, es dramático para aquellos que no cuentan casi con más biblioteca que su nacional. En este siglo se fundaron bibliotecas nacionales como la de Israel, la de la Dieta japonesa (1948), la de Leipzig (1912) o la de Frankfort (1946).

Bibliotecas universitarias.

Originarias de la Baja Edad Media, las bibliotecas universitarias son unas de las que más cambios sufren a lo largo del siglo XX. Afectadas por el crecimiento desmesurado de la literatura científica, tienen que hacer frente a la vez al mantenimiento de bibliotecas de depósitos, generalmente muy ricas. En muchos casos la situación se resuelve con el establecimiento de una central -depositaria- y varias especialistas, de facultad o departamento. Aunque ello soluciona en cierto modo el problema expuesto, por otro lado crea dispersión de fondos, especialmente los de más actualidad, que a veces terminan estando para uso de grupos muy reducidos.

La automatización ha venido en ayuda en de las bibliotecas universitarias, que han podido contar así con poderosos auxiliares para establecer sistemas de cooperación. Algunos de estos sistemas y planes han terminado incluso por superar los límites de la propia universidad, como son los casos de la OCLC (Ohio College Library Center) de Ohio, la RLIN (The Reseach Libraries Information Network) de Strandford o la UTLAS (University of Toronto Library Automation System), de Toronto, y otras. Las bibliotecas universitarias se han desarrollado enormemente en todo el mundo y muchas de ellas son millonarias en fondos.

Bibliotecas escolares.

Las bibliotecas escolares son un logro del siglo XX. Aunque tuvieran ya precedentes en algunos países, como es incluso el caso de España, con la Ley de Ruiz Zorrilla, la verdad es que el movimiento no comenzó ha hacerse realidad hasta principios de este siglo en USA, y su desarrollo no se logró hasta después de la II Guerra Mundial.

Las recomendaciones de la UNESCO para la creación y desarrollo de las bibliotecas escolares han sido apoyadas en este caso por las de la UNICEF. Unas y otras han dado como resultado una legislación, o cuando menos literatura abundante en muchos países. Pero la verdad es que fuera de algunos países como USA (con 70.000 bibliotecas escolares), Canadá (con 9.000), Japón (40.00). la antigua URSS (180.000), el Reino Unido y los países nórdicos, la mayoría de las países no cuentan con este tipo de bibliotecas. En las últimas décadas se han unido a los países con buenas dotaciones de bibliotecas escolares Italia y Francia, donde además se están llevando a cabo experiencias muy interesantes en el campo de la metodología.

Bibliotecas especializadas.

Las bibliotecas especializadas surgieron como respuesta al reto que proponía la explosión documental de un lado y la ampliación de los campos de la investigación científica por otro.

Las bibliotecas especializadas son numerosísimas y variadas en cuanto a sus fondos, orientación, adscripción y usuarios. En general están al servicio de empresas e investigadores y sus fondos se componen prioritariamente de publicaciones periódicas. Dadas las dificultades que plante a el tratamiento de este tipo de información, las bibliotecas especializadas no han tenido más remedio que automatizarse, lo cual les ha permitido en muchos casos acceder a centros de información remotos e integrarse en sistemas bibliotecarios más amplios. Muchas de estas bibliotecas especializadas han terminado por convertirse en centro de documentación: tanto es así que en los países anglosajones se emplean indistintamente los dos términos para referirse a un sólo tipo de servicio.

Bibliotecas públicas.

Probablemente las grandes "estrellas" de la biblioteconomía del siglo XX hayan sido las bibliotecas públicas. Originarias de las bibliotecas parroquiales americanas y las de los mechanics' institutes británicos. el primer paso que dieron estas bibliotecas en el presente siglo fue extenderse y desarrollarse de forma generalizada dentro y fuera de los países que las vieron nacer. Pronto se entendió como servicio social, y en consecuencia, debían ser fruto de disposiciones legales y estar mantenidas con fondos públicos.

Las bibliotecas públicas dejaron de estar dirigidas a los sectores más desfavorecidos de la sociedad para dirigirse a todos, como instituciones al servicio de la formación individual y colectiva de los ciudadanos. Han creado servicios de extensión bibliotecarias y otros dirigidos a sectores especiales de la población, con el fin de eliminar cualquier barrera entre usuario y biblioteca. Se ampliaron las ofertas de servicios, los tipos de fondos y su acceso: el acceso libre a los fondos se generalizó en la mayoría de las bibliotecas públicas y en los países anglosajones el servicio de referencia alcanzó tal importancia que se convirtió en un auténtico "consultorio público". Además se crearon redes de bibliotecas que permitían ofrecer más servicios con menos esfuerzos y se establecieron normas o pautas internacionales para orientar en su instalación y mantenimiento.

El movimiento bibliotecario anglosajón y las asociaciones profesionales.

La mayoría de los logros conseguidos en el campo bibliotecario tienen su origen en el llamado movimiento bibliotecario anglosajón, que posteriormente tuvo tal influencia sobre las bibliotecas de todo el mundo, que la situación actual puede considerarse hija de aquella forma de pensamiento.

El origen remoto de este movimiento lo encontramos América en personas como Thomas Bray, creador de las primeras bibliotecas parroquiales americanas, que, aunque pequeñas y de carácter religioso, fueron el primer paso serio hacia la lectura pública, y Benjamin Franklin, promotor de la Library Company of Philadelphia, primera biblioteca de carácter asociativo. Unos y otros estuvieron apoyados en sus planes por asociaciones ciudadanas y eruditas e incluso por la misma conciencia popular, que pedía la creación de bibliotecas públicas como un medio de perfeccionamiento y promoción social. Al mismo tiempo en U.K. aparecían personajes como Kirkwood, que elaboró un plan para bibliotecas en Escocia, o Samuel Brown, que creó las primeras bibliotecas itinerantes.

Pero será en el siglo XIX cuando comience a verse de forma clara la realidad del movimiento bibliotecario anglosajón, que empezará a dar sus frutos a finales de esa centuria y durante toda la siguiente. Antonio Panizzi, refugiado político italiano que llegó a ser director del British Museum a mediados del pasado siglo, renovó esta biblioteca y la convirtió en una institución importante, mediante su organización meticulosa, el cumplimiento del depósito legal y la adquisición de nuevos fondos. Se preocupó de establecer y renovar las reglas de catalogación, de mejorar la situación del personal, publicar los catálogos de la biblioteca y difundir sus fondos a partir de la consideración -muy avanzada para la época- de que todos los usuarios eran iguales y tenían derechos a los mismos servicios.

Mientras tanto en USA, una serie de eminentes bibliotecarios unieron a su formación intelectual superior dotes organizativas, imaginación y fe en la perfección del hombre a través del conocimiento, al que se llegaba, en una primera etapa por la enseñanza y posteriormente a través del libro. Son los padres de la moderna biblioteconomía y entre ellos se encuentran Charles Coffin Jewett, bibliotecario del Smithsonian Institution y redactor de una famosas normas de catalogación; Poole, director de la Biblioteca del Ateneo de Boston y promotor se las bibliotecas públicas; Winsor, bibliotecario en Boston y Harvard, especialmente preocupado por la satisfacción de las necesidades de los usuarios y promotor de la lectura popular; Cutter, director de la Biblioteca del Ateneo de Boston y creador de un sistema de clasificación parcialmente desarrollado por la L.C.; Melvil Dewey, director de la biblioteca universitaria de la Columbia y de la del Estado de New York, luchador y activo organizador, que estuvo preocupado por los más diversos aspectos de las bibliotecas, desde la formación profesional a la normalización, y que fue el creador de un sistema de clasificación que llegó a ser el más extendido, bien en su versión original (DDC) o en posteriores adaptaciones (CDU). También cabe citar a Spofford, director de la L.C. y que la convirtió en la biblioteca que es hoy día y su sucesor Putnam, que puso en marcha la venta y distribución de las fichas catalográficas, patrocinó el canje nacional e internacional de publicaciones y fomentó el préstamo interbibliotecario y la creación de la NUC.

Todos ellos tuvieron una participación muy activa en la creación y funcionamiento de la ALA, así como de la revista Library Journal en USA y de la LA en U.K. -verdadero motor de las bibliotecas y los bibliotecarios británicos-, gracias a los cuales surgió, se unificó y se difundió el moderno pensamiento bibliotecario. Así, se adoptaron técnicas comunes y se establecieron servicios de cooperación muy efectivos, que transformaron una serie de bibliotecas independientes y expuestas al aislamiento en una organización nacional, íntimamente entrelazada y que perseguía los mismos fines, utilizaba iguales medios y abría nuevos cauces a la cooperación.

Además, construyeron nuevos edificios, funcionales y capaces de recibir las grandes masas de libros a las que obliga la producción actual, y de permitir la circulación fluida de los lectores; diseñaron servicios de seguridad y depósitos de diversos tipos; introdujeron los nuevos instrumentos de trabajo, desde la máquina de escribir al ordenador; crearon normas de catalogación y clasificación; atendieron a las diferentes necesidades de los usuarios; imaginaron medios de extensión bibliotecaria; incorporaron nuevos soportes a los fondos y, en fin, dirigieron sus esfuerzos hacia una adecuada formación profesional del bibliotecario.

Su influencia en otros países.

Resulta imposible medir la influencia del movimiento bibliotecario anglosajón en otros países ni enumerar los sectores a los que ha afectado. Baste decir que no sólo la situación actual de las bibliotecas, sino hasta la evolución que siguen tuvieron allí su origen. Naturalmente, la influencia se dejó sentir más en unas zonas que en otras: las más influidas fueron sin duda los países nórdicos y los que estuvieron sometidos a la colonización británica. Pero, de cualquier modo, su influencia fue enorme en todos los países del mundo y se dejó sentir hasta en los países socialistas, debido a que suponía, tanto un cuerpo de doctrina, como una realidad práctica. Para hacer mención de los aspectos que más fuertemente sintieron su ascendiente, enumeraremos los siguientes:

ü Asociacionismo profesional. Influyó decisivamente en la creación de asociaciones como la FID, IFLA y otras de carácter especializado, tanto en sus estructura como en su funcionamiento.

ü Normalización. Activos promotores de reglas de catalogación (AACR 1 y 2), fueron la base de las normas de catalogación actualmente en uso en casi todos los países del mundo. Su autoridad también se dejó sentir en los campos de la clasificación, elaboración de resúmenes, etc.

ü Bibliotecas públicas. Padres de la moderna biblioteca pública, crearon el concepto de servicio social frente al conservador que mantenían las bibliotecas hasta entonces.

ü Servicios a la población: Crearon ofertas de servicios tan variados como la sección de referencias, fondos especiales o extensión bibliotecaria, y acostumbraron a la población a utilizarlos.

ü Automatización de bibliotecas. La incorporación a las bibliotecas de las nuevas tecnologías ha tenido su origen y máximo desarrollo en USA, pionera y adelantada en este terreno.

ü Organización de la biblioteca. Disposición de los fondos en libre acceso, biblioteca abierta, disposición alternativa de los depósitos, etc.

ü Edificios, mobiliario y equipamiento. Concibieron el edificio como un lugar ante todo funcional, creado para dar un servicio determinado. Su concepción de los mismos tuvo una notable influencia en la arquitectura del siglo XX, no sólo para edificios destinados a bibliotecas, sino para otros de servicios públicos.

ü Formación profesional. Fueron los primeros en considerar la necesidad de dotar al bibliotecario de una formación adecuada, con lo cual terminó la época de bibliotecario=erudito y comenzó la profesionalización del cuerpo.

ü Cooperación interbibliotecaria. Pioneros en este tipo de colaboración en todos sus campos, promovieron la cooperación interbibliotecaria a nivel mundial, al tiempo que elaboraban los mejores instrumentos para llevarla a cabo: catálogos colectivos, servicios bibliográficos, etc.

La situación en España.

Los comienzos del siglo XX en España estuvieron fuertemente marcados por las ideas conservadoras y conservacionista que sobre las bibliotecas tenían Menéndez y Pelayo y sus seguidores. Sin embrago, bajo la influencia de Romanones, de Canalejas y de otros políticos de corte liberal, no tardan en aparecer los primeros movimientos a favor de las bibliotecas populares, que cuentan con el apoyo de numeroso intelectuales y dan como resultado la aparición de bibliotecas de Ateneos y círculos obreros, las primeras bibliotecas circulantes y más tarde la creación de las bibliotecas populares de Madrid (1912). En Cataluña se crea la Red de Bibliotecas de la Mancomunitat (1915) bajo la dirección de Eugeni D'Ors, quien abre también la Escuela de Bibliotecarias y constituye la Biblioteca de Catalunya, a la que incorpora novedades como el acceso libre a los estantes. Pero sería la República quien se mostrara más preocupada por hacer llegar las bibliotecas a la población, especialmente a los sectores más necesitados de la misma. Para ello se crean las Misiones Pedagógicas y se fomentan las bibliotecas universitarias, públicas y de círculos obreros, al tiempo que se legisla con la intención de organizar un sistema bibliotecario español acorde con las exigencias reales del país.

La guerra civil paralizó esta actividad, que se vio inmediatamente retomada al término de la misma. Sin embargo, aunque la legislación sobre el asunto fue abundante, las bibliotecas españolas conocieron un periodo de decaimiento, debido, en parte a la escasa afición lectora de los españoles y en parte a la insuficiente dotación de fondos y personal con que se las proveyó. Cuando se empezó a reaccionar, las bibliotecas españolas se encontraron con la competencia de los medios de comunicación de masas y los hábitos de los españoles, entre los que no constaban la asistencia a las bibliotecas.

Los problemas de las bibliotecas españolas actuales no se pueden generalizar: dependen más bien del tipo de bibliotecas de que se trate, al igual que pasa en el resto del mundo. Se enfrentan al reto de la evolución social y de la automatización y están también en camino de replantearse constantemente su función.

11. La encuadernación del libro. Panorama histórico general.

La encuadernación es el arte de sujetar entre sí los pliegos de un libro y de cubrirlos para su mejor preservación y manejo.

La encuadernación en el mundo antiguo.

Aunque desde los tiempos más remotos los hombres utilizaron distintos recipientes para guardar sus testimonios escritos -cajas, cilindros metálicos, ánforas, cestas, etc.- no se puede hablar de encuadernación en el sentido estricto del término hasta el momento en el que el libro abandona su forma de rollo sustituyéndola por la de códice.: esta forma exigía que se la uniese y protegiese, especialmente si constaba de varios cuadernillos. Así pues, nace con la finalidad de proporcionar al códice una conservación durable. Según parece, las primeras encuadernaciones del libro consistían en unas tablillas de madera -generalmente cedro-, con unas bandas de cuero para envolverlo y una correa que sujetaba el conjunto, como cuenta Marcial en uno de sus epigramas. Los esclavos romanos, además de copiar el libro eran los encargados de encuadernarlos (ligatores librorum). Las cubiertas hicieron posible una ornamentación externa del libro, sujeta a las influencias técnicas y decorativas de cada época, y a las concepciones artísticas propias de cada país.

A partir del siglo IV d.C., la encuadernación del libro aparece ya revestida con todo el lujo oriental característico del estilo bizantino. Ejemplo de ello es el Evangeliario que Teodelinda, reina de los longobardos, regaló a la catedral de Monza. Frecuentemente se adornaba el códice con oro, piedras preciosas y esmaltes. En España se utilizó este tipo de encuadernación antes que en otros países de Europa: dos ejemplares que se conservan en la catedral de Jaca presentan placas de marfil y adornos de plata en las cubiertas.

Edad Media.

Pronto hicieron su aparición las encuadernaciones en las que las tapas de madera se recubrían de cuero. Este se adornaba con diversas representaciones que, grabadas en pequeños hierros, se estampaban en seco, en relieve y sin oro: es la denominada técnica del gofrado, muy empleada en la época carolingia. El número y variedad de los mencionados hierros aumentaron en el periodo románico, con adornos procedentes del mundo vegetal o animal, imágenes de santos, caballeros y otras figuras humanas.

En el llamado gótico, las decoraciones ofrecen en un principio una decoración más sencilla; pero hacia sus postrimerías aparecen abundantes ángeles y santos y más tardíamente escenas eróticas y de cacería, especialmente en las cubiertas grabadas en cuero, que se usaron sobre todo en Alemania y Austria en los siglos XIV y XV. Las encuadernaciones góticas son muy escasas en España y presentan una decoración de pequeños hierros ovales o triangulares que llevan inscritos motivos heráldicos y ornamentales. Estos hierros se distribuyen regularmente por la cubierta formando motivos sencillos para completar la decoración, todavía gofrada: el mejor ejemplar es el que contiene la Regla de San Benito, del siglo XIII, procedente del Monasterio de la Huelgas.

A lo largo de toda la Edad Media se siguieron las mismas pautas, distinguiéndose entre las encuadernaciones de cuero y de orfebrería, usada especialmente para determinados libros litúrgicos; en los manuscritos más corrientes bastaba con una simple cubierta de pergamino. Entre los primeros se deben citarla la tapa del Evangeliario de marfil, procedente del taller de Fernando I y el Evangeliario de la catedral de Tortosa. En la Baja Edad Media, la encuadernación más aceptada era de cuero: las tapas de madera se recubrían con piel ya curtida y se decoraban siguiendo diversas técnicas, ya que al gofrado había venido a unirse el repujado, realizado sobre cuero húmedo. En los ángulos de las tapas se solían poner guarniciones de metal y el libro se cerraba por medio de broches también metálicos: a veces aparecían con cadenas de hierro unidas a la encuadernación por las tapas para sujetar el libro al pupitre o al estante.

El mudéjar, estilo genuinamente español, es el resultado de aplicar a la encuadernación los recursos ya experimentados en la decoración de los cueros. Su característica esencial es la de presentar en todos los ejemplares una técnica y estilo idénticos, aunque con una infinita variedad de tipos: las decoraciones componen lazos, estrellatos geométricos, cuadrángulos cruzados, rombos, etc, completados por la decoración menuda de cordón que también compone las cenefas o borduras con dibujos siempre diferentes. Utilizan la técnica del estezado y el gofrado. Entre los ejemplares más notables merece destacar el Misal Toledano del siglo XV.

A final de la Edad Media la encuadernación se seculariza y se extiende, alcanzando ahora, técnica y artísticamente, su propio sentido. Al uso de las pieles se añaden las encuadernaciones en ricas telas, bordados con aljófar, pedrería y esmaltes, con exhibición de emblemas en su parte central y en las manezuelas. La influencia árabe se extendió por toda Europa y de ellos se tomará el empleo del cartón o papelón, que empleaban como soporte de las encuadernaciones flexibles, tomando a veces la forma de cartera, que se adaptaba al libro encerrándolo en una especie de estuche con una solapa. De la encuadernación de muchos libros medievales, especialmente los correspondientes al periodo prerrománico y románico, no quedan apenas trazas y si quedan sus motivos irreconocibles. Sin embargo, se puede reconstruir su forma gracias a las representaciones que de ellos se hacen en los códices, como en el Códice Virgiliano de El Escorial o en el Beato de Gerona.

Renacimiento.

Durante el siglo XV se ponen de moda las planchas de hierro de gran tamaño que ornamentan las cubiertas de una sola vez. Otra de las novedades es el coloreado y cincelado de los cortes de los libros. En la segunda mitad del siglo aparece el llamado estilo renacimiento, que generalizó el dorado de los cueros por medio de hierros transformados en ruedas, que sin solución de continuidad, prodigaban arabescos, combinaciones geométricas, ondulaciones, etc. La técnica fue posteriormente perfeccionada por Aldo Manuzio (hierros aldinos), extendiéndose por las naciones occidentales de Europa, donde llegó a dominar. El arte renacentista encontró su apogeo con Grolier, Maioli y otros bibliófilos, refinando las líneas de las combinaciones o duplicándolas en forma de cinta, puntillando los espacios o llenándolos de piezas de colores que las hacían policromadas y en mosaico. En el centro suelen llevar un círculo, un cuadrado o un losange donde va inscrito el nombre de la obra o de su poseedor. De los bibliófilos mencionados se conservan preciosos ejemplares con decoración variadísima, predominando los motivos geométricos y algunas veces florales. La encuadernación renacentista española es más bien de gusto flamenco y repite de tal manera las ideas arquitectónicas que bien puede ser llamada encuadernación plateresca.

Siglos XVII al XIX.

Durante el siglo XVII es Francia la que impone la moda en materia de encuadernación: es el periodo barroco, que caracteriza a todos los aspectos del arte. Durante todo el siglo la encuadernación es recargadísima, con pequeños hierros que se prestan a todo tipo de combinaciones. Los estilos mas utilizados son à la fanfare, atribuido a la familia Eve -líneas espirales doradas que se entrecruzan- y el puntillado -filetes o líneas formados por la sucesión de pequeños puntos. También surgieron en Francia los hierros semicirculares de ornamentación radiada, à l'eventaille, y sembrados, semis, que distribuida sobre la cubierta un motivo heráldico o floral.

La encuadernación durante el siglo XVIII pasó por las siguientes etapas:

A) Periodo de transición en el que persisten los elementos barrocos

B) Rococó, caracterizado por una ornamentación exuberante: el estilo más utilizado fue à la dentelle, imitando encajes, y el elemento decorativo la rocaille, adaptación del acanto clásico que lo invade todo en forma de perfiles movidos y se liga con otros elementos: ménsulas, flores, rosetones, guirnaldas.

C) Neoclásico, originario de Inglaterra, tal vez como reacción a los excesos anteriores. Se caracterizan por presentar una cenefa rectangular limitada por cuatro cuadrados y lo largo de la cual se desplazaba una rueda casi siempre de inspiración floral. Tuvo continuidad con el estilo imperio impuesto por Napoleón.

En España la etapa neoclásica presenta una gran monotonía, sólo interrumpida por las pastas valencianas, teñidas de diversos y vivos colores formando jaspeado, y el estilo imperio se manifestó con la modalidad de cortina, invención atribuida al maestro Antonio Suárez. A lo largo del siglo XIX la moda romántica se dejó sentir también en el arte de encuadernar. La innovación más conocida es el estilo catedral, debido a Thouvenin; pero lo que caracteriza a la época es la modalidad barroca del romanticismo, que en España se llamó isabelina. Durante este siglo, Francia crea las encuadernaciones interpretativas o cubiertas parlantes, donde aparecen motivos alusivos o escenas sacadas del contenido del texto. Luego va adquiriendo cada vez una mayor sencillez y a finales del siglo la decoración termina por circunscribirse al lomo.

Siglo XX.

La encuadernación del libro ha sufrido en el siglo XX una profunda evolución, tanto en lo que se refiere a su decoración como en lo referente a la técnica. Actualmente casi todos los libros se encuadernan mecánicamente, y las encuadernaciones manuales y artesanales han quedado relegadas para uso de aficionados y bibliófilos. Las técnicas empleadas para la encuadernación mecánica son múltiples, según se trate de un tipo u otro de encuadernación: en tela, cartoné, piel, rústica, etc. Muchos libros presentan aspecto de solidez, pero, desgraciadamente, no todos la poseen. La mayoría de los libros disponibles en el mercado tienen una encuadernación pegada, y no cosida, lo que los hace extremadamente sensibles a la manipulación. Italia, Inglaterra, Alemania y Francia son los países donde la encuadernación ha adquirido mayor prestigio, tanto por su manufactura como por su arte.

La decoración de la cubierta se ha visto influida por los vaivenes artísticos del siglo, aunque se ha impuesto de forma generalizada la cubierta parlante que, ahora más que nunca, informa sobre el contenido del texto, haciéndolo además atractivo para el lector: en una sociedad tan condicionada por la comunicación audiovisual, el aspecto externo del libro y la sugerencia que hace su portada son el primer reclamo publicitario. Algunas editoriales han llegado a hacer verdaderos alardes de imaginación en las cubiertas de sus libros: en este sentido merece ser citada la colección de cubiertas que Daniel Gil realizó para el Libro de Bolsillo de Alianza Editorial.

12. La ilustración del libro. Panorama histórico general.

La ilustración es algo más que el ornato del libro, ya que nos ofrece un comentario gráfico de su contenido, un reflejo de la sociedad en la que apareció el libro y, en algunos casos, puede constituir principal motivo de interés. Llamamos ilustración a aquellas representaciones gráficas que nos informan del contenido del libro; las que se incluyen con fines estrictamente decorativos se llaman ornamentación.

La ilustración en la Edad Antigua.

La ilustración era un arte conocido por los egipcios desde épocas remotas: de hecho, su misma escritura era ya un tipo de ilustración. Entre los restos más sobresalientes de la ilustración egipcia se encuentra el Libro de los Muertos (siglo XV a.C.), donde las ilustraciones aparecían formando un friso en la parte superior del texto. Más tarde apareció la viñeta, que se diferenciaba del texto por un recuadro y a veces por un fondo de distinto color.

En el mundo grecolatino se empleó también la ilustración del libro, aunque nos han quedado muy pocas muestras de ello: unos cuantos rollos ornamentados con motivos geométricos. Sin embargo se sabe que la ilustración en la Grecia antigua seguía los sistemas utilizados para la decoración de la cerámica, y su misma evolución. Ya en esta época apareció la costumbre de iniciar los documentos con el retrato de su autor, costumbre que se extendería mucho más con el Imperio Romano.

La aparición del pergamino favoreció la ilustración del libro, ya que reunía mejores condiciones para ello que el papiro. Sin embargo, la ilustración había nacido con el papiro y su influencia se dejó sentir durante mucho tiempo. En los primeros tiempos de nuestra era, la ilustración de los textos en los centros de cultura romana fue pobre y escasa, aunque se deben citar, por ser los códices en lengua latina más antiguos que se conservan, el Vergilius Vaticanus y el Vergilius Romanus, el primero con 50 pinturas y el segundo con 19, en las cuales aparece el poeta con un volumen en las manos, y la Biblia Itala.

Bizancio.

Por el contrario, estos mismos siglos señalan el esplendor de la ilustración y la ornamentación de los códices bizantinos, cuyo desarrollo se divide en cuatro grandes etapas:

1: De Constantino a León el Isaúrico. De contenido profano y religioso, muy influida por el estilo helenístico oriental.

2: De León el Isaúrico a Miguel III: como consecuencia de las luchas iconoclastas, no existen en esta época códices ilustrados con figuras, pero sí iniciales ornamentales, arcos, columnas y decoración fantástica.

3: De Miguel III a Basilio II. Se recobra la representación de la figura, pero manteniendo las ilustraciones fantásticas de la época anterior.

4: De Basilio II a finales del siglo XII. Comienza la decadencia, pero aún pueden citarse algunas códices notables. Se inicia el alargamiento de la figura que caracterizará al estilo griego en épocas posteriores.

La Edad Media.

Fuera de Italia, la ilustración se redujo a las iniciales en las que se entremezclan hojas con cabezas estilizadas de animales reales o imaginarios y algún motivo ornamental, que se difundieron sobre todo por la acción de los monjes irlandeses. Se señala la existencia de varias escuelas: la merovingia, con ornamentación limitada a combinaciones estilizadas y pocas tintas, la irlandesa, con sus características iniciales de entrelazados y la visigótica. Según parece, la representación de figuras de la escuela visigótica española seguía la tradición del Norte de Africa, que más tarde se perpetuó en la miniatura mozárabe. De esta tendencia es representativo el Pentateúco de Ashburnham, donde se representan pasajes del Antiguo Testamento.

En el siglo IX, la ilustración conoce una época de resurgimiento con el renacimiento carolino, tal y como lo demuestran obras como el Evangeliario de Godescalco o la Biblia de Carlos el Calvo. Se perfila la existencia de varias escuelas -Reims, Palatina, Renana, etc.-, y aunque los efectos de este renacimiento fueron poco duraderos, su influencia se dejó sentir durante mucho tiempo en los condados de la Marca Hispánica y en el valle del Rhin. De esta época data la costumbre de los códices purpúreos o áureos, escritos en oro o plata sobre pergaminos teñidos de púrpura, de clara influencia bizantina. Posteriormente, el manuscrito conocería otro breve periodo de esplendor con el renacimiento otoniano.

En el siglo X merece citarse la miniatura mozárabe, que aparece tanto en los territorios españoles bajo dominación musulmana como en los reinos cristianos del norte de la Península. No todos tuvieron el mismo interés, pero destacan los Comentarios al Apocalipsis y el Libro de Daniel del Beato de Liébana, obra que se prestaba a una extensa ilustración. Prueba de su éxito son las numerosas copias que se conservan, fechadas entre los siglos X al XII. Otras obras de esta época son el Antifonario de León, la Biblia de San Isidoro de León y la Biblia Hispalense, todas del siglo X.

En el siglo XI hizo su aparición el románico, que consistía básicamente en el bizantinismo impuesto a las costumbre de cada país. En España dio lugar a tres tipos de manuscritos: puramente mozárabes o tradicionales, mezcla de mozárabe y románico y románicos. En el siglo XIII hace su aparición el gótico, más nivelador que el románico, y cuyo foco de influencia procedía de Francia. El libro recibe aires secularizadores y la ilustración adquiere una brillantez hasta entonces desconocida. Los ilustradores consiguen la representación pictórica de lo que narra el texto, pero además, la misma composición de la página se hace en función de su decorado. Así, texto e ilustración se rodean de motivos vegetales minúsculos y delicadísimos, con empleo del dorado y el llamado "azul francés" y las escenas representas momentos de la vida cotidiana. Entre los mejores ejemplares de esta época se encuentran Les Très riches heures du Duc de Berry y el Breviario de Belleville, y en España Las Cantigas y El Libro del ajedrez, de los dados y de las tablas de Alfonso X. También destacaron las escuelas italiana y flamenca, que dejaron sentir su influencia sobre todo a partir del siglo XV.

Los primeros libros impresos.

Con la aparición de la tipografía la actividad de los iluminadores se redujo considerablemente, puesto que muy pronto comenzaron a utilizarse también iniciales y estampas grabadas por distintos procedimientos.

El grabado de estampas ya se practicaba en Europa con técnicas xilográficas desde principio del siglo XIV, especialmente para obras populares de poca calidad -juegos, barajas, etc- y obras donde el texto era casi inexistente -Biblia Pauperum. Pronto pasó al libro, también en principio en forma de grabados populares de escaso valor artístico. Sin embargo, ya a finales del siglo XV y principios del XVI se hicieron famosos algunos libros por la calidad de sus grabados, como son la Crónica Universal, impresa en Nuremberg por Anton Koberger o la Hyperotomachia Poliphili de Aldo Manuzio, de manera que junto al grabado popular de baja calidad, conviven obras de altura artística sorprendente. Pronto se dedicaron a la ilustración del libro artistas de la talla de Holbein, Lucas Cranach y, sobre todo, Durero, quien cultivó la xilografía y el grabado en hueco. Además de Nuremberg, donde se encontraba su taller, existían otros centros de ilustración xilográfica del libro famosos por la perfección de sus obras, como son Estrasburgo, Frankfurt, Venecia o Milán. Una vez llegada a este esplendor, la xilografía comienza a decaer, decadencia que durará más de dos siglos. A finales del siglo XV hizo su aparición la calcografía, mucho más apta para la representación fidedigna de las ilustraciones, que poco a poco fue ganando terreno por la facilidad que prestaba a la reproducción de las obras científicas y tratados de viajes.

Del siglo XVII al siglo XIX.

El interés de los pintores por la ilustración del libro casi desapareció en el siglo XVII, excepción hecha de Rubens, quien trabajó para los talleres de los Plantin de Amberes. Sin embargo, el interés general por la ilustración reaparece en el siglo XVIII con nuevos bríos En este siglo reaparece el grabado en madera, bien que con distintos procedimientos: el artífice de ello fue Thomas Bewick, quien descubrió el sistema de xilografía a contrafibra o à la testa, consistente en grabar sobre láminas de madera cortadas transversalmente. Esta operación podía hacerse con buril, ya que la dureza de la madera era similar a la del metal. Bewick publicó obras tan notables como Selected fables, Quadrupeds y British Birds, en las cuales reflejaba con delicadeza y precisión tanto el aspecto de las personas como el de los animales.

Pero las influencias más notables en cuanto al estilo de ilustración y los motivos utilizados procedían de Francia, quien, como en otros campos, no tardó en imponerse. Coincidiendo con el arte rococó, la ilustración del libro adquiere un aspecto elegante y frívolo -rosetones, amorcillos, guirnaldas, florones-, y no se limita a narrar o sugerir la escena plasmada en el texto, sino que decora todo el libro con cabeceras, orlas, iniciales y culs de lamp. Entre los grandes ilustradores del momento se cuentan los pintores Fragonard, Boucher, Choffard y Moreau, gran viñetista e intérprete minucioso de la vida cotidiana. A mediados de siglo, el cambio de estilo artístico se refleja también en la ilustración del libro, que abandona las elegantes y alegres líneas del rococó para pasar a la regularidad absoluta y la simplicidad lineal , evocadora de la antigüedad, característica del arte neoclásico.

El siglo XIX hereda del anterior alguno de sus grabadores y es ahora cuando empezará verdaderamente la influencia de Bewick. Ello vino a coincidir con el romanticismo, periodo que favoreció extraordinariamente la ilustración del libro, pudiéndose hablar de una ilustración romántica basada sobre todo en motivos medievales, ruinas antiguas y también ilustraciones que resaltaban los caracteres propios de las regiones -surgían los primeros movimientos nacionalistas. Entre los grabadores más conocidos están Daumier, Raffet, Gigoux y sobre todo Gustave Doré, cuya influencia en este tipo de ilustración se deja sentir aún en nuestros días. Doré fue un fecundísimo grabador que se apartó de las tendencias academicistas francesas para adquirir una notable personalidad propia: entre sus obras más destacadas se encuentran las ilustraciones para El Quijote, La Divina Comedia y La Biblia.

Con la desaparición del Romanticismo, la ilustración conoce un decaimiento paralelo al de la producción del libro de calidad, al tiempo que las nuevas condiciones de vida y los avances técnicos aumenta la difusión de la lectura en sectores cada vez más amplios de la población. Así, la ilustración se mantiene en todas las obras de gran difusión destinadas a un público amplio -novelas, folletines, etc.- y le presta un apoyo considerable al recién aparecido libro infantil. Para hacerlo más agradable y llamativo, los dibujos se colorean, primero a mano, por niños y mujeres empleados con bajos sueldos, y más tarde mediante el procedimiento de la cromolitografía, cuyo empleo en ciertas obras de mal gusto le dio sentido despectivo a la palabra cromo.

En cuanto al aspecto técnico, el siglo XIX presencia la vuelta al grabado en madera, pero es la litografía -grabado en piedra calcárea que aprovecha la cualidad de algunos minerales de repeler las materas grasas-, inventada por Senefelder a finales del siglo anterior, el procedimiento que quizá más renovó entonces la ilustración del libro y sin duda la técnica más empleada hasta la segunda mitad del siglo, en que hizo su aparición el fotograbado. En esta última mitad, y con la aparición de la corriente del libro para bibliófilos, destacan figuras tan interesantes como William Morris, quien trabajó con los prerrafaelistas en la concepción de una estética que influiría decisivamente en la aparición del Art Nouveau. En la elaboración de este tipo de libros colaboraron activamente en Francia los primeros impresionistas.

El siglo XX.

La ilustración del libro ha sufrido los mismos cambios que todos los demás aspectos de la obra, desde el contenido hasta su misma concepción. Las técnicas, que empezaron con la fotocomposición, para seguir con el heliograbado, huecograbado y offset, llegaron a tal perfección que los libros de hoy pueden llegar a ser verdaderas obras de arte gráfico, presentando la realidad con una fidelidad absoluta. Pero quizá lo que más ha cambiado es el concepto de ilustración. La primera mitad del siglo estuvo muy influida por las corrientes decimonónicas, para comenzar a abrirse, primero tímidamente y luego de forma generalizada a las nuevas corrientes de la ilustración. Para la ilustración del libro se utilizan hoy día indistintamente originales fotografiados o diseñados, nacidos con la finalidad de ilustrar el libro o no. Las corrientes artísticas han influido decisivamente sobre la ilustración del libro, que en muchos casos ha sido su mejor medio de difusión.

ü El libro ilustrado actual responde a las siguientes motivaciones:

ü Libros de divulgación científica o libros técnicos que precisan de abundantes ilustraciones -arquitectura, arte, etc.

ü Libro recreativo, o formativo con vocación de entretenimiento -viajes, aventuras, ciencias aplicadas, etc.

ü Libro infantil.

ü Libros de texto

ü Libro cuyo contenido fundamental y razón de ser es la ilustración: catálogos de exposiciones, obras de fotógrafos célebres, etc.

En una sociedad de cultura tan marcada por los mensajes audiovisuales, es comprensible el papel que representa la ilustración del libro. Así, de una parte es difusor de ideas; de otra, sirve de reclamo a los lectores para atraer la atención sobre su contenido; en este sentido, la iconografía ha vuelto a recobrar la función que tuvo en la Edad Media. No obstante, al lado del libro ilustrado aparecen libros con muy pocas ilustraciones, sólo ilustraciones técnicas y gráficos o faltos por completos de ilustración.

13. Técnicas de restauración del libro y del documento.

Libro y documento hacen referencia a los bienes culturales que forman nuestro patrimonio bibliográfico y documental. El hombre, dueño este patrimonio, está obligado a mantenerlo y acrecentarlo y, en consecuencia, carga con la responsabilidad de la conservación de estos bienes. Ello supone la garantía de su integridad -física, intelectual y funcional-, resistencia -permanencia al paso del tiempo- y durabilidad -firmeza ante el uso y manejo.

La restauración es el proceso por el cual se le devuelven al libro o al documento sus características originales, perdidas por degradación o destrucción. Su aplicación es consecuencia del pasado, mientras que la conservación mira hacia el futuro. Sin embargo hay que tener bien presente que el proceso de degradación de los objetos es irreversible, por lo cual la restauración devuelve al libro características que, en el mejor de los casos serán idénticas a las que tenía, pero nunca las mismas. Es un proceso obligado cuando han fallado, o no han existido, las medidas preventivas que impidieran la degradación.

Principios básicos de la restauración.

El trabajo del restaurador ha de guiarse por reglas precisas que, el algunos casos son comunes a todos los campos y en otras específicas del mundo del libro y los documentos. En este sentido, la IFLA publicó en 1979 y revisó en 1985 sus Principes de conservation et de restauration des collections dans les bibliothèques, donde exponía los principios generales para la restauración de obras documentales. Los principios básicos eran los siguientes:

ü Los medios técnicos para alcanzar los objetivos de conservación y restauración de documentos deben realizarse siempre conjuntamente entre bibliotecarios y expertos en restauración, aunque la elección de los materiales reposará sobre bases establecidas por las autoridades científicas.

ü El proceso de degradación es irreversible y la restauración en el sentido estricto, imposible. La restauración de un documento dañado consiste en la estabilización y reconstrucción del objeto deteriorado, utilizando el material original en cuanto sea posible funcionalmente y materiales nuevos cuando sea absolutamente necesario: ello implica que siempre alguna cosa cambia, y corresponde al bibliotecario decidir si se puede aceptar o no ese cambio.

ü La finalidad de la restauración es la de obtener un objeto nuevo restaurado que conserve hasta donde sea posible las cualidades funcionales, visuales y táctiles del original.

ü No debe emprenderse una restauración a menos que se compruebe que es absolutamente inevitable. La necesidad de una restauración supone que la degradación del documento alcanza un punto tal que el documento ya no se puede utilizar: ello está íntimamente relacionado con su frecuencia de uso.

ü Los criterios primordiales para decidir la elección de materias y de técnicas serán la garantía de durabilidad, la seguridad y, mientras sea posible, la reversibilidad del proceso.

ü Los productos y los tratamientos de la restauración se adaptarán a los problemas a resolver y la permanencia del tratamiento debe ser comprobada en laboratorio.

ü Todos los productos aplicados deben ser inocuos y eficientes, tanto en su composición como en su utilización.

ü Toda restauración debe ser fiel al original, siendo comprobable por un experto.

En todo caso, los matices de interpretación de estos principios vienen marcadas por el valor real, comercial o sentimental del libro, del uso que se haga de él, del tiempo de trabajo que se le pueda dedicar y del interés histórico del documento.

Aspectos a tener en cuenta.

Antes de proceder a la restauración de libros o documentos conviene tener en cuenta ciertos aspectos básicos que conforman el objeto mismo: el soporte físico, los agentes de degradación y las características del documento.

Materiales utilizados. Se utilizarán materiales adecuados para que el continente no dañe el contenido. Los productos químicos deberán haber sido aprobados por un experto. Los principales materiales utilizados en la confección de los libros, y por tanto también en su restauración, son el papel -debe utilizarse papel neutro: no ácido, japonés, antiguo, etc-; cartón -con las mismas características del papel, aunque un cartón ácido puede forrarse con papel no ácido-; cuero -siempre del mismo tipo que el original, mejor de curtido vegetal, aunque se conserva peor que los curtidos al cromo-; pergamino -vitela para manuscritos y vaca o borrego para las encuadernaciones-; hilos y telas -materias textiles de la mejor calidad-; tintes -a ser posibles naturales y diluibles en agua; colas siempre reversibles.

Agentes de degradación. Los agentes que provocan la destrucción de las propiedades originales de los libros y documentos son de varias clases: medioambientales -luz, temperatura, humedad, contaminación atmosférica-, biológicos -hongos, bacterias, insectos, roedores, manipulación humana-; siniestros naturales y accidentales -incendios, inundaciones, terremotos, atentados- y mala calidad de los materiales.

Condiciones y características del documento. La personalidad del documento viene marcada por sus características intrínsecas que son físicas -material, encuadernación, edad, etc.- y de contenido -texto, estampas, tipografía, etc.- y sus características extrínsecas que se dividen entre las que son propias del libro -número de ejemplares, valor real, etc.- y las que se derivan de su uso -utilización, tipo de usuarios, etc.

Etapas previas a la restauración.

Antes de proceder a restaurar un libro o un documento es necesario someter objeto y proyecto a un estudio detallado que determine si es realmente necesaria tal restauración y en caso necesario, que medios e instrumentos van a utilizarse para llevarla a cabo. este proceso previo consta de las siguientes etapas:

Valoración del proceso y determinación de objetivos. El primer paso a dar es calibrar si se debe restaurar o no y qué se pretende lograr con la restauración. Se debe estimar si la restauración será rentable en términos de costes relativos, estableciendo la correspondencia entre estos y el valor económico y uso de la obra

Expediente de análisis. Consiste en un informe detallado en el que se recojan con precisión el estado de degradación de cada uno de los elementos del libro. Este expediente debe continuarse a lo largo de todo el proceso de restauración y se conservará después de finalizado el mismo. Estará compuesto de teoría y práctica y será textual y gráfico: la fotografía es un elemento importante de este expediente, por lo que se deben realizar cuantas sea necesario para mostrar tanto el estado inicial y final del libro como el desarrollo del proceso restaurador. El expediente de análisis consta de las siguientes partes:

a) Información bibliográfica de identificación del documento.

b) Información sobre los materiales que lo componen.

c) Identificación del material y clase de encuadernación.

d) Descripción detallada de las degradaciones que sufre con expresión de sus causas.

e) Observación del cuerpo del libro: análisis del mismo, cotejo y estado de conservación del cosido.

f) Observaciones sobre la cubierta.

g) Estudio de la estructura del montaje.

Selección de materiales. Una vez realizado el expediente de análisis se procederá a seleccionar los materiales con los que se ha de restaurar el documento, y que serán, en la medida de lo posible, lo más aproximado a los elementos originales. Se tendrán en cuenta los aspectos mencionados con anterioridad.

Proyecto de restauración. Exposición detallada de las razones por las que se acomete la obra, las técnicas y el tratamiento que se van a utilizar en cada una de las partes del documento y en cada etapa de la restauración, y los motivos para su elección.

Proceso de restauración.

Una vez terminadas las operaciones previas puede procederse a la restauración del libro. Ello se hará siempre en talleres especializados, que contarán con el instrumental apropiado para llevarlo a cabo y lo mantendrán además en condiciones óptimas de mantenimiento. Por los elevados costes de funcionamiento de este tipo de talleres, sólo las bibliotecas muy importantes cuentan con talleres de restauración propio. Las etapas del proceso restaurador son las siguientes:

Limpieza del libro. Se hará siempre en seco, con jabón-cera neutro: jamás se debe mojar.

Desmontaje del libro. Será más o menos desmontado en función de su estado de deterioro y del proyecto de restauración. Esta primera etapa exige una visión global de los problemas que se han de resolver y de sus soluciones prácticas. Si se impone un revestimiento pleno se despegarán sucesivamente los materiales antiguos con el fin de acceder a las diferentes partes del libro, y en su caso, será deshecho el montaje. El desmontaje del libro consta de las siguientes etapas:

Despegado del lomo. Se seguirán distintas técnicas según se trate de encuadernaciones cosidas con nervios o encuadernaciones de lomo hueco.

Despegado de las páginas de guarda. Según las necesidades se despegará completamente o sólo la parte a lo largo de los cajos.

Despegado del cuero de revestimiento. Se hace sobre las tapas, unidas al libro o separadas. Es una operación muy delicada: cuando los cantos y los contracantos justifiquen su conservación, se dejarán unidos al revestimiento de las tapas; en caso contrario puede conservarse sólo el cuero que cubre las tapas.

Desmontaje de las pasadas de cordeles a las tapas. Una vez despegada la contraguarda y el cuero, las pasadas de cordeles quedan accesibles. En determinados casos habrán de deshacerse sacando cuidadosamente los cordeles de los orificios o cortándolos a ras del cajo. A partir de aquí se desmontan todos los elementos del libro.

Desencuadernación. Si hay que tratar el papel o rehacer el cosido es necesario desencuadernar el libro, lo que se aprovechará para limpiar el lomo del cuerpo del libro.

Tratamiento de los papeles. El tratamiento de los papeles o pergaminos es una operación habitual en la restauración de libros. En muchos casos suele ser suficiente con una limpieza en seco, para lo que no se deben utilizar productos abrasivos y se tendrá especial cuidado en que los restos de la limpieza no se depositen en la superficie. Si además de la limpieza es necesario la aplicación de otras técnicas, se seguirá el siguiente proceso:

Reparación de desgarrones y agujeros. Cuando el desgarrón es un corte limpio o se pueden superponer las dos partes del mismo, basta con encolar ligeramente los bordes, colocarlos entre papel cebolla y dejarlo reposar bajo un peso ligero. Los agujeros se repondrán con papel o pergamino de las mismas características que el original. A veces, cuando la página está muy deteriorada se impone proceder al reforzamiento de la misma, lo cual se debe hacer pegando papel cebolla en el verso de la misma, lo que no le quitará transparencia.

Tratamientos químicos. Los blanqueados y lavados que impliquen tratamientos químicos no deben utilizarse más que en casos extremos, y previo informe de sus características, así como de sus efectos sobre las tintas. El papel se debilita mucho con estos tratamientos, por lo que a menudo será necesario proceder al apresto posterior del mismo.

Operaciones de cosido. Antes de proceder al cosido hay que cotejar el libro para asegurarse de que no le falta ninguna página y de que éstas están en el orden que les corresponde. Si los fondos de los cuadernillos están deteriorados hay que repararlos antes de coser el libro, y las páginas sueltas se unen mediante un simple encolado en el fondo; los mapas y láminas fuera de texto se unen por medio de cartivanas. Cuando los libros no son de gran valor se puede hacer un cosido a punto por encima en los cajos de las hojas sueltas e incorporarlas en orden, pero es un procedimiento que estropea bastante los fondos de los cuadernillos, por lo que no es aconsejable. Si las hojas en guarda blanca tiene que ser sustituidas se utilizará papel de trapos, preferentemente antiguo. Terminadas estas operaciones se meterá el libro en prensa para darle consistencia, excepto en el caso de libros ilustrados o con numerosos grabados.

Cosido. Se debe recoser el libro de manera idéntica al original y nunca debe hacerse un recosido salvo que sea absolutamente necesario, ya que tiende a engordar el libro, entorpece la readaptación a la cubierta y pierde valor. Cualquiera que sea el cosido hay que cuidar de que los nervios queden en el sitio exacto que ocupaban en la encuadernación original, con el fin que puedan servir los orificios de pasadas de los cordeles al cartón y de adaptar el lomo antiguo. Se debe coser con hilo fino y puede recurrirse al cosido alterno.

Reparación de cosidos. A veces no es necesario recoser un libro, basta con reparar los cosidos: puede suceder cuando sólo algunos cuadernillos están sueltos del cuerpo del libro. Si el cosido está reparado o es muy flojo puede reforzarse con una muselina o cuero muy fino encolado. En caso de nuevo cosido es necesario redondear y enlomar, lo que se hará siguiendo las mismas técnicas del original: es operación indispensable cuando el libro ha sido metido en prensa y cosido de nuevo (no en caso de reparación).

Reparación de las tapas. Las tapas de madera se rompen o parten con frecuencia: se conservarán siempre que sea posible, y es aconsejable aplicarles tratamientos antiparásitos. Para reparar las tapas de madera se utilizan técnicas de carpintería. Si hay que sustituirlas se tallarán sobre madera dura y se preparan de forma idéntica a como estaban originalmente. Las tapas de cartón estropeadas pueden repararse fácilmente: generalmente basta con la reparación de esquinas o bordes y si es necesario se separará primero el cuero. Si el cartón está desfoliado se introduce engrudo y se prensa para eliminar el excedente; posteriormente puede revestirse de material plástico que mejora su consistencia y lo protege de la humedad. También se puede reforzar con papel japonés, que se utiliza igualmente para rellenar agujeros en el cartón. Cuando la falta de cartón es muy importante hay que sustituirlo por otro de las mismas características.

Las cabezadas. Las técnicas de restauración de las cabezadas son complejas, ya que existen multitud de tipos diferentes. En todo caso se harán siempre siguiendo las técnicas y elementos del original y respetando los colores primitivos. En caso de duda se utilizará hilo de lino crudo.

Restauración de la cubierta de cuero. La idea de la restauración de la cubierta es la de preservar e insertar todos los elementos antiguos sobre un material idéntico, nuevo y sólido. Se pueden presentar diversos casos, y el proyecto de restauración puede prever el revestimiento completo, el revestimiento del lomo con tiras que encuadran las tapas o un revestimiento del lomo solamente (media pasta).

Revestimiento completo. Se corta el cuero nuevo como para una encuadernación, dejando como mínimo un centímetro y medio para los contracantos. Primero se procede al chiflado del cuero, lo cual se hará siguiendo las mismas técnicas que el original, y tomando el grosor del antiguo como medida; posteriormente se somete a tinte, lo cual se hará previas pruebas y eligiendo uno o dos tonos por debajo del original, ya que al secarse se oscurece; se puede imitar el jaspeado de raíces del cuero antiguo. Finalmente se procede al revestimiento, asegurándose de que el cuerpo de la obra está en perfectas condiciones y procediendo como en una encuadernación clásica, pegando el cuero con engrudo al cartón. Posteriormente se procede al marcado de los nervios, rebaje del cuero antiguo, rebaje del lomo y, en su caso, incrustación del cuero antiguo sobre las tapas y el lomo.

Media pasta y tiras de encuadramiento. Necesita menos cuero que la anterior y se puede adaptar a numerosas situaciones. Las técnicas no varían.

Media pasta. Si se ha hecho un corte inclinado a lo largo de los cajos, se procederá a incrustar allí los bordes del lomo nuevo, siguiendo en todo los mismos procedimientos explicados anteriormente. No obstante se ha de ser especialmente cuidadoso en el chiflado y tinte del cuero nuevo. Si se ha deshecho la pasada de cordeles se puede elegir un montaje de tapas sueltas incorporando un falso lomo.

Reparación de cajos internos y detalles finales. En las encuadernaciones cosidas con nervios hay que pegar los refuerzos de pergamino o la charnela en los lugares donde se había despegado el cajo interno. En el caso de que los cajos estén desbaratados, se reponen con papel japonés. Posteriormente, si es necesario, se retoca el tinte del cuero, se hacen los jaspeados y se reparan las deficiencias de las páginas de guarda.

Restauración de otros elementos. El último paso a dar es la reparación de las cofias y las esquinas, que son los lugares por donde los libros más suelen resentirse del uso Las últimas etapas de la restauración son los remates, jaspeados, dorados y patinados del cuero.

Restauración de encuadernaciones en tela. Las técnicas de restauración del libro en tela son similares a las del cuero, y tan delicadas como aquellas, aunque el material utilizado sea menos noble. Dado que no se puede chiflar ni rebajar, se tomarán lo elementos decorativos como límite de corte, y, en general, si la restauración es muy laboriosa se aconseja desencuadernar el libro para evitar problemas mayores. A veces, en vez de sustituir la tela antigua, bastará con reforzarla con otra que se pegará debajo de la antigua, procediendo después a la encuadernación completa o de media pasta. Se intentará encontrar una tela idéntica: en el caso de que ello no sea posible, se buscará la más parecida y se procederá a teñirla.

El dorado. El dorado no es una técnica de restauración, sino que forma parte de una profesión diferente. La restauración de decoraciones y dorados plantea innumerables problemas prácticos. Muchos restauradores consideran innecesario el dorado de los libros, ya que es un añadido sobre el original y no resulta esencial para su uso. En cualquier caso conviene tener presente que no se deben añadir elementos ornamentales al cuero antiguo, no se debe dorar en la unión entre cuero antiguo y nuevo para ocultar la restauración y, si se debe completar una ornamentación en cuero nuevo, se respetarán los motivos del antiguo.

La protección de los libros.

Una vez restaurado el libro conviene protegerlo de su posterior degradación. Para ello se puede recurrir a sistemas tales como carpetas de solapas, encuadernación flexible de conservación o cajas de conservación, que las protegerán del polvo, la luz y en muchos casos de insectos y roedores. Pero en todo caso es conveniente extremar las medidas para la conservación de los libros y documentos mediante el mantenimiento de las condiciones de seguridad, protegiéndoles de la luz, la humedad y el calor excesivos, ordenándolos en los estantes de acuerdo a su peso y estructura y vigilando su manipulación y utilización.

14. El patrimonio bibliográfico español. Panorama histórico. Normativa legal.

El Patrimonio Histórico Español, del cual el patrimonio bibliográfico forma parte, es un conjunto de enorme riqueza que se ha ido formando a lo largo de nuestra historia y que recoge la herencia cultural de anteriores generaciones. En su formación han concurrido numerosos factores y circunstancias hasta el punto que sin su conservación es difícil la comprensión de la cultura española y europea. Su protección, conservación y acrecentamiento es responsabilidad de los poderes públicos, así como garantizar a los ciudadanos el acceso al mismo.

El Patrimonio Histórico debe ser, pues, conservado y defendido con todo interés por el Estado y por las entidades territoriales y locales. Todas las Administraciones Públicas participan en mayor o menor grado de esta responsabilidad, deben destinar fondos a su protección y conservación y preocuparse por la educación de los españoles hacia el respeto y la estima de estos bienes culturales.

Panorama histórico.

La política legislativa protectora del patrimonio comienza a concretarse en España en el siglo XVIII con la creación, por parte de Fernando VI de la Academia de Nobles Artes (1752), que a partir de 1778 se llamará Real Academia de San Fernando. Desde aquí, y hasta la actualidad, la protección de nuestro patrimonio ha estado condicionada por los acontecimientos históricos y los distintos regímenes políticos que se han sucedido. Y con respecto al patrimonio bibliográfico y documental, la mayoría de lo legislado es obra relativamente reciente.

Durante el siglo XIX, el patrimonio bibliográfico español sufre un expolio sistemático, iniciado ya por la Guerra de la Independencia, cuyas consecuencias -entre otras cosas- inspirarán a Bartolomé José Gallardo su Plan Nacional de Bibliotecas. La desamortización de Medizábal sacó a la calle valiosísimos documentos procedentes del patrimonio de la Iglesia y, aunque la mayoría se depositó en bibliotecas creadas en los institutos de enseñanza media y universidades, una buena parte de este patrimonio fue aprovechado por coleccionistas y comerciantes para adquirir fondos antiguos por poco valor. La preocupación que esta situación provoca se refleja en la Ley de Instrucción Pública de Claudio Moyano (1857) y, en menor grado, en la de Ruiz Zorrilla (1869). Pero sobre todo, cristaliza en la creación de la Escuela Diplomática (1856), a imitación de L'Ecole des Chartes francesa, que formó especialistas a los que se dotaba de una sólida formación histórica y se les exigía un profundo conocimiento de los fondos antiguos. En el año 1858 se crea el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, orientado claramente hacia la conservación de los fondos.

La legislación sobre protección y fomento del Patrimonio Bibliográfico y Documental español es limitada y fragmentaria; en muchos casos no se llegó a desarrollar siquiera. A partir del siglo XX, la Administración adquiere conciencia de su función en este campo. En 1933 (13 de mayo) se publica la Ley sobre Defensa, Conservación y Acrecentamiento del Patrimonio Histórico-Artístico, ley que suponía una auténtica renovación y una toma de conciencia con respecto a este asunto. Esta ley iría seguida de las siguientes leyes y reglamentaciones:

Orden de 29 de julio de 1939 (MEN), prohibiendo exposiciones de una duración superior a tres meses.

Decreto de 24 de julio de 1947 (MEN) sobre ordenación de Archivos y Bibliotecas y del Tesoro Histórico, Documental y Bibliográfico.

Ley 26/1972 de 21 de junio sobre Defensa del Tesoro Documental y Bibliográfico de la nación.

Ley del 13 de mayo de 1933 sobre Defensa, Conservación y Acrecentamiento del Patrimonio Histórico-Artístico.

En cumplimiento del artículo 45º de la Constitución de 1931, que elevó a rango constitucional la salvaguarda del Patrimonio Histórico Artístico, se promulga esta Ley, que constituye la primera normativa básica en materia de protección del mismo. Era el texto más completo de cuantos entonces se habían promulgado y se divide en cinco Títulos y tres disposiciones adicionales. El Título Preliminar define el concepto de Tesoro Histórico-Artístico y determina su organización administrativa y competencias, así como las obligaciones de los poseedores y usuarios de bienes histórico-artísticos. Posteriormente fue modificada por el Decreto-Ley de 12 de junio de 1933 y por la Ley de 22 de diciembre de 1955. Su normativa fue desarrollada por sucesivos decretos y el marco normativo se completó con la Ley de 21 de junio de 1972 para la Defensa del Tesoro Documental y Bibliográfico y la regulación del comercio y exportación de obras pertenecientes al mismo. Estuvo en vigor hasta la promulgación de la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español.

Decreto de 24 de julio de 1947 (MEN) sobre ordenación de los Archivos y Bibliotecas y del Tesoro Histórico-Documental y Bibliográfico.

En su Preámbulo define al Patrimonio Histórico-Documental y Bibliográfico y establece la obligación del Estado de velar y proteger su integridad y conservación. El artículo 49º determina la composición del mencionado Patrimonio: el conjunto de manuscritos, impresos y encuadernaciones de interés histórico, bibliográfico o artístico quienquiera que fuese su poseedor. El artículo 57º prohíbe toda exportación no autorizada de fondos del Tesoro, mientras que las importaciones de libros y documentos que puedan considerarse como acrecentamiento del mismo quedan libres de todo gravamen. Los documentos y libros importados con autorización oficial y que merezcan la consideración de piezas del Tesoro Histórico Documental y Bibliográfico se podrán exportar y vender libremente durante un plazo máximo de quince años a partir de la fecha de su entrada en España.

Ley del 12 de junio de 1972 de Defensa del Patrimonio Documental y Bibliográfico de la Nación. Es la primera Ley que se ocupa exclusivamente del Tesoro Documental y Bibliográfico con independencia del Artístico y viene a ser la puesta en práctica del artículo 4º de la Ley de 1933 en el que se dice que una ley especial regulará lo relativo a la conservación de la riqueza bibliográfica y documental de España. Define el concepto de Tesoro Documental y Bibliográfico de la Nación y ordena la formación del Inventario correspondiente, a la vez que regula las transmisiones y la exportación de los bienes que lo integran, defendiendo los derechos de tanteo y retracto a favor del Estado. Esta ley establece que el Tesoro Documental y Bibliográfico de la Nación está constituidos por:

a) El original y copias de las obras literarias, históricas, científicas o artísticas de más de cien años de antigüedad que se hayan dado a conocer por medio de la escritura manuscrita o impresa.

b) Todos los documentos escritos de las mismas características y antigüedad.

c) Las obras individuales, documentos o colecciones bibliográficas que, sin tener aquella antigüedad hayan, sido producidas o coleccionadas por personas o entidades distinguidas en cualquier esfera de actividad y que pueden contribuir en el futuro al estudio de su personalidad o del campo de su actuación. Quedan exceptuados en este caso las obras o documentos de cualquier persona mientras viviera.

d) Los fondos existentes en las bibliotecas o archivos de la Administración Pública, central, Local e Institucional, cualquiera que sea la época a la que pertenezcan.

Además de esto, la Ley creaba el Servicio Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico, al cual encargaba la confección de un Registro-Inventario, especificando que si alguna obra no estuviera registrada en el mismo, no por eso dejaría de pertenecer al Tesoro. También da normas sobre el comercio interior y prohíbe la exportación de series, colecciones o piezas de las que no existan al menos tres copias. Finalmente establece la creación del Servicio Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico, al que encarga de la confección del Registro-Inventario, la información centralizada, la creación de una biblioteca de préstamo y la emisión de informes y valoraciones. Posteriormente este Servicio cambiaría su nombre por el de Centro Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico (17 de mayo de 1975), y en 1978, con la creación y estructuración del Ministerio de Cultura pasó a ser un órgano dependiente de la Dirección General del Libro y Bibliotecas.

Situación actual.

La situación actual en cuanto a las medidas legales de protección y conservación del Patrimonio Histórico Español comienzan con la promulgación de la Constitución, en 1978. La Constitución establece las normas fundamentales que regulan la acción de los poderes públicos en materia de enriquecimiento y defensa del Patrimonio. En su artículo 46 señala que los poderes públicos garantizarán la conservación y promoverán el enriquecimiento del Patrimonio Histórico, Cultural y Artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran, cualquiera que sea su régimen jurídico y su titularidad, y que la Ley penal sancionará los atentados contra este patrimonio. La Constitución también regula específicamente la distribución de competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas para la defensa del Patrimonio (Artículos 148 y 149).

Ley 16/1985, de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español.

Esta Ley vino a actualizar la situación legal española en la materia que nos ocupa, para poder seguir las directrices internacionales suscritas por medio de tratados y adecuar la normativa legal a la nueva estructura del Estado dispuesta por la Constitución.

La Ley describe al Patrimonio Histórico Español como el mayor testigo de la contribución histórica de los españoles a la civilización universal y de su capacidad creativa contemporánea. La protección y el enriquecimiento de los bienes que lo integran constituyen obligaciones fundamentales que vinculan a los poderes públicos. Está dictada en virtud de las normas contenidas en el artículo 149 de nuestra Constitución: consagra una nueva definición del Patrimonio Histórico y amplía notablemente su extensión. En ella quedan comprendido los bienes muebles e inmuebles que lo constituyen, el Patrimonio Arqueológico y Etnográfico, los Museos, Archivos y Bibliotecas de titularidad estatal y el Patrimonio Documental y Bibliográfico. Busca asegurar la protección y fomentar la cultura material debida a la acción del hombre en sentido amplio y concibe aquella como un conjunto de bienes que han de ser apreciados en sí mismos, sin establecer limitaciones derivadas de su propiedad, uso, antigüedad o valor económico.

La Ley establece distintos niveles de protección que se corresponden a diferentes categorías legales de los bienes. Al objeto de poder otorgar una mayor protección y tutela, adquiere un valor singular la categoría de bienes de interés cultural, y se disponen fórmulas para que esta valoración sea posible

La Ley prevé una serie de instrumentos de información como medio de protección de los bienes integrantes del patrimonio:

Registro General de Bienes de Interés Cultural, integrado por los bienes muebles e inmuebles a los que se les quiere conceder una mayor protección. Incorpora los documentos del Inventario Artístico y arqueológico de España y depende de la Administración Central.

Inventario General de Bienes Muebles integrantes del Patrimonio Histórico Español, incluye aquellos bienes no declarados de Interés Cultural, pero que tienen una especial relevancia y en relación a los cuales la ley organiza un marco legal de protección. Incorpora los documentos del Tesoro Artístico Nacional.

Planes Nacionales de Información sobre el Patrimonio Histórico Español. Considerados como medio para facilitar el acceso a todos los ciudadanos a los bienes integrantes de nuestro patrimonio, de fomentar la comunicación entre los diferentes servicios y como forma de promover el desarrollo de la investigación científica y técnica.

Censo de los Bienes Integrantes del Patrimonio Documental -que incorpora los documentos del Censo-Guía de Archivos- y Catálogo Colectivo de los Bienes Integrantes del Patrimonio Bibliográfico -donde pasan los documentos del catálogo general del Tesoro Bibliográfico-, considerados como forma de protección del Tesoro Bibliográfico

El objetivo último de esta Ley es la de garantizar a los ciudadanos el acceso a los bienes que constituyen nuestro patrimonio histórico, con el fin de que un número cada vez mayor de personas pueda utilizar en su provecho las obras que son herencia y testimonio de la capacidad colectiva de un pueblo.

Real Decreto 111/1986 de 10 de enero de desarrollo parcial de la Ley del Patrimonio Histórico Español.

Se encarga del desarrollo parcial de la Ley 16/1985, ocupándose de los aspectos procesales y legislativos con vistas a lograr una aplicación efectiva de la misma. El R.D. 111/86 define las funciones del Consejo del Patrimonio Histórico, cuya finalidad es la de facilitar la comunicación y el intercambio de programas de programas de investigación o información entre la Administración del estado y las Comunidades Autónomas. La Junta de Valoración, Calificación y Protección de Bienes del Patrimonio Histórico Español deberá, a su vez, encargarse de todo lo relacionado con la exportación, adquisición y transacción de bienes culturales. El Consejo Asesor de Monumentos y Conjuntos Históricos, la Junta Asesora de Archivos, la Junta Asesora de Bibliotecas, la Comisión Nacional para la Conservación del Arte Rupestre, la Comisión Nacional para la Conservación de Museos, la Comisión Nacional de Excavaciones y Exploraciones Arqueológicas y la Comisión Nacional de Etnología, serán órganos colegiados con competencias en los campos correspondientes.

El R.D. también concreta la forma de elaboración del Registro General de Bienes de Interés Cultural, del Inventario General de Bienes Muebles y del Censo de los Bienes Integrantes del Patrimonio Documental, que comprenderá toda la información básica sobre Archivos, colecciones y fondos de documentos -adscrito a la Dirección general de Bellas Artes y Archivos- y del catálogo Colectivo de los Bienes Integrantes del Patrimonio Bibliográfico -que recogerá toda la información sobre bibliotecas, colecciones y ejemplares bibliográficos, cualquiera que sea su soporte material -adscrito a la Dirección General del Libro y Bibliotecas.

Finalmente se regulan la forma de transmisión y exportación de los bienes integrantes del Patrimonio Histórico Español y se especifican las medidas de fomento y las sanciones que penalizan las transgresiones de la Ley.

15. El futuro del libro y las Bibliotecas. Influencia de las nuevas tecnologías.

Es indudable que formamos parte de la sociedad de la información, que nos persigue, nos envuelve y nos libera. El ciudadano actual no puede evitar el formar parte activa del proceso dinámico de la información, la cual forma parte de su civilización en un grado tal que llega a definirla. El mundo actual, tanto en los países en vías de desarrollo como en los desarrollados -sobre todo en éstos- es una sociedad que ha superado la etapa de la industrialización para comenzar la era posindustrial, donde el valor que determina las relaciones entre los distintos sectores sociales es la información.

Características de la Sociedad de la Información.

La sociedad posindustrial o sociedad de la información está caracterizada por cinco aspectos básicos que se relacionan y determinan entre sí:

⌐ Cambio de economía productora de bienes materiales a productora de servicios.

⌐ Expansión de actividades y ocupaciones del sector terciario.

⌐ Explosión de conocimientos teóricos.

⌐ Extensión de las innovaciones tecnológicas.

⌐ Explosión de la información-documentación.

Hasta ahora, la información que no era oral -la cual se transmitía persona a persona-, se basaba casi exclusivamente en el medium libro o soporte papel. El enorme incremento de la producción impresa deja al usuario incapaz de acceder a toda la masa de información que se le ofrece, la cual lo desborda y amenaza con ahogarlo: es el desequilibrio entre el stock de conocimientos y su flujo de que habla Machlup. Por otra parte, lo impreso sobre papel es válido como depósito unitario, pero difícil de localizar, necesita grandes espacios para su almacenaje, requiere especiales cuidados para su conservación y la recuperación es cada vez más remota, con lo que los costes operativos y funcionales que exige son altísimos.

El cambio tecnológico.

Desde hace poco más de treinta años, la evolución que ha experimentado el campo de la microelectrónica, la telecomunicación y la informática han provocado profundos cambios en el mundo de la información, del cual no sólo han cambiado las técnicas y métodos, sino que incluso han llegado a transformar su mismo concepto.

⌐ La microelectrónica ha facilitado las tareas de almacenaje y proceso de la información, basándose en la caída vertiginosa del coste/bit y en la miniaturización de elementos. La microelectrónica es la base tecnológica para la aparición de nuevas media, vía la informática y las telecomunicaciones.

⌐ La informática ha originado una verdadera revolución en el campo de la información, gracias a la espectacular disminución de tamaño y coste de los ordenadores, el aumento cualitativo y cuantitativo de sus prestaciones, la multiplicidad de aplicaciones y la facilidad de uso.

⌐ Las telecomunicaciones, basadas en principio en la red telefónica, se han visto favorecidas por los satélites geoestacionarios y los cables de banda ancha que permiten servicios adicionales, como el telefacsímil, la telenseñanza, la teleconferencia, el correo electrónico, el vídeotext, etc.

⌐ Las nuevas tecnologías son el instrumento que han permitido responder de manera adecuada a las demandas que las actuales circunstancias exigían, es decir, emparejar necesidad y posibilidad técnica. Pero los cambios tecnológicos han afectado también al mundo del impreso, donde las nuevas tecnologías influyen básicamente de dos maneras:

- mediante su aplicación en los procesos de producción editorial.

- mediante el almacenaje, recuperación y difusión de la información sobre soportes alternativos al papel impreso.

Ello supone, claro está, que seguirá existiendo lo impreso: pero cada vez más va quedando relegado a textos con misión discursiva, de lenguaje redundante y lectura proyectiva, que no exija una rápida difusión ni una actualización constante. Si por el contrario se trata de una información objetiva de lenguaje breve y directo, que exige una rápida difusión y actualización constante, la tecnología ofrece ya alternativas mucho más eficaces que el papel impreso.

Las bibliotecas y las nuevas tecnologías.

Siendo la biblioteca transmisora de información por excelencia, su misión será siempre poner la información a disposición del usuario, sea cual sea el soporte y la técnica que utilice. La función conservadora, por el contrario, va quedando cada vez más confinada en algunas bibliotecas de depósito que se encargan de garantizar la conservación del documento original: la escasa fragilidad de los nuevos soportes y la facilidad de obtención de copias han cambiado por completo el panorama en este aspecto. Pero además, las nuevas tecnologías han afectado a las bibliotecas de dos modos:

Mejorando la gestión bibliotecaria interna (préstamo, catalogación, adquisiciones, etc.)

Incorporando los nuevos media para ofrecer información sobre soportes y canales distintos al papel impreso y análogos.

Los servicios bibliotecarios y las nuevas tecnologías.

En una primera etapa la automatización afecta a la gestión bibliotecaria, liberando al profesional de las largas tareas rutinarias -alfabetización, intercalación, control de préstamo, etc.-, y dejándole tiempo para dedicárselo al usuario, que a fin de cuentas es la meta fundamental de la biblioteca. La automatización influye en mayor o menor grado en casi todas las tareas bibliotecarias, la mayoría de las cuales se han visto obligadas a adaptar sus técnicas a los nuevos tiempos. Las principales actividades bibliotecarias afectadas por la informatización son:

Catalogación: la catalogación automatizada permite hacer un sólo asiento por documento, donde se recogen datos correspondientes a su descripción bibliográfica, indización, clasificación, números de identificación y signatura, y recuperarlos por cualquiera de estos puntos de acceso. Además, se pueden obtener productos tales como catálogos ordenados según criterio, bibliografía, índices, estadísticas, fichas, etc. Finalmente, la automatización permite establecer la catalogación compartida y la confección de catálogos colectivos en línea.

Adquisiciones: para la automatización del proceso de adquisiciones se deberá contar con datos referidos al proveedor -nombre, códigos, etc.-al libro -título, autor, edición, etc.- y a la compra -fecha de pedido, facturas, etc. Como resultado se pueden obtener listados referidos a conocimiento de los libreros con los que se mantiene relación comercial, obras pedidas, obras pedidas y no recibidas, listas de libros pedidos y adquiridos, correspondencia, contabilidad, etc.

Préstamo: candidato indiscutible a la mecanización, ya que sus tareas son repetitivas y fácilmente mecanizables, es una función relativamente independiente de todo el proceso general y formada por escasos datos y poco complejos. Se contará con datos sobre el documento -título, autor, etc-, sobre el usuario -nombre, dirección, etc- y sobre el préstamo -fecha, tipo de transacción etc. En cambio se obtendrán como resultado información sobre la localización de ejemplares, de la relación lector/documentos, y documento/lectores, cartas de reclamaciones. estadísticas, etc.

Control de publicaciones periódicas: por su notable complejidad, las publicaciones periódicas son documentos especialmente indicados para gestionar de forma automatizada. El uso del ordenador en este plano ofrece, no sólo información bibliográfica sobre estos documentos, sino además, conocimiento sobre el tipo de suscripción, lagunas en la colección, localización de ejemplares, etc.

La automatización de la biblioteca puede ofrecer una enorme cantidad de prestaciones más, las cuales es imposible enumerar. Pero tal vez la posibilidad más interesante es la de ofrecer de forma rápida y segura toda la información que se precise sobre todos y cada uno de los aspectos de la biblioteca: desde la localización de un documento hasta su número de código, desde el número de veces que un documento ha salido del centro hasta relación coste/unidades documentales, acceso a todo el catálogo o sólo a una parte, a un documento o a un grupo de documentos, etc. Y, finalmente, ofrece también la posibilidad, con los sistemas expertos, de permitir al usuario que sea él solo quien organice la búsqueda mediante la exploración de los diferentes campos que el menú le va ofreciendo gradualmente.

De esta primera fase de automatización, que afecta exclusivamente a la gestión bibliotecaria se pueden beneficiar todo tipo de bibliotecas, ya que el proceso técnico es común. El impacto se aprecia en una gestión más eficaz, una tendencia a invertir en acceder y no en poseer -lo cual fomenta los planes cooperativos y la adscripción a redes-, con la consiguiente reducción del espacio físico necesario para el almacenamiento de la documentación, la reducción del presupuesto en la adquisición de los materiales de menor uso y la evitación de duplicidades.

Los nuevos soportes.

El paso siguiente consiste en el abandono del papel impreso como soporte exclusivo de la información, y la incorporación a la biblioteca de nuevas formas de almacenaje y recuperación de la información. La biblioteca se convierte así en mediateca.

Algunos de los nuevos soportes de la información comenzaron a aparecer a finales del siglo pasado, aunque no se incorporaron al mundo de la información hasta mucho después. Otros son muy recientes y la carrera por ofrecer productos cada vez más sofisticados y con más prestaciones no ha hecho más que comenzar. Básicamente podemos dividir estas tecnologías en cuatro grandes grupos, aunque sus fronteras no están muy definidas:

Reprografía. Permite copiar de forma rápida y exacta cualquier tipo de documento, en múltiples soportes y con distintas características. Pueden hacerse copias a tamaño natural -fotocopia, hectocopia, diazocopia, offset, etc.- o reducido -microfilm y microficha.

Audiovisuales. Recogen información visual y/o sonora, y las imágenes pueden ser dinámicas o estáticas. Los más antiguos son el disco microsurco, el cine y la fotografía. Además se cuenta con el cassette, la cinta magnetofónica, las diapositivas, transparencias, etc.

Memorias magnéticas. Soportan la información transmitida por medios electromagnéticos y ofrecen una gran capacidad de almacenaje y rapidez en la recuperación. Se presentan en forma de discos y cintas y se graban y leen a partir de la utilización de sistemas digitales.

Memorias ópticas. Son la tecnología más reciente y ofrecen una alta capacidad de almacenamiento, posibilidad de almacenar sonido, imágenes estáticas o dinámicas, texto y combinación de estos elementos. Pueden ser interactivos o no y están basados en sistemas digitales o analógicos. Son el videodisco, la videocinta, el disco óptico numérico y la familia de los compact-disc (CD-A, CD-I, CD-V, CD-ROM-; por su utilización en el mundo de la información merece destacar el CD-ROM, que constituye una nueva forma de lectura y es el soporte ideal para grandes obras de referencia: no es interactivo.

Las telecomunicaciones y las bibliotecas.

Las bibliotecas de la sociedad actual requieren además una variedad de medios que les permitan acceder a redes y sistemas de información. Si una biblioteca no ha sido nunca autosuficiente, la abundancia de documentación que presenta nuestra sociedad, la multiplicidad de mensajes, y las demandas crecientes en cantidad y complejidad que expresan las necesidades de los usuarios, convierten a la biblioteca en una puerta para acceder a las fuentes de la información, más que en depositaria de la información misma.

Las telecomunicaciones permiten, en un principio recibir y enviar mensajes orales -teléfono- escritos -télex- y codificados -teletipo, telégrafo. El sector bibliotecario más afectado por estas innovaciones fue el del préstamo personal o interbibliotecario. Pero más tarde su campo se amplía considerablemente y se abre al envío de imágenes, textos y sonido en tiempo real. Actualmente, los servicios que ofrecen las telecomunicaciones a las bibliotecas son los siguientes:

Videotex. Sistema de acceso a bases de datos a través de la red telefónica y con salida por un modem y un ordenador. Permite la representación en pantalla de la información recibida a través de la línea telefónica. Ofrece información general-noticias, espectáculos, viajes, guías-, comunicación -correo electrónico, acceso a estados de cuentas, envío de imágenes impresas-, transacciones -reservas de espectáculos, transportes, transferencias- y publicidad. En la mayoría de los países el transportista del videotext es el Estado, mientras que los gastos suelen cubrirse por los usuarios y las empresas que ofrecen sus bases de datos para consulta y transacciones. El país donde más éxito ha tenido este medio de comunicación ha sido sin duda Francia, donde el Minitel se regaló a los usuarios, convirtiéndose en poco tiempo en un objeto de uso cotidiano en la mayoría de los hogares franceses. En España el Ibertext se implanta mucho más lentamente, aunque ha experimentado un considerable crecimiento en los tres últimos años. Otros grandes sistemas son Prestel (U.K.), Telidon (Canadá), Captain (Japón). La ventaja del videotext es su accesibilidad y su sistema conversacional interactivo. Su inconveniente es que no es un servicio gratuito, aunque las llamadas son mucho más baratas que las telefónicas, ya que todas tarifan como llamadas locales. En una biblioteca, el videotexto tiene una utilidad indudable en el servicio de mensajería y correo electrónico, en el acceso a bases de datos y en el servicio de referencia.

Teletexto.- Sistema desarrollado por la BBC con el fin de enviar a los televisores convencionales información almacenada en ordenadores, aprovechando las líneas no utilizadas en el intervalo blanco vertical de toda emisión de TV. Es un sistema unidireccional, lo que implica que la base e datos haya de ser transmitida en forma secuencial y cíclica, ya que el usuario no puede pedir lo que desea recibir. Por otra parte, el servicio es gratuito y la instalación supone muy bajo coste: tiene la salida por el televisor doméstico previamente preparado. Ofrece información de actualidad, meteorológico, cotizaciones de bolsa, deportes, etc. Los más conocidos son CEEFAX (BBC), ORACLE (U.K.), ANTIOPE (Francia).

El vídeo y la televisión por cable. Favorecen la misión de entretenimiento y algunos servicios formativos, así como la divulgación científica. Son muy importantes en las bibliotecas públicas y en las escolares, donde debe existir un servicio integrado para proyecciones comentadas.

Sistemas de educación asistida por ordenador (C.A.I.). Son programas de aplicación para microordenadores que tienen su aplicación en las bibliotecas públicas para la orientación y la formación de usuarios, y en otros tipos de bibliotecas como apoyo en las tareas de búsqueda bibliográfica.

Softwares educativos, que introducen al usuario en el mundo del ordenador -caso del sistema LOGOS.

Edición asistida por ordenador. Funcionan en microordenadores y pueden ser utilizados por individuos sin preparación informática ni grandes conocimientos de edición. La información se introduce en la pantalla a través del teclado y del scanner, es posible la corrección inmediata y el tratamiento de textos suprimiendo o cambiando párrafos enteros, justificando líneas y utilizando diferentes tipos y formatos. El ordenador almacena la información que puede tener posteriormente salida por la impresora electrónica. También se puede editar en microforma (sistemas COM). Su aplicación en bibliotecas es fundamental para la elaboración de documentos de uso interno -boletines de resúmenes, información sobre novedades- y externos -folletos informativos, correspondencia.

Telefacsímil. Permite la transmisión de textos e imágenes a distancia -telecopia-, mediante el procedimiento de descomponer la página en campos muy pequeños blancos y negros que la máquina lee y transmite por línea telefónica hasta un aparato remoto que recupera el mensaje y lo vuelve a traducir.

Sistemas de información en línea. Ofrecen soluciones a la avalancha de documentación en la comunidad científica. La información se almacena en bases de datos privadas o públicas, nacionales o internacionales, generales o especializadas y el usuario accede a ellas a través de las redes de telecomunicación públicas o privadas. La consulta y recepción de información se realiza a través de terminales informáticos, videoterminales, equipos de tratamiento de texto, microordenadores, etc.

La biblioteca del futuro

El tipo de información que maneja la comunidad científica -factual, perecedera, compartida, inmediata, universal-convierte a los usuarios en candidatos de excepción a la utilización de los más modernos avances tecnológicos. La biblioteca tiene que estar preparada para responder a todo tipo de consultas, o bien, como dice Carrión Gútiez (Manual de Bibliotecas), pronto vendrá otra institución que lo hará por ellas: la sociedad elabora ella misma los instrumentos precisos para responder a sus propias necesidades. Un indicio de lo que puede ser la biblioteca del futuro se puede encontrar tal vez en lo que ya nos muestran muchas bibliotecas norteamericanas -por otra parte tantas veces pioneras en el mundo de la información-: complejos servicios abiertos al ciudadano que ofrecen desde un sofisticado sistemas de consulta en línea de bases de datos remotas hasta una sección de referencia donde se formula cualquier tipo de pregunta, auténticos consultorios populares. Otros países han abierto sus puertas a nuevas fórmulas -caso de las artetecas del sistema bibliotecario canadiense, o de las bebetecas catalanas, que ofrecen servicios para iniciar a la lectura a niños a partir de los diez meses de edad.

Si la antigua biblioteca tenía como misión entregar el, libro adecuado a la persona adecuada, la biblioteca actual tiene la misión de proporcionar la exacta información a la persona adecuada, en el momento preciso y en el soporte indicado. En una sociedad donde la información se configura como la primera de las materias primas, las bibliotecas se ven reforzadas, no anuladas, siempre que sepan seguir el ritmo de crecimiento y modernización que la sociedad les exige. La biblioteca es el nudo donde confluyen las corrientes informativas: tiene la obligación de sobrevivir y para ello debe adaptarse al mundo que las rodea. A fin de cuentas, la sociedad decidirá como tienen que ser sus bibliotecas, y la evolución de aquella decidirá la evolución de éstas.