28/9/08

La Plantita


Fragmento de un dibujo de Verónica HachmannTexto: Adriana Ferraggine
Imágenes: Verónica Hachmann

Para salvar su plantita, Luisito aprende algunas de las cosas más importantes de la vida: cuidar, mirar, esperar.


Imagen por Verónica Hachmann

Luisito dijo:

—Mami, mirá mi plantita.

Y la mamá miró, hizo un gesto de pena y se fue, volando detrás de la última pelusa.

Luisito se sintió triste. Su plantita caía arrugada y opaca en la maceta roja. Entonces deseó:

—¡Ay, si pudiera salvarla! —Y suspiró.

Al instante se le prendió una lamparita, corrió a buscar la capa de mago y la varita mágica.

—Abralacabrasupatademata pichulín y pichulón —exclamó haciendo pases mágicos al son de las palabras, con los ojos cerrados. Cuando los abrió, la plantita seguía igual.

—Pobre plantita —pensó el pobre Luisito apenado, y volvió a desear.

—¡Ay, si pudiera salvarla!

Y suspiró. De inmediato se le prendió otra lamparita y corrió a buscar su traje de súper héroe.

—Mejórate —ordenó con voz de película, mientras demostraba sus poderes sobrenaturales. Después cerró los ojos y esperó. Cuando los abrió, la plantita seguía igual.

Entonces Luisito se enojó.

—Ahora no te salvo nada —le dijo y se fue a jugar.

Pero no pudo.

Preocupado, se sentó en el cantero de las nomeolvides y empezó a pensar. Pensó mucho… tanto que finalmente tuvo dos ideas: volver y mirar.

Y les hizo caso y volvió y miró.

Miró mucho. Mucho, mucho. Tanto, que vio que la tierra de su plantita, en la maceta roja, estaba reseca. Y por supuesto, la regó.

Y volvió a mirar.

Miró mucho. Mucho, mucho. Tanto, que vio que la maceta roja de su plantita, estaba en la sombra. Y por lo tanto, la llevó a la luz.

Y miró otra vez.

Miró tanto, que casi pudo sentir el frío que ella tenía y la puso al sol.

Después, como un viejo sabio, Luisito supo que debía esperar. Y esperó contando. Y cuando se le terminaron los números que sabía, cantó. Y bailó. Y jugó. Y durmió.

Al despertar, abrió los ojos y miró: ahí estaba la plantita revivida, con sus hojas relucientes y su tallo relumbrante, brillando con luz propia en la maceta roja.

Luisito, de tan feliz, saltó, corrió y gritó por todo el patio, como si hubiese hecho un gol.

Y después, cansado y satisfecho, se fue a jugar, más contento que perro con dos colas.

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