26/9/08

Zelmira y el fantasma



Fragmento de una imagen de Verónica HachmannTexto: Graciela Vega
Imagen: Verónica Hachmann

¿Qué sucede cuando una bruja descubre que la sigue un fantasma? ¿Cómo resuelve el problema? La solución está en este cuento de Graciela Vega…



Imagen por Verónica Hachmann

Era temprano y apenas había abierto el pico el primer zorzal cantor que anidaba en su higuera, cuando la bruja Zelmira despegó un ojo y miró a su alrededor.

Hubiese jurado que alguien andaba por ahí, muy cerca de su almohada. Hasta le pareció que lo había empujado en sueños. “¡Che, correte!”, le había dicho. Despegó el otro ojo dispuesta a convertirlo en sapo, así fuese ladrón o príncipe. Era una visita inesperada. Y encima hasta le había roncado en la oreja. Pero, qué cosa rara, allí no había nadie.

Se fue hasta la cocina a desayunar. Dejó sus galletas de gluten sobre la mesa y la mermelada de higo también, y cuando se dio vuelta para poner la pava en la hornalla, escuchó un mordisco, y otro, y otro más. ¡Las galletas! ¿Quién andaba por ahí?

Subió al colectivo, puso la moneda en la máquina y se quedó esperando el vuelto. El ruido del vuelto que caía lo había escuchado clarito, lo que no alcanzaba a ver era quién se lo había llevado. Miró el piso, entre los asientos. Y nada. Hasta se peleó con el colectivero que la apuraba para que se corriera para el fondo. Alguien estaba todo el tiempo a su lado. ¿Quién?

Llegó al trabajo. En el momento de usar su computadora, aparecieron en la pantalla un montón de palabras y hasta palabrotas. En la oficina todos la miraron de reojo. Zelmira no aguantó más y la llamó a su hermana Clotilde. Le dijo por el celular:

—Se me pegó un fantasma, llamá a la emergencia. Dale, nena… ¡Apurate!

Clotilde no entendió mucho lo que le estaba ocurriendo a su hermana porque ella nunca sabía en qué andaba, y llamó al médico de la Obra Social. Y a la ambulancia, por las dudas. Además fue ella también a ver qué le pasaba.

Y se armó flor de lío porque la hermana le mandó la emergencia clínica en vez de la emergencia bruja, que era lo que Zelmira había pedido. ¡Esta Clotilde nunca la escuchaba con atención!

El doctor le tomó el pulso, la auscultó, le controló la presión, le hizo abrir la boca y respirar profundo.

—Normal —dijo el médico—. ¡Usted está muy bien!

Y nadie entendió por qué Zelmira empezó a zapatear pidiendo otro tipo de emergencia. Y se descargó con Clotilde, y la trató de tonta.

—Bueno, pará nena —le dijo la hermana en voz baja—. Me hubieses dicho que llamara a doña Francisca, la curandera.

—¡Francisca tampoco! —respondió Zelmira—, que esto no es mal de ojo. ¡Es un fantasma!

Y Clotilde empezó a temblar, pero Zelmira la mandó a la casa de los padres porque su hermana menor era miedosa y para nada bruja. Le dijo que no se preocupara, que no parecía malo. Un poco juguetón, eso sí. Lo había dicho para tranquilizar a Clotilde, pero, pensándolo bien, lo único molesto que tenía era el ronquido que la despertaba de madrugada. No era tan grave. Por eso desistió de llamar a la emergencia bruja y decidió que ella misma trataría de ahuyentarlo.

—Andá tranquila —le dijo a Clotilde—. Y no cuentes nada.

Zelmira, en plan de guerra, puso jugo de ajo en el borde de la cama y en la alfombra. Roció con esencia de pescado todo el ambiente. Y se fue a dormir.

Era temprano y apenas había abierto el pico el primer zorzal cantor que anidaba en su higuera, cuando la bruja Zelmira despegó un ojo y miró a su alrededor. Ver no vio nada, pero escuchó. Primero fue el suave viento cerca de su oreja, después el inquietante respirar del fantasma y finalmente un estornudo. Ella se sobresaltó. El remedio había resultado peor que la enfermedad. ¿Alergia o resfrío? Zelmira entornó los ojos, suspiró con calma y se corrió un poco para que él estuviera más cómodo. La almohada se puso tibia. Zelmira se levantó, lo cubrió con la frazada y fue hasta la cocina a hervirle un limón.

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