6/12/09

La tribu Malaussènne

Una entrevista con Daniel Pennac


Daniel Pennachioni, nacido en Casablanca en 1944 e hijo de un militar francés que pasó buena parte de su vida en el extranjero, empezó su carrera como escritor en 1973 con la publicación del libro-ensayo El servicio militar ¿al servicio de quién? Para evitarle problemas a su padre, firmó ese texto como “Daniel Pennac”, un seudónimo que no ha dejado de utilizar desde entonces. Tras unos años de silencio, publicó Perro, perrito y La mirada del lobo, dos libros para niñosque había escrito mientras trabajaba como profesor de bachillerato, primero en Soissons, sesenta kilómetros al norte de París, y luego en la capital.

Al nombrar a Pennac lo primero que viene a la mente son los “Derechos del lector”, uno de los capítulos de Como una novela, su ensayo (?) sobre la enseñanza de la literatura, que para el público latinoamericano ha opacado al resto de su obra. Es, no obstante, ese “resto de su obra”, y sobre todo lo que ha sido llamado la “Saga Malaussène”, lo que le dio estatus de autor de culto en Francia e Italia.

La Saga comenzó en 1985 cuando Gallimard publicó La felicidad de los ogros, la primera de las seis novelas que protagonizan Benjamin Malaussène y sus seis hermanos, todos de diferente padre, y por las que desfilan criminales nazis arrepentidos, traficantes de películas, monjas de doble vida, adivinos y un perro epiléptico. La última aventura de Pennac le aconteció en el teatro, no sólo como escritor sino como actor. “Merci” de et par Daniel Pennac, decía la publicidad del Theâtre du Rond-Point en diciembre de 2005 para anunciar que, a los 61 años, el autor había decidido, bajo la dirección de Jean Michel Ribes, llevar a las tablas el monólogo irónico de un artista al recibir “uno de esos premios al conjunto de su obra”.

En una calle comercial del barrio XX de París hay un portón verde lleno de graffitis que hacen suponer que tras él uno va a encontrar una casa en demolición. Lo que hay es un patio común para todos los habitantes del inmueble. Daniel Pennac no cierra casi nunca la puerta que da acceso a ese patio típico de ciertos sectores de su barrio: Belleville. Este barrio, ausente de las postales y tan escaso de landmarks lleno de rincones impredecibles, es el escenario de los libros de la saga de la familia Malaussène. En El hada carabina, el segundo de ellos, Pennac hace decir a uno de sus personajes: “Lo que hay de agradable en Belleville es la sorpresa”.como

Es difícil imaginar tus historias en un lugar diferente. ¿Cuánto tiempo lleva tu relación con el barrio?
Llegué en el 69. Primero viví en la Folie Regnault, no muy lejos de aquí. Fue en esa calle donde puse a vivir a la familia Malaussène. Luego me cambié a la rue de La Mare, que también aparece en las novelas, y después a la rue Lesage, en pleno corazón de Belleville. Después vine aquí, así que me he mudado de Belleville a Belleville desde hace casi cuarenta años. Cuando comencé a escribir acerca de los Malaussène en el 84, llevaba catorce años instalado en el barrio y éste era ya mi universo, mi vida. Nunca me he alejado del XXe arrondissement.


Quizás por eso hay lectores que vienen a buscarte a Belleville...
De vez en cuando encuentro lectores franceses, a veces italianos, pero es muy ocasional. Yo hago literatura, no soy un jugador de fútbol. Los que me conocen de verdad en el barrio son los que de niños hacían tareas en casa y algunos adolescentes que me saludan con un “¡Hola, Victor Hugo!”. Es la gente que vi nacer, crecer, ir a la escuela o convertirse en vagos y terminar en prisión. Esos chicos son como mi familia, y Belleville es el lugar de mi familia. En francés lo llamamos la “familia electiva”. Los amigos. La tribu.


Si los espacios de tu obra son los espacios donde has vivido, ¿pasa lo mismo con los personajes? ¿Los miembros de la tribu Malaussène están basados en personajes de tu propia “tribu”?
Algunos. El doctor Marty de El señor Malaussène está basado en un viejo amigo mío que es doctor y se llama Marty. La reina Zabo tiene mucho de mi editora en la época en que hice Perro, perrito. Hay otro personaje, Clara Malaussène, que es fotógrafa y cuyo trabajo evoca el de Robert Doisneau, un famoso fotógrafo francés con quien fuimos grandes amigos y con quien aprendí la técnica del revelado fotográfico. Algunas descripciones que figuran en mis novelas son un homenaje a sus fotografías. También hicimos dos libros juntos: La vida de familia y Las grandes vacaciones.


Cuando leía sobre el personaje de Thérèse, pensé en un vidente que trabaja en un remolque estacionado frente a Père Lachaise.
¡Es él! ¡Ése es el remolque que aparece en Los frutos de la pasión! Thérèse es el retrato de una de mis compañeras del colegio. Nos leía las líneas de la mano y nos hacía conjuros y cosas así. Todavía nos entendemos bien. El rabino Razon está basado en otro de mis amigos, que no es hebreo ni rabino pero comparte nombre y algunos rasgos de personalidad con el del libro. No siempre es intencional, pero hay muchas cosas de esa “familia electiva” en mis personajes. Me gustan esos juegos, esas complicidades.


Un judío completa el color de los libros. Los apellidos siempre son rusos, africanos, árabes orientales: “Hedoch”, “Dolgorouki”, “Tayeb”, “Hô”, aunque la viuda Hô es en realidad...
Los personajes son inmigrantes porque Belleville es un planeta en miniatura. En el edificio donde vivía antes había diecinueve nacionalidades, otras tantas gastronomías y media docena de religiones. Había kurdos, árabes, negros, es decir, negros congoleses, de Costa de Marfil, de Senegal. Estábamos nosotros, había portugueses... en fin. Cuando haces mercado en Belleville, encuentras productos de todo el mundo y los olores son diferentes a los del resto de París. Creo que Belleville no sólo es el lugar más cosmopolita de París, sino del mundo.

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